A qué nos enfrentamos

Hemos entrado en un período de cambios bruscos en la situación política, social y económica, la pandemia del coronavirus ha hecho estragos en la región y en la totalidad el planeta; no ha quedado lugar en el mundo que no haya sido castigado por el flagelo del virus.


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Por su lado, la burguesía, las clases dominantes, encuentra más dificultades para seguir mintiendo como en los comienzos de esta situación, cuando se atribuyó al COVID-19 la responsabilidad de la crisis económica y de la depresión en la que la economía mundial se encuentra sumergida. Como la peste negra en el siglo XIV que ayudó a derribar el orden feudal, el COVID-19 ha precipitado la crisis que los economistas más serios del establishment vaticinaban desde años atrás. Se ha profundizado lo que ya existía, no olvidamos el lunes negro [9/3/2020] cuando las bolsas del mundo se desplomaron y la pandemia significó un punto de inflexión que ha potenciado la crisis en ciernes.

Lenin decía, con justa razón, que el capitalismo es horror sin fin, la presente crisis es totalmente inédita y se intensifica ya que no sólo muestra la incompetencia de las clases dominantes para dar respuesta a la crisis del empleo, sino manifiesta su crueldad ante la pandemia y la revela ante millones de personas. Queda claro que ya no pueden gobernar como antes, y esta es una de las premisas de Lenin sobre los elementos que marcaban la apertura de una situación revolucionaria.

La clase obrera ha intentado en muchos países imponer su voluntad con huelgas, determinando qué fabricas deberían estar abiertas y cuáles no, cómo organizar los procesos de trabajo, qué producir y qué no. Se trata de un factor de importancia para la conciencia de los trabajadores que adquieren de su propia experiencia, ya que prueba la fuerza obrera como una práctica colectiva y democrática, que determinará los acontecimientos en el próximo período.

La etapa que se está desarrollando, impone una austeridad creciente a las mayorías trabajadoras, y este elemento agudizará la lucha de clases. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels señalaban que los capitalistas pretenden salir de la crisis incrementando la explotación obrera o destruyendo las fuerzas de producción. Esta es la conducta que hoy vemos en todos los países y en sus gobiernos.

El crack del ’29 en Latinoamérica tuvo enormes similitudes con el presente “el impacto fue diverso: se encarecieron sus importaciones y el precio internacional de las materias primas bajó; al mismo tiempo la región tenía que amortizar deuda por 660 millones de dólares, es decir el triple de sus entradas de capital. Esto llevó a que, en 1935, 85% de los bonos en dólares de Latinoamérica estuviera en moratoria. Para la Argentina, que tenía un producto per cápita similar a los países europeos, el impacto de la crisis fue mucho menor que para el resto de la región, cuyo producto per cápita era cinco veces inferior.” En realidad, los países en Latinoamérica no pagaron sus deudas externas la mayoría incurría en el no pago. (Ana Laura Rodríguez UNAM)

No se trata sólo de una crisis sanitaria originada por la irresponsabilidad de los gobiernos para dar una respuesta a la pandemia, sino también de una crisis del empleo, del salario y de la seguridad sanitaria. Así, millones de mujeres y hombres viven en carne propia una experiencia nueva, en la que la vieja escuela que ella habilita permite que la conciencia avance a saltos. Hoy ante la magnitud de la pandemia, los trabajadores ven más claramente que el capitalismo como sistema no puede dar respuestas, aún mínimas, como lo hacía antes. Con un grado desigual, algunos gobiernos respondieron tarde ante la emergencia sanitaria y social generada por el COVID-19, y otros, en cambio, lo hicieron con mayor premura. Todos están aplicando medidas económicas ya conocidas, entre ellas la expansión cuantitativa. Dicho en un lenguaje simple, apelan al ensanchamiento de la base monetaria. En Argentina, a partir de la emisión, la base monetaria aumentó un 89,5%, alcanzando los $2,4 billones de acuerdo a un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF).

Los fríos y duros números

La concentración de la riqueza en Argentina según el Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE) -Informe especial abril 2020-, habla con precisión escalofriante.

“De cada 100 personas, 35 son pobres. Se trata de más de 15 millones de argentinas y argentinos. En el otro extremo, unas 45.000 personas, es decir, el 0,01% de la población, declaran poseer una riqueza total de USD107.000 millones. De cada 100 personas, cada uno de estos millonarios representa sólo una mano (el 1% del peso corporal de una persona). Con la riqueza de ese 0,01%, los 15 millones de pobres dejarían de serlo por 10 años completos.”

