Con un giro desafiante hacia la derecha y prometiendo que no se establecerá ningún estado palestino mientras él esté en el poder, el primer ministro israelí Netanyahu ha conseguido volcar en el último momento unas encuestas que le eran desfavorables y salir como ganador de las elecciones israelíes del 17 de marzo. Su estrategia (exitosa) se centró en recabar los apoyos de derecha en torno a su persona y en apelar de nuevo a los temores, muy arraigados, de los israelíes de a pie de las amenazas externas al país. ¿Cuáles serán las consecuencias de su victoria en Israel e internacionalmente?
El éxito electoral de Netanyahu supone un giro agudo en la situación que ha tomado desprevenidos a los analistas así como a sus adversarios. Se debió sobre todo al trasvase de votos de la extrema derecha al partido de Netanyahu, el Likud, que ocupó el primer lugar en los resultados, ganando alrededor de 30 escaños (aunque estos resultados no son todavía definitivos) en el Knesset, de 120 escaños. Esta victoria indudablemente representa un soplo de oxígeno para Netanyahu, y tiene consecuencias internas e internacionales que deben ser estudiadas con detenimiento.
Un análisis superficial de los resultados puede llevar a la conclusión de que Netanyahu ha sido capaz de frenar, al menos en el frente electoral, un proceso generalizado de radicalización hacia la izquierda y un sentimiento anti-establishment que había estado ganando fuerza en la víspera de las elecciones. Este sentimiento se extendido entre amplios sectores de la juventud y de la sociedad israelí en general en los últimos años, sobre todo tras las movilizaciones de masas de 2011. Este giro abrupto en la situación fue inesperado pero no debería sorprender a los marxistas lo más mínimo. Los vuelcos y cambios bruscos en la situación política son efectivamente una característica de los períodos de crisis profunda del sistema dominante, como el que atraviesa el mundo desde 2008.
Toda crisis polariza a la sociedad en direcciones opuestas: hacia un cuestionamiento radical del sistema y hacia la revolución por una parte, y a través de la movilización de las fuerzas reaccionarias por otra. Este proceso es inevitable, ya que los bandos enfrentados tratan de ganarse a las capas previamente inertes de la sociedad de cara a las batallas decisivas del futuro. El auge de un bando no excluye la existencia del otro. Todo lo contrario, agita a las fuerzas opositoras. La volatilidad política es una faceta de las épocas de crisis como la que nos encontramos.
En este caso, vemos que la victoria de Netanyahu reavivará su posición como árbitro natural de las diferentes facciones de la clase dominante israelí. Además, ganará más peso en el panorama internacional, en el marco de unas relaciones con EEUU cada vez más complicadas. Pero este respiro representará un breve paréntesis en el desarrollo de los acontecimientos.
De hecho, la libertad relativa de ataduras internas e internacionales con la que Netanyahu contará durante un breve período tras su victoria también puede ayudar a acelerar el proceso de radicalización de la sociedad israelí, en circunstancias donde profundos procesos sociales están desenvolviéndose. Al mismo tiempo, un Netanyahu “fortalecido” añade un elemento más de imprevisibilidad en Israel y Oriente Medio a una situación que ya de por sí es extremadamente inestable.
El grado de imprevisibilidad se refleja en el comentario que hizo el New York Times sobre las elecciones: “A pesar de la resonante victoria del Sr Netanyahu con sus declaraciones derechistas en los últimos días de campaña, la dirección que vaya a tomar en éste su cuarto mandato es tan misteriosa como el propio personaje.”
La polarización social y el futuro
La creciente volatilidad política emana de la situación objetiva. Las estadísticas del gobierno publicadas a principios de marzo subrayan la magnitud de los problemas sociales que afectan a Israel con una desigualdad entre ricos y pobres cada vez mayor, pero también la dureza con que la crisis está golpeando a las capas medias. De acuerdo con la oficina central de estadísticas, un 41% de israelíes se encuentra en un estado de endeudamiento permanente, y más de un tercio debe al menos 10.000 shekels (2.500 dólares). ¿A qué se debe esto? Un reciente informe elaborado por el Estado muestra que el precio de la vivienda se ha disparado en los últimos seis años en más de un 55%, y los alquileres en un 30%. Los salarios, sin embargo, se han mantenido más o menos estancados en este período.
¿Podrá (y querrá) Netanyahu tratar de solucionar estos problemas? La retórica del “Estado judío”, el recurrir a la construcción de asentamientos judíos (que han aumentado en un 23% entre 2009 y 2014) y una política exterior agresiva no compensan el hecho de que las políticas de Netanyahu en los últimos dos años han sido de austeridad y de recortes en servicios sociales. Esto se ve reflejado en el colapso de la popularidad de Yair Lapid, ministro de finanzas y socio de Netanyahu en la coalición y uno de los personajes políticos con más apoyo en 2013, y cuyo partido en estas elecciones ha perdido casi la mitad de sus escaños.
