El debate interno que está teniendo lugar en Podemos tiene una enorme transcendencia, pues su resultado va a marcar el desarrollo futuro de la organización y, por extensión, de Unidos Podemos. Este debate se ha polarizado entre las posiciones de los máximos dirigentes de la organización, los compañeros Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, y debe culminar en un congreso, la Asamblea Ciudadana Estatal, a comienzos de 2017.
Las diferencias, aunque ya estaban presentes, han tomado cuerpo público tras los resultados de las elecciones del 26J, donde Podemos, IU y sus confluencias perdieron 1 millón de votos respecto a las anteriores elecciones del 20D de 2015. Y han continuado en las elecciones de organismos dirigentes en distintos territorios, principalmente en la Comunidad de Madrid y Andalucía, donde ganaron las candidaturas afines a Pablo Iglesias en alianza con la corriente Anticapitalistas.
La posición defendida por la corriente de Íñigo Errejón es que Podemos debe mostrar un perfil moderado en las formas, ser lo más “abierto” e “inclusivo” posible en su ideología para captar el máximo número de votos, y que en su actividad prime la labor parlamentaria. La corriente nucleada alrededor de Pablo Iglesias defiende mantener el tono firme y duro contra el régimen, reivindicarse como instrumento de “las clases populares” y poner el énfasis en la movilización social.
Según Errejón, su táctica ayudaría a ganar a “los que faltan”, y reprocha al sector de Iglesias que sus posiciones “espantan” a los votantes. Iglesias, por su parte, reprocha al sector de Errejón que sus posiciones terminarían convirtiendo a Podemos en una fuerza “domesticada por el régimen”, y que además “no resultaría creíble”, alejando por igual a los votantes actuales como a “los que faltan”. Iglesias refuerza su tesis diciendo que el 26J falló el “no parecer sinceros” por la excesiva moderación exhibida durante la campaña, y que por eso se perdió el millón de votos.
La clase dominante, a través de sus medios, no es neutral en esta disputa, y no esconde sus simpatías por las posiciones de Errejón y sus seguidores, y su antipatía venenosa contra Pablo Iglesias y su sector.
Demás está decir que, en esta disputa, nuestras simpatías políticas están con el compañero Pablo Iglesias.
Iglesias y Errejón afirman públicamente que sus diferencias son tácticas, no estratégicas, que sólo discrepan en cómo aglutinar una mayoría suficiente en la población para alcanzar el mismo objetivo de modelo de país. Sin embargo, no es la primera vez que diferencias surgidas sobre temas organizativos o tácticos terminan llenándose de un contenido político que conduce a diferencias estratégicas sustanciales que, hasta cierto punto, reflejan las presiones de diferentes clases sociales.
¿Un Podemos “para ganar”?
El sector del compañero Errejón insiste en que “lo importante es ganar” y para ello debe presentarse un discurso general “contra las élites” pero que evite el radicalismo verbal para no dar munición a los medios de comunicación del sistema y ser acorralados. De ahí su obsesión por abjurar de términos o reivindicaciones como “izquierda”, “República”, etc. o su desprecio por el marxismo, una ideología –según ellos– del pasado y fracasada. Basta con agitar “los de abajo contra los de arriba”, e impulsar una nueva ideología “nacional-popular”, una especie de nacionalismo progresista.
Esto se asemeja a la mentalidad de un tendero, para quien lo importante no es el contenido del frasco, sino su etiqueta; que “venda”, que sea “ganadora” y genere el menor rechazo social posible.