Los fríos y duros números no son sólo eso, expresan la calamidad de cientos de miles de familias obreras que quedan al desamparo del hambre y la enfermedad.

El gobierno nacional a través de un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) intentó parar los despidos por 60 días, además de implementar una serie de medidas tendientes a garantizar el empleo. Pero la voz de orden que dio Paolo Rocca con los 1450 despidos en Techint y Benito Roggio bajando salarios y desconociendo los aumentos acordados con anterioridad, otorgaron luz verde al conjunto del empresariado argentino, llamando a romper la cuarentena decretada por el gobierno y profundizando el desempleo y precarizando aún más el trabajo. En la práctica es el empresariado quien está imponiendo una reforma laboral que se traduce en más de 1.200.000 trabajadores afectados por despidos, suspensiones y rebajas salariales según El Observatorio de Despidos durante la Pandemia e Infobae (29/4/2020.)

Despidos, bajas de sueldos, presión para instalar nuevas relaciones contractuales con el trabajo remoto. “Así, se llegó a la actualidad con una torta del empleo que se compone de la siguiente manera: 50% de los ocupados son asalariados formales; 25%, asalariados en negro, el 25%, cuentapropistas (dos tercios de ellos están en negro y un tercio, en blanco). «La informalidad que mide el Indec es la informalidad entre los asalariados, que arroja una cifra de 35%; pero si uno suma los cuentapropistas, se podría decir que el número total de empleo informal se acerca al 50%». (La Nación 12/04/2020)

Alberto Fernández ha echado mano a ciertas herramientas, centradas en el aislamiento social preventivo y obligatorio, logrando un retardamiento notable en la expansión del virus. Pero, como dijimos, la crisis de la economía existía previamente, dejando sin posibilidad de trabajo a un sector enorme de la economía informal. Fernández intenta amortiguar la crisis pagando por única vez a los sectores más golpeados $10.000, en este contexto, es preciso atender a los dichos de Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), que señala que cada crisis económica ha agregado una nueva capa de trabajadores informales. «Toda esta masa ha ido creciendo, sobre todo a partir de los años ‘80. El fracaso del plan Austral en 1987, la hiperinflación en 1989, la crisis del Tequila en 1994, la explosión de 2001, la devaluación de 2014, la crisis de 2016 cuando asume Macri y la devaluación de 2018 fueron todos episodios que sumaron personas a la informalidad». (La Nación 12/04/2020)

Compartimos con Fernández la prioridad del cuidado de la vida, ya que para los revolucionarios también ese cuidado es nuestra premisa. Pero los empresarios, los grandes patrones, boicotean la cuarentena de manera sistemática y de múltiples formas. Si se intenta gobernar dentro de los marcos del capitalismo, las leyes ciegas del mercado harán sentir su peso. Hemos señalado que no se puede controlar lo que no se tiene, y controlar las empresas de los capitalistas no resulta posible.

Esta fue la lógica durante 12 años del gobierno kirchnerista en momentos en que el país se vio favorecido por el alza de precios de las materias primas y que finalmente se agotó, cuando retrocedieron sumiendo a toda la región en la recesión del 2014-15, ¡qué queda entonces para las familias obreras y la juventud, en momentos en que se profundiza la crisis mundial de la economía -por la que los países se derrumban- y el hambre arrecia en las calles de la mano del COVID-19!

Alberto Fernández intenta mantener una relativa independencia del gobierno, pero las clases dominantes le han declarado la guerra a los trabajadores y este hecho, como en el resto del mundo, tendrá más temprano que tarde un impacto sobre la conciencia de los de abajo. Una vez que termine la pandemia, la lucha que se avecina residirá en definir quién paga la cuenta.

Si bien es cierto, como dijimos más arriba, que existen una serie de medidas que traen alguna mejora transitoria a las familias obreras y trabajadoras, de igual modo desde el Estado y el gobierno tales medidas implican un salvataje a las empresas y a las fábricas: créditos blandos al 24%, rebaja de los aportes patronales, eximición de impuestos, etc. Hay una disputa que aún no se ha cerrado entre el gobierno y los bancos que se negaron a dar los créditos al 24% con la simple garantía del Estado.

Ya se han dado experiencias anteriores en el país y en el mundo en las que los Estados, en momentos de crisis mundial como en la depresión de 1930 o durante las guerras mundiales, echaron mano al recurso de estatización de servicios, fábricas, etc., alternando incluso con impuestos a las grandes fortunas. Pero la cuenta gigantesca que se está acumulando la vamos a terminar pagando los de siempre, quienes producimos la riqueza, los millones de mujeres y hombres de a pie.

