Alan García y Uribe acuerdan un frente “antichavista”, pero los trabajadores y campesinos tomarán la senda de las revoluciones venezolana y boliviana
Los resultados de las elecciones presidenciales en Perú y Colombia fueron celebrados por las burguesías latinoamericanas y los imperialismos norteamericano y europeo como un triunfo contra la expansión “chavista” en el continente. Los principales diarios burgueses latinoamericanos resaltaban, exultantes, que Colombia y Perú se habían transformado en el “cordón sanitario” que detendría el impacto de la revolución venezolana más allá de sus fronteras.
Sin embargo, una mirada más profunda sobre estos resultados nos dice que, lejos de conjurar la amenaza de la revolución, simplemente anticipan los procesos que están por venir. Los gobiernos burgueses de Alan García y Álvaro Uribe, parten de una posición de mayor debilidad que los gobiernos precedentes en sus países y con una oposición política y social por izquierda mayor de la que había hace unos meses.
En lugar de conjurar la revolución, la situación social y política de ambos países nos indica que empiezan a caminar por la senda de las revoluciones venezolana y boliviana.
Un balance de las elecciones colombianas
En Colombia puede sorprender que ese canalla reaccionario y marioneta del imperialismo norteamericano, Álvaro Uribe, haya sacado el 62% de los votos en las elecciones presidenciales del pasado 27 de mayo. Pero este dato es menos sorprendente si tenemos en cuenta que la abstención llegó a cerca del 60% del padrón electoral. Lo realmente llamativo fue el gran desempeño de la coalición de izquierda, el Polo Democrático (basada en el antiguo PC), que quedó en segundo lugar con el 22% de los votos, relegando al tradicional Partido Liberal al tercer lugar con apenas el 10%. Hay que hacer notar que el Polo Democrático, que ya había conseguido la alcaldía de Bogotá hace tres años, prácticamente estaba desaparecido de la política nacional desde hace años, monopolizada por los tradicionales partidos Liberal y Conservador, y el frente electoral de Uribe. Los dos primeros han desaparecido prácticamente de la escena política colombiana después de 158 años de existencia, todo un punto de inflexión en la situación política. No es casualidad, entonces, que muchos trabajadores colombianos hayan celebrado con auténtico entusiasmo el desempeño electoral del Polo Democrático.
Hay que tener en cuenta, además, que Colombia es un país con un régimen semidictatorial que se ha convertido en los últimos años en un campamento militar de los EEUU con la excusa de la “guerra al narcotráfico”. Por lo tanto, la posibilidad del fraude electoral está presente en algunas zonas. El Gobierno utiliza, además, la presencia de la guerrilla de las FARC para mantener una política de terror y represión y justificar recortes a los derechos democráticos. En el informe anual de Amnistía Internacional, publicado en el mes de mayo, se contabilizan 2.750 casos de asesinatos políticos a manos de los paramilitares en los años recientes, muchos de ellos dirigentes sindicales y populares.
Pese a todo, en los últimos 3 años se aprecia claramente una revitalización de las luchas obreras y populares en Colombia. Hubo varios paros generales y movilizaciones masivas contra la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EEUU, convocados por los sindicatos obreros. Más recientemente hubo luchas obreras importantes como la de los obreros de las bananeras de Urabá, o las los empleados judiciales. También hubo marchas de indígenas y campesinos, y manifestaciones estudiantiles en las principales universidades de Colombia.
Se ve claramente en Colombia como el protagonismo de la lucha social ha pasado en los últimos años de las manos de la guerrilla campesina de las FARC a los trabajadores de las ciudades. Este es un síntoma muy positivo. La experiencia en Colombia ha demostrado suficientemente que la manera más correcta de enfrentar a los gobiernos capitalistas y de encolumnar al conjunto de las masas oprimidas y explotadas, es con los métodos de lucha de la clase obrera: huelgas, movilizaciones y levantamientos populares.
La actividad de las FARC, aislada y desconectada de los trabajadores de la ciudad y el campo, recurriendo a veces a los métodos equivocados de acciones armadas individuales con resultados contraproducentes para la propia guerrilla y el movimiento popular, es utilizada por el gobierno de Uribe y la reacción para dividir a los trabajadores y campesinos, y justificar su política de terrorismo de estado contra los luchadores obreros y populares.
Las FARC podrían jugar un papel útil, si actuara como un complemento a la lucha de las ciudades, poniéndose a disposición de los trabajadores en lucha y de las comunidades campesinas, para ayudarlos a formar Comités de Autodefensa Obrera y campesina en las ciudades y el campo, para enfrentar a los sicarios de la patronal y de los terratenientes, bajo la dirección de la clase obrera y de sus organizaciones.
Colombia entra en una nueva etapa de la lucha de clases. Los efectos del TLC en la economía colombiana en los próximos años no hará sino ensanchar el malestar social y extender las protestas populares, unido a los programas de privatizaciones en marcha y a los recortes sociales.
Sobre la base de la experiencia y de los efectos de los movimientos revolucionarios que golpean sus fronteras en Venezuela, Ecuador y próximamente en Perú, la clase obrera y el campesinado pobre colombiano se elevarán hasta sus tareas históricas en la lucha por el socialismo.
Las elecciones peruanas
Como ya analizamos en nuestro balance de la primera vuelta de las elecciones peruanas, realmente lo que hubo en Perú fue un rechazo a las políticas capitalistas del gobierno de Toledo y un giro a la izquierda en la conciencia política de las masas. El candidato más votado en la primera vuelta, con el 31%, fue Ollanta Humala, a quien gran parte de las masas vinculaban con reformas radicales a favor de los trabajadores y campesinos pobres y con los gobiernos de Chávez y Morales. Es importante destacar que Humala apenas tenía un apoyo del 7% en las encuestas en septiembre del 2005. La candidata de la burguesía y del imperialismo, Lourdes Flores, sufrió una derrota humillante quedando en tercer lugar con el 23% de los votos, cuando hace unos meses las encuestas le auguraban una victoria segura. El APRA de Alan García quedó en segundo lugar con el 24%, gracias a que desplegó una campaña demagógica con discursos incendiarios contra “los ricos” y contra la “derecha”, centrando sus críticas en Lourdes Flores.
Alan García también se benefició de la campaña histérica de mentiras y calumnias que lanzaron contra Humala los medios masivos de comunicación burgueses, acusándolo de tendencias militaristas y dictatoriales, y de mantener vínculos con el régimen del expresidente Fujimori y con prácticas de terrorismo de estado en la década de los 90, un período especialmente odiado por los trabajadores y campesinos peruanos. Aunque gran parte de los votantes de Alan García seguramente simpatizaban con las promesas de Humala de justicia social y con sus discursos fuertes contra el “neoliberalismo”, optaron por apoyar a García “por izquierda” ante las dudas y las incertidumbres que les producía un candidato como Humala, quien durante la campaña electoral se empeñó además en moderar progresivamente su discurso con la intención de “no asustar” a las capas medias ni a la burguesía.
Por último, es interesante notar que en la primera vuelta, hubo un 15% de votos en blanco, pese a que estaban presentes todo tipo de ofertas políticas desde el punto de vista burgués, lo que demostraba la gran desconfianza existente hacia los partidos del régimen, desconfianza que también se extendía a Humala por las razones antes comentadas.
Un voto que apeló al miedo y la incertidumbre
No fue casualidad que tanto la oligarquía peruana como el imperialismo entraran en pánico a la vista de estos resultados. De ahí que apoyaran con todos los medios a su alcance a Alan García en la segunda vuelta de las elecciones del 4 de junio, un candidato que no les merecía ninguna confianza por su amplio