La victoria de Netanyahu acarrea una consecuencia más seria que cualquier otra. El descontento creciente parte del deterioro de las condiciones materiales de amplios sectores de la sociedad israelí. Sin embargo, el modo en el que esto se ha expresado ha ido variando a lo largo del tiempo. Los resultados actuales muestran que este movimiento todavía no ha adquirido el impulso necesario para barrer el panorama político en el ámbito electoral. Ahora bien, hemos de entender que, estando la vía electoral para cambiar las cosas obstruida durante el próximo período, el grueso de la sociedad israelí se verá forzado en un momento dado, como en 2011, a expresarse a través de la agitación social y la lucha de clases. Pero en esta ocasión el movimiento tomará (mucho más rápido) un carácter anti-establishment que lo hará más consciente políticamente.
La prominencia adquirida dentro del Partido Laborista (la principal fuerza del segundo mayor frente electoral, la Unión Sionista) de algunas personalidades de izquierda, como Stav Shaffir, de 29 años y vinculado personalmente con el movimiento de 2011, no debe subestimarse como un síntoma de la radicalización que se está dando. De haber ganado el Partido Laborista las elecciones, este proceso podría haberse visto frenado o incluso bloqueado, pero la perspectiva más probable es que los laboristas jueguen el papel de “oposición leal” al gobierno, lo cual puede potenciar este proceso de diferenciación interna.
Sin embargo, el principal síntoma del estado de ánimo radical que se está desarrollando entre importantes sectores de la juventud y los trabajadores de Israel, especialmente pero no sólo entre la minoría árabe, es el auge de la Lista Unitaria encabezada por el dirigente del partido de izquierdas Hadesh, Ayman Odeh. La denuncia de Odeh al Estado actual, “un Estado de magnates dirigido contra los más desfavorecidos del país”, se ganó el seguimiento de un sector de las masas y generó nuevos apoyos para la coalición de izquierdas. La Lista Unitaria sacó más de un 10%, quedando tercero. Hadash (coalición nucleada alrededor del Partido Comunista) y la Lista Unitaria bien podrían perfilarse como el principal polo de oposición en el nuevo Knesset. Está ganándose el apoyo de los trabajadores árabes de Israel y también de partes de la clase obrera judía. Además, un sector importante de la dirección del Partido Laborista podría decidir apoyar a Netanyahu en una coalición, como ya hizo Ehud Barak en el gobierno anterior.
Una relación difícil y tensa con el imperialismo estadounidense
La victoria de Netanyahu dará lugar a un cambio cosmético en las relaciones entre EEUU e Israel para limar las asperezas. Una serie de incidentes, como la visita de Netanyahu a EEUU para intervenir en el Congreso el 3 de marzo, habiendo sido invitado por el portavoz republicano en la Cámara de Representantes, ha irritado al gobierno de Obama. Pero las tensiones entre EEUU e Israel no se deben a un choque de personalidades entre Obama y Netanyahu, sino a los intereses estratégicos cada vez más divergentes entre el imperialismo estadounidense y el que tradicionalmente ha sido su principal aliado en Oriente Medio.
“Dejando los discursos a un lado, no hay duda de que las relaciones entre EEUU e Israel ha venido cambiado sustancialmente desde el final de la Guerra Fría y que este cambio, frenado durante un tiempo tras el 11S, ha creado tensión y distanciamiento entre ambos países. El discurso de Netanyahu es meramente un síntoma de una realidad subyacente. Hay melodrama y hay animosidades personales, pero los presidentes y los primeros ministros vienen y van. Lo importante son los intereses que vinculan o separan a las naciones, y los intereses de Israel y EEUU hasta cierto punto se han alejado.” (Strafor, “Netanyahu, Obama y la geopolítica de los discursos”, 3 de marzo de 2015)
Estas tensiones son consecuencia del debilitamiento del poder del imperialismo norteamericano en la región, que han dado especio a las potencias regionales (las principales son Turquía, Irán, Arabia Saudí e Israel) para seguir su propia línea. Los intereses de EEUU e Israel ya han divergido con frecuencia en el pasado, pero lo que está surgiendo ahora es una fuente más seria de tensión. La necesidad de los EEUU de abandonar su implicación directa en la zona significa que se ve obligado cada vez más a estar en el mismo lado de la barricada que su viejo enemigo: Irán, en la guerra contra el Estado Islámico tanto en Irak como en Siria.
Desde el punto de vista de Israel la creciente influencia de Irán representa una amenaza crítica a su existencia y ha empujado a Netanyahu a la situación paradójica de considerar las fuerzas vinculadas a Al Qaeda en Siria como el mal menor. La imprevisibilidad personal de Netanyahu entra con fuerza en la ecuación, y ha convencido al gobierno de EEUU de la necesidad de moverse contra éste en la campaña electoral. Pero mientras la crisis en Israel se desarrolla, puede y ha de convertirse en una fuente adicional de inestabilidad en Oriente Medio.
El capitalismo israelí se tambalea de crisis en crisis y demuestra que no existe ningún régimen estable en todo el Oriente Medio. Cada giro en la situación interna del país afectará la política exterior del gobierno y, asimismo, los cambios en las relaciones internacionales acelerarán el transcurso de los acontecimientos en el país, en una espiral que bien podría escapar al control de Netanyahu.