Los economistas y líderes del mundo comparan la situación actual con la Primera y Segunda Guerra Mundial; según ellos nos encontramos en una situación de guerra ante un enemigo silencioso: el COVID-19 que hace estragos en la salud y economía de los pueblos.

En realidad, la crisis se produce por el virus de la descomposición capitalista potenciada por el virus de la enfermedad del coronavirus. Se trata de combatir a uno y otro, tal tarea se encuentra en manos de la inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras.

La preocupación de la clase dominante mundial en boca de Henry Kissinger

La preocupación que muestra Henry Kissinger en un artículo publicado en The Wall Street Journal del 03/04/2020, es expresión no sólo de la crisis política y económica de EEUU, que en el pasado reciente fue la primera potencia mundial, sino del conjunto de los sectores políticos que se encuadran en la ideología neoliberal y de la credibilidad del capitalismo como estación terminal del desarrollo de la humanidad, “el mundo se encuentra en llamas” sentenció.

Esta intranquilidad se basa en la crisis de credibilidad de las instituciones capitalistas que antes contenían y daban una respuesta a los problemas de millones de personas, del papel que incluso en el pasado jugó indudablemente EEUU como motor de la economía.

El miedo fundamental en esta realidad surrealista de la pandemia -haciendo alusión a la guerra mundial- como la define Kissinger en su escrito, es la independencia de los trabajadores una vez que toman en sus manos el destino de sus vidas, cuando confían en sus fuerzas, cuando se avanza en la conciencia y se organizan, entonces, se incrementa el temor de los capitalistas.

El sistema se ha agotado. Las fuerzas productivas -la industria, la técnica y la ciencia- han superado los límites de las relaciones de producción restrictivas de la propiedad privada de los medios de producción. El mercado es demasiado estrecho para la capacidad productiva que ha creado el capitalismo. Y los burgueses en boca de Henry Kissinger, lo saben.

El Estado benefactor en el contexto actual

La perspectiva, multiplicada en una diversidad de análisis políticos y económicos en las últimas semanas, del retorno al keynesianismo como salida económica y social, la idea de que el Estado benefactor puede jugar un rol superador, posee restricciones innegables en la presente coyuntura.

Por una parte, y según se ha señalado antes, la magnitud y características de la crisis actual, los niveles de recesión -que para muchos economistas superarán los de la Gran Depresión de 1930-, la debilidad en materia fiscal, en suma, el enfriamiento económico a nivel mundial, hacen extremadamente difícil pensar que una salida keynesiana exitosa en sus propios términos hoy sea factible, con independencia de los límites de esta concepción económica en general.

La abismal diferencia entre la transferencia de recursos a los trabajadores en comparación con lo que recibe la economía concentrada es escandalosa, incluso en este contexto, en el que algunos países han procurado aumentar la liquidez y con ello activar mínimamente una economía deprimida, mediante asistencia directa o intentos de ampliación del crédito a tasas bajas a los sectores más damnificados que no resuelve los problemas estructurales.

¿Fascismo?

Indudablemente existe en la vanguardia, de manera contradictoria, la preocupación por la posible emergencia del fascismo como consecuencia de esta crisis, no necesariamente de manera idéntica a la de los años ’30 y ’40 en España, Italia, Japón y Alemania, sino como “fascismo social”.

Innegablemente, los contextos históricos son diferentes no sólo en la fase de descomposición del capitalismo a escala planetaria sino por el desarrollo de la agudización de la lucha de clases en la región y el mundo, incluso potenciado por los efectos de la pandemia.

Ahora bien, para que surja el fascismo, en primer lugar, debe mediar una derrota de los trabajadores y la disolución de sus organizaciones -sindicatos, cuerpos de delegados, sus organizaciones de masas-.

En segundo término, la base material del fascismo ha sido siempre la pequeña burguesía urbana y del campo, como también el lumpen proletariado. En tanto la clase obrera no pudo lograr sus objetivos, la pequeña burguesía se sintió desilusionada quedando bajo el influjo del fascismo, con posiciones hostiles hacia el proletariado. El capitalismo en la actualidad, proletarizó a gran parte de la pequeña burguesía, como es el caso de los médicos u otras profesiones. También es preciso señalar que el fascismo, como categoría política, es un fenómeno que solo se ha dado en países imperialistas.