Todo “consenso social”, las ideas comúnmente admitidas como sagradas por la mayoría de la sociedad durante un período histórico, tiene una base material: se corresponde con un período de conciliación y armonía relativa entre las diferentes clases sociales, cuando la economía es capaz de amortiguar los choques sociales. La conciencia humana es profundamente conservadora. Mientras se pueda “ir tirando”, la mayoría abjura de un cambio radical en la sociedad. Esta fue la base material del bipartidismo durante cerca de 40 años, y no tanto que la “izquierda” lo hiciera todo mal y no diera con la fórmula magistral para cambiar esto, pese a sus grandes errores y deficiencias, en el caso de IU, durante muchos años. Sólo en condiciones sociales excepcionales, como las que vivimos, bajo las presiones colosales de la crisis orgánica y la podredumbre del capitalismo, un sector cada vez más amplio de la clase trabajadora y de la clase media empobrecida, comienza a cuestionarse el orden social existente. Este es el “secreto” del éxito de Podemos, y no fórmulas imaginativas que nadie antes había probado.
Sólo estamos en el principio del principio de un gran cambio social. Por ahora, sólo una minoría del 20%-25% –¡pero qué minoría!– ha alcanzado la conclusión de darle la espalda al orden existente y de buscar un cambio radical de la sociedad, con una idea clara de lo que no quiere pero con ideas muy confusas de lo que quiere. Debería corresponder a Podemos y a Unidos Podemos la tarea de dar una forma clara, concreta, acabada y racional a las aspiraciones de este sector avanzado de las masas, sobre lo que hace falta y es necesario llevar a cabo para solucionar los problemas sociales y terminar con este sistema injusto e irracional.
No hay atajos “magistrales” para conseguir un apoyo mayoritario en la sociedad. No se puede forzar artificialmente la experiencia del sector más atrasado o conservador de las masas para hacerle ver la justeza de nuestras posiciones y alternativas, pues precisa de más acontecimientos para convencerse y vencer sus dudas sobre la necesidad de un cambio radical en la sociedad. Se trata de acompañar con la explicación paciente la experiencia viva de las masas.
Por eso, cuando el sector del compañero Errejón insiste en rechazar para su agitación ideas que consideran “radicales” y “extremistas” –por miedo a la reacción de la clase dominante en sus medios de comunicación– lo que tiene miedo es a transgredir el “consenso social” establecido que no ha terminado de morir; y lo que hace, de hecho, es reforzarlo, consolidando el apoyo de las capas más atrasadas y conservadoras a los partidos del régimen, al aparecer éstos más previsibles y conformes con dicho “consenso social”. En cambio, esas posiciones moderadas “de sentido común” que proponen estos compañeros se enajenan el apoyo y la confianza de las capas más avanzadas, que ya han roto con el “consenso social” dominante y demandan un cambio radical.
El Parlamento y la calle
Uno de los ejes principales del debate se ha dado sobre el papel de Podemos en las instituciones y en la calle. Estamos de acuerdo con el compañero Errejón en que no debe haber contradicción entre una cosa y otra. Y estamos de acuerdo con Pablo Iglesias cuando declara que el parlamento no decide nada sustancial, que las grandes decisiones se toman en los despachos de las grandes empresas y de los ministerios. Como marxistas, somos conscientes que los cambios progresistas fundamentales vienen de la presión popular en la calle.
El trabajo parlamentario puede ser muy útil, si se lo utiliza de manera revolucionaria. El Parlamento nos permite llegar con nuestros discursos, proclamas y propuestas más allá de nuestros propios medios de propaganda, y alcanzar a las capas más amplias de la población; sobre todo a aquéllas que están llamadas a protagonizar los cambios revolucionarios en nuestro país: las amplias masas trabajadoras y explotadas: esos 3,7 millones de trabajadores que cobran menos de 300 euros al mes, o los 10,1 millones que cobran por debajo de 2 Salarios Mínimos (1.300 euros).
No hay que olvidar que el millón de votos que perdimos el 26J, y otros 4 millones más que nunca obtuvimos, son éstos. Son nuestra gente. Es la clase trabajadora.
Hay innumerables ejemplos de explotación diaria, de "pequeñas" injusticias, de impotencias, frustraciones y abusos de los poderosos y del aparato del Estado ¿Se ve esto reflejado como elemento principal en la labor de nuestros representantes? Honestamente, creemos que no.
Los grupos parlamentarios de Unidos Podemos en los parlamentos estatal y regionales deberían abrir una Oficina de Quejas del Pueblo, con un mail público y bien publicitado, con el compromiso de recoger y dar voz y difusión a los problemas, injusticias padecidas e inquietudes de miles y decenas de miles.
Cada diputado y diputada de una provincia, región o localidad debería organizar una asamblea abierta mensual en su zona para exponer la labor realizada con esas demandas, y recoger otras nuevas. Deberían estar presente en cada movilización en su zona para recoger las demandas particulares y comprometerse a elevarlas a los diferentes estamentos e instituciones; y exponer en las mismas la falsedad e hipocresía de las leyes inoperantes o perjudiciales cuando se encuentran por medio los intereses de los poderosos.
Según las demandas, nuestros propios representantes deberían tomar la iniciativa de llamar y organizar la movilización en la calle.
Este tipo de relación de nuestros diputados y representantes con la base y la calle sería, además, la mejor manera de ejercer un control popular sobre su actividad y su papel en las instituciones.
Esta sería la mejor forma de fundir la lucha parlamentaria con la lucha en la calle, la única forma de huir del "cretinismo parlamentario" y hacer consciente a la clase trabajadora y demás sectores populares de su fuerza y poder en la sociedad, de incrementar su confianza en ellos mismos, de que sólo la clase trabajadora tiene la fuerza y la capacidad para dirigir un proceso de transformación general.
La necesidad del marxismo
El marxismo no es una ideología moral ni tiene como fin vender un frasco ganador, sea cual sea su contenido. Es un método de análisis científico de la realidad. Trata de explicar lo que hay, por qué las cosas suceden de un modo y no de otro, cuáles son y cómo funcionan las leyes del capitalismo; y desentrañar las bases materiales que ha creado la economía y la sociedad capitalista para alcanzar una sociedad superior, el socialismo, que impida el deslizamiento de la humanidad hacia la barbarie.
¿Qué explica el marxismo? Explica que la economía en cada país está dominada por una oligarquía parásita de unos pocos miles de individuos, dueños de la vida y de la muerte de millones. Explica que el sufrimiento y la infelicidad son el pan cotidiano de la mayoría, que nadie tiene asegurado el trabajo ni el sustento, que el destino de millones de trabajadores es trabajar largas horas por poco más o menos que para llegar a fin de mes. El marxismo explica que la cultura y el ocio creativo sólo está reservado para una minoría, que las guerras y las crisis humanitarias se suceden sin interrupción. El marxismo explica que el planeta está siendo devastado y la vida en la Tierra amenazada por la actividad depredadora de un puñado de multinacionales. Y el marxismo también explica que, pese a todo, el trabajo y la inventiva del ser humano ha creado fuerzas colosales en potencia productiva, en técnica, transporte y comunicación para resolver todos los problemas que la humanidad tiene ante sí, que mientras que lo que se produce en la sociedad es la obra de millones y millones de personas, el fruto de esa actividad productiva social se la apropia un núcleo reducido de individuos, lo cual es irracional. El marxismo explica que para que el conjunto de la humanidad pueda aspirar a una vida digna, civilizada y feliz, lo que hace falta es que lo que produce la mayoría y lo que la mayoría hace funcionar, debe ser propiedad colectiva del conjunto de la sociedad, administrado y planificado democráticamente por la sociedad en interés de ella misma, no de una oligarquía parásita en cada país
¿Cómo se puede decir que estas ideas sencillas, racionales y de sentido común pueden encontrar un rechazo en la mayoría, cuando coinciden y conectan con su experiencia viviente? Al contrario, serían recibidas con devoción y entusiasmo. Millones armados con estas ideas y con este programa se transformarían en una fuerza material imparable. Sólo hay que confiar en ellas y en la capacidad de la mayoría de la población –la clase trabajadora y la clase media empobrecida– para que las asimilen y las hagan suyas. Si realmente estamos convencidos de la necesidad de “empoderar” al pueblo, sería negligente desconfiar de la capacidad de las masas populares de edificar un orden social nuevo, socialista, basado en la cooperación y la fraternidad humanas.
Nada nuevo bajo el sol
Las posiciones del sector del compañero Errejón son cualquier cosa menos novedosas y originales, pero indefectiblemente siempre llevaron a los mayores desastres.
Berstein, el primer revisionista del marxismo, lideró una posición antimarxista en el Partido Socialdemócrata Alemán a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con ideas similares. Defendía el abandono de la idea de la revolución para no asustar a las clases medias y a la burguesía “progresista”, y que el socialismo llegaría gradualmente sin necesidad de expropiar a la clase dominante. Esta posición, mayoritaria luego en la dirección del partido, les condujo a apoyar a su burguesía en la guerra imperialista de 1914-1918 y a traicionar la revolución alemana de 1918-23 que pavimentó el camino de Hitler al poder.
En la misma Alemania hubo un debate en el Partido de Los Verdes en los años 80 y 90 entre los llamados “realistas” y los etiquetados como “fundamentalistas”. Los primeros se impusieron, y pocos años después Los Verdes integraron el gobierno socialdemócrata de Schröder que precarizó el trabajo, impuso los “minijobs” y apoyó el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia. Actualmente, Los Verdes gobiernan en coalición con la CDU (el PP alemán) en el Estado de Baden-Würtemberg.
En los años 70, Felipe González impuso el abandono del marxismo en el PSOE bajo el santo y seña de no asustar a la clase media y “ser más inclusivos” ¿merece la pena recordar dónde han terminado Felipe y el mismo PSOE?
Por supuesto, el compañero Errejón y sus seguidores no quieren esto. No lo dudamos. Pero las posiciones políticas tienen su dinámica. La burguesía jamás se reconciliará con Podemos, porque no lo controla. Por cada paso atrás que dé el compañero Errejón para “no asustar” a la opinión pública, la burguesía le exigirá diez más. El miedo a un enfrentamiento frontal con la clase dominante empujaría a Podemos a una integración cada vez mayor al régimen, dejando de ser un instrumento útil para la transformación social.
Radicalismo, izquierda y clases medias
¿Es cierto que a la clase media empobrecida y a las capas conservadoras de la clase obrera les asustan las ideas radicales? No, no es cierto. Y menos, en esta época. Siempre que un partido o dirigente con autoridad defienda sus ideas con confianza y firmeza, y muestre de palabra su voluntad de llevarlas a cabo, sin dejarse sugestionar por la propaganda en contra de la “opinión pública”, puede alcanzar un apoyo de masas. Lo hemos visto recientemente en las elecciones de EEUU. Lo vimos, por la positiva, con Bernie Sanders, que se reclamaba socialista y defendía “una revolución política contra la clase multimillonaria”, agrupando a millones tras él; y, por la negativa, con la demagogia reaccionaria de Donald Trump quien basó gran parte de su campaña en “defender” a la clase trabajadora contra Wall Street. Según las tesis del compañero Errejón, Trump con su radicalismo reaccionario y con toda la prensa mundial en contra no podía ser “una fórmula ganadora” frente a las ideas del “sentido común” de Hillary Clinton.
Lamentablemente, Sanders rehusó presentarse como candidato independiente. Todas las encuestas postelectorales confirman que él sí habría podido batir a Trump, dado el desprestigio de Clinton.
¿Es cierto que defender la “izquierda” nos aísla de la mayoría de la sociedad? Falso. Todo el debate sobre la irrelevancia de la “izquierda” es un debate solamente español, no se da en ningún otro país, y fue introducido artificial y demagógicamente por todas las corrientes fundadoras de Podemos, incluidos los compañeros Errejón, Iglesias y la corriente Anticapitalista. Afortunadamente, estos dos últimos han abandonado prácticamente esta polémica, pero el compañero Errejón sigue erre que erre. El concepto “izquierda” tiene una alta autoridad en la clase trabajadora y en amplios sectores de la clase media, vinculado a ideas como “solidaridad”, “igualdad”, “justicia social”, “progreso”. Quien combate el término “izquierda” desde el campo progresista rebaja el nivel de conciencia y la autoestima política de la clase trabajadora, trabaja objetivamente por la idea de la armonía entre las clases, y juega inconscientemente un papel reaccionario.
La patria y lo nacional-popular: una vuelta al siglo XIX
Es irónico que quienes afirman que términos como “izquierda” o “socialismo” están devaluados y no generan “consenso social”, rescaten para su agitación política -¡en el Estado español!- los términos “patria” y “patriotismo”, asociados a la derecha y al franquismo. Es un grave paso atrás. Según ellos, se trata de apelar al “sentimiento” de las masas y arrebatarle el monopolio de esos términos a la derecha y al fascismo español Precisamente por eso, estos términos están, afortunadamente, tan desprestigiados y no despiertan ninguna “emoción” en la clase trabajadora ni en los sectores progresistas de la clase media de nuestro país. Más bien, provocan repulsa. No cambia nada el hecho de que los compañeros digan que, para ellos, la patria es la gente o los derechos sociales. Reivindicar la patria, guste o no a los compañeros, representa defender una inexistente comunidad de intereses entre la clase opresora y la clase oprimida, por el sólo hecho de nacer y vivir dentro de las mismas fronteras. Ningún juego de palabras puede cambiar el verdadero significado de este concepto.
El compañero Errejón defiende para Podemos una ideología nacional-popular, una especie de nacionalismo progresista. Este es un término trasplantado del nacionalismo de izquierdas latinoamericano.
En América Latina, el nacionalismo de las masas populares, hasta cierto punto, tiene un carácter democrático y antiimperialista, pero ¿en España? El Estado español es un país imperialista que explota económicamente a países pobres, fundamentalmente de América Latina y del norte de África, y niega los derechos democrático-nacionales a los pueblos catalán, vasco y gallego. En la época de la economía mundial, de la interconexión universal, de la mutua dependencia de los pueblos y de la técnica, de la cultura y del movimiento poblacional global, aferrarse a la persistencia de las viejas fronteras nacionales es reaccionario. Por otro lado, seamos claros. La pretensión nacionalista de un país soberano y económicamente independiente es una quimera. Las únicas economías relativamente “independientes” son aquéllas capaces de desarrollar una política comercial agresiva que debilite la competencia extranjera en el mercado nacional y que organice empresas multinacionales que actúen en otros países y los dominen para proveerse de materias primas y ofertar productos más baratos que los de la competencia. Es decir, la única vía para alcanzar un cierto grado de "independencia" económica bajo el capitalismo no es otra que una política imperialista global o regional. Dialécticamente, la demanda "nacional-popular" de soberanía económica y política nacional "independiente", como reclaman los nacionalistas de izquierda, sólo puede tomar cuerpo, bajo el capitalismo, como nación imperialista respecto de los países de su entorno. Frente a la mezquindad del particularismo nacional, los marxistas oponemos el socialismo universal y la unión fraternal de los pueblos.
En realidad, todas estas ideas de “radicalidad democrática”, “patriotismo”, “nacionalismo" "pueblo” que se pintan como el último grito del pensamiento social, simplemente nos devuelven al liberalismo del siglo XIX y a los socialistas utópicos anteriores al marxismo.
Presión de clases ajenas
Todo conflicto político serio y profundo en una organización –como el actual– refleja en última instancia la presión de diferentes clases sociales. No es casual que el desarrollo meteórico de Podemos haya coincidido con una fase descendente de la movilización social y de la presión de las masas en la calle. El protagonismo extremo de Podemos en la vida política, su gran presencia institucional en parlamentos y ayuntamientos, contrasta vivamente con la sumersión temporal de las masas debajo de la escena. Las tesis del compañero Errejón reflejan esa época que ahora está a punto de terminar. Se han alimentado de la relativa desmovilización social, de esa sociedad más quieta, de dirigentes pendientes de los debates de La Sexta y de las encuestas electorales mensuales, del tacticismo desmedido, de ese clima enrarecido de crucifixión mediática, del acecho de los periodistas, y del protagonismo desproporcionado de cientos de cargos públicos y direcciones regionales y locales; en suma, del aparato de la organización. Un aparato que se ha acostumbrado a enfocar su labor de espaldas a sus bases y que, como todo cuerpo conservador, tiende a desconfiar de la movilización social. No es casualidad la gran cantidad de cargos públicos que apoyan las tesis del compañero Errejón. Y hay no pocos de estos cargos, con apenas peso político y escaso bagaje ideológico, que ansían paz y tranquilidad en sus ocupaciones institucionales y que ven una molestia innecesaria la necesidad de la movilización social. No es casual la advertencia del compañero Pablo Iglesias hacia estos sectores, avisando del peligro de separarse de las bases, de no participar en las movilizaciones sociales, e incluso, de no vestir como la gente corriente.
En suma, creemos que las tesis de Errejón reflejan una reacción defensiva ante la presión de la burguesía y de la opinión pública pequeñoburguesa, con su rechazo orgánico a la tensión, al conflicto social. De ahí el no reconocer la lucha de clases, oponiendo a las mismas “un pueblo” sin divisiones internas, el tratar de eludir la crítica de los medios de comunicación buscando conciliarse con ellos; o su rechazo instintivo a todo radicalismo, a lo que “divida” y “no sume”: a la izquierda, al socialismo, y a la crítica clara a los poderosos, a los medios y a instituciones como la monarquía.
Comienza un nuevo período
Pensamos que las tesis del compañero Errejón, aun cuando hipotéticamente resultaran ganadoras en la próxima Asamblea Ciudadana, van a quedar pronto desautorizadas por la realidad, una vez que asistamos a la potente reactivación de la movilización social, y la clase obrera comience a recuperar el protagonismo que ocupó en el año 2012 (2 huelgas generales, la marcha de los mineros, etc.), cuando los sectores más dinámicos y enérgicos de la clase trabajadora den un paso adelante y atraigan la atención de las capas más atrasadas, incluso de la pequeña burguesía. En este sentido, consideramos que las posiciones del sector de Pablo Iglesias y de Alberto Garzón en Unidos Podemos son las posiciones que más se adecúan al período al que vamos a entrar. Un período de más radicalización, de mayor avance en la conciencia política de las masas, de avanzar hacia un programa y unas consignas socialistas, conforme se revele la profundidad e irreversibilidad de la crisis capitalista.
Hay que llevar a la práctica la idea de “cavar trincheras” en la sociedad civil, abriendo de par en par la puertas de Podemos a los movimientos sociales, a dirigentes obreros y populares. Convertir los Círculos en potentes centros de discusión política (actualmente, casi inexistente) sobre todos los aspectos relevantes de la actualidad nacional e internacional, y sobre el programa de la organización. Precisamente, una tarea principal debe ser fortalecer los círculos y que éstos estén presentes de manera activa, impulsando y participando en las luchas en las empresas, barrios y centros de estudio. Para eso es necesario que haya una estructura de funcionamiento interno plenamente democrática para que los militantes se sientan dueños de la organización.
Pero lo fundamental es pasar de los discursos a un programa coherente que, en el mundo real que vivimos: de ajustes, desempleo, explotación laboral, beneficios desorbitados para una oligarquía capitalista rapaz, de sufrimiento cotidiano, de guerras y desastres medioambientales y humanos, y de tendencias irracionales racistas y machistas; sólo puede ser un programa socialista. Un programa que convierta en propiedad colectiva, gestionada de manera democrática por toda la población, la propiedad de las 200 familias que controlan el 80% de la riqueza del país, y que haga un llamamiento internacionalista a la clase trabajadora y a los pueblos de todo el mundo a que hagan lo mismo.
Como la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII, como la Revolución Rusa de 1917, nuestra época es una época de revolución social que puede y debe abrir una nueva etapa en la historia de la humanidad. Impregnémonos y convenzámonos de todas las conclusiones que se derivan de esta perspectiva, y actuemos en consecuencia.