León Trotsky señaló que: “Tanto el análisis teórico como la rica experiencia histórica del último cuarto de siglo demostraron con igual fuerza que el fascismo es en cada oportunidad el eslabón final de un ciclo político específico que se compone de lo siguiente: la crisis más grave de la sociedad capitalista; el aumento de la radicalización de la clase obrera; el aumento de la simpatía hacia la clase trabajadora y un anhelo de cambio de parte de la pequeña burguesía urbana y rural; la extrema confusión de la gran burguesía; sus cobardes y traicioneras maniobras tendientes a evitar el clímax revolucionario; el agotamiento del proletariado; confusión e indiferencia crecientes; el agravamiento de la crisis social; la desesperación de la pequeña burguesía, su anhelo de cambio; la neurosis colectiva de la pequeña burguesía, su rapidez para creer en milagros; su disposición para las medidas violentas; el aumento de la hostilidad hacia el proletariado que ha defraudado sus expectativas. Estas son las premisas para la formación de un partido fascista y su victoria.” Bonapartismo, fascismo y guerra, agosto de 1940.

Como vemos las condiciones para un giro fascista no están presentes hoy en nuestra región del modo citado, aunque esto no implica que la clase dominante no intente moverse hacia formas de gobierno que acentúan el control policíaco, castigando con la espada en un momento determinado, si la dinámica de la lucha de clases se lo permite y si su dominio político está en riesgo. Pero esto es algo muy distinto del fascismo. No hay giro a la derecha de las masas ni amenaza fascista. El período abierto antes de la pandemia, es el de los estallidos sociales y para eso debemos prepararnos.

En cuanto al llamado fascismo social, que no supone la vigencia de un fascismo estatal en cuanto a su forma política, pero subraya la presencia de rasgos económicos, sociales y culturales de cuño represivo, homofóbico, racista y autoritario, entre otros, supone una devaluación de las democracias y una tendencia regresiva en todos los campos. No obstante esa categorización debe ser precisada, pues en las entrañas del Estado de una clase, la clase propietaria, aún el de cuño más progresista, siguen pujando los intereses del gran capital, que apela a estas modalidades de control y represión social para mantener el status quo y frenar la conflictividad de los explotados, cuando ve amenazadas sus condiciones de dominación. Tal fascismo social no puede ser extinguido si no es con el avance organizativo y político de la clase obrera y de los explotados en la perspectiva de liquidar al Estado capitalista, no basta con una reconversión “progresista” del Estado burgués.

Como señalamos las tendencias en la región y el país no indican un viraje hacia al fascismo en el próximo período. En términos concretos la situación actual en nuestro país es que el Gobierno de Fernández, intenta colocarse por encima de las clases sociales, jugando como árbitro entre los sectores de derecha más rancia, el conjunto del empresariado, los agro negocios y el sector financiero, sus representantes políticos y los trabajadores. En un principio intentó jugar la carta de un gran frente de Unidad Nacional, algo que fue boicoteado por el empresariado al patear el tablero en cuanto imponer una reforma laboral en los hechos.

Ahora Fernández intenta una relativa independencia que le permita hacerse de dinero en caja, avanzando en el proyecto de gravar un impuesto del 1% a las 15.000 fortunas más grandes del país, sumado a un re-perfilamiento de la deuda, intentando escapar del default en tanto le permita acceder a créditos internacionales más adelante y presentando el pago del 35% de los intereses de la deuda más capital. Por lógica los deudores públicos y privados, tenedores de bonos, antes que no recibir nada son plenamente conscientes de que tal porcentaje, más el pago del capital en la crisis actual, es todo un negocio. Tanto el Banco Mundial como el FMI conocen acabadamente estas implicancias e incentivan a los bonistas privados a aceptar la propuesta. Hay que tener en cuenta que este proceso se da en una época de declinación imperialista.

Fernández, como uno más de una serie de líderes mundiales, intenta una vuelta al pasado de pos-guerra, al keynesianismo para evitar que surja un movimiento independiente de los trabajadores.

Esta situación de crisis puede tomar caminos que ubique al Gobierno de Fernández en posiciones alternas, pivoteando entre dejar hacer a los grandes patronos, y atender a la subsistencia de los de abajo, todo combinado con la espada, o en un escenario de agudización de la lucha de clases, que sea empujado a tomar medidas que hoy no son parte de la agenda del gobierno.

Hacia dónde vamos

La situación de la pandemia en Argentina ha entrado en una segunda fase, no sólo porque los empresarios han pateado el tablero -por lo menos hasta cierto punto- pues la cuarentena ha comenzado lentamente a romperse, sino que se ha ingresado en un período delicado, por la presión de la situación económica y del propio aislamiento. En efecto, la necesidad del trabajo resulta apremiante para la mayoría de los trabajadores, gravitando además la amenaza de despidos masivos y la extensión de la baja de salarios hasta el 30% o el 50% por el mes trabajado.

La contradicción es flagrante ya que se llama a que nos quedemos “en casa”, mientras las grandes patronales desconocen el DNU que prohìbe los despidos por 60 días. Es evidente que en esa pulseada los empresarios han doblado el brazo al gobierno. Acá se demuestra que los empresarios no son buenos, ni patrióticos. ¡Su única patria es su bolsillo!

Los trabajadores no podemos soportar el aumento creciente de la desocupación estructural ni vivir de las migajas de una sociedad que se descompone. En una sociedad basada en la explotación, el derecho al trabajo es el único y más fundamental derecho que nos queda. No obstante, se nos quita este derecho a cada instante. Contra la desocupación estructural, aunque nos quieran ilusionar con que una vez que termine la cuarentena todo volverá a la normalidad, es preciso levantar la consigna del reparto de las horas de trabajo. Los sindicatos, los cuerpos de delegados y otras organizaciones de masas deben unir a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él, por medio de la solidaridad, por ello, el trabajo existente debe ser distribuido entre todos los trabajadores determinando así la jornada y semana laboral sin afectar el salario.

Parece evidente entonces que la magnitud de la crisis capitalista, potenciada y agravada por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia, plantea un horizonte de agravamiento de las condiciones de vida de los explotados, de pérdida de puestos de trabajo, y de precarización para quienes los conserven. No es posible suponer que medidas estatales tendientes a atenuar el impacto de esta crisis resulten mínimamente eficaces para dar cuenta de la gravedad de la situación. Tampoco es posible postular que los diferentes sectores de la economía concentrada, las patronales empresariales, agrarias y el poder financiero, vayan a ceder sus ganancias y privilegios, ni que la autoridad estatal sea eficaz para lograr esos objetivos.

En este escenario de agrietamiento del sistema, y de incertezas profundas respecto del futuro inmediato, la única perspectiva capaz de resolver las contradicciones y limitaciones de la dominación capitalista actual es la de la organización de la clase obrera y los explotados en general, para darse un programa político revolucionario.

Qué hacer

En este marco de crisis gigantesca a nivel mundial y de recesión imparable, sabemos que los obstáculos para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas son dos: primero, la propiedad privada de los medios de producción, los bancos, las fábricas, las grandes extensiones de tierras, las empresas y segundo, el Estado como garante del sostenimiento de las condiciones generadas por la clase dominante.

En ese sentido se impone una discusión política que ponga en el centro de las transformaciones inmediatas la nacionalización de la banca, del comercio exterior, la nacionalización de empresas, el control de la crisis sanitaria en manos de los trabajadores.

A su vez, es preciso fortalecer la autogestión obrera y de los sectores explotados en general, de manera que sea la escuela de la experiencia política de la independencia de clase la que señale la factibilidad de la salida revolucionaria.

Es necesario además, marcar enérgicamente el fracaso de una estrategia política, por parte de diversos espacios del reformismo, que, sin consideración de la real dialéctica material e histórica del sistema capitalista y de esta hora a nivel mundial, siguen confiando el destino de la humanidad a la lógica electoral y su traducción parlamentaria, o al Estado como un garante de derechos, capaz de conciliar intereses de clase abismalmente contrapuestos.

Más allá de las buenas intenciones, está la cruda verdad del impulso devorador de la clase propietaria, que está dispuesta a sacrificar tantas vidas como sea necesario para sostener su ya frágil predominio. No hay discurso parlamentario, ni medida estatal que pueda resistir por mucho tiempo, ni de manera acabada, proporcional a la magnitud de los desafíos presentes, ante la lógica de avance destructivo de los personeros del gran capital.

La significación y alcances de la sentencia tantas veces pronunciada ¡Socialismo o barbarie!, no ubica a esa disyuntiva en un futuro utópico, ni tampoco constituye una mera declamación retórica, sino que cobra plena actualidad y ella debe traducirse en la urgencia de las tareas y en la claridad de los objetivos del presente. La barbarie está ya entre nosotros de modo desnudo, la construcción de la revolución socialista es hoy, más que nunca, una cuestión de supervivencia para la humanidad.

“Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletario carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que, en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición. Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás.”
Manifiesto Comunista Carlos Marx – Federico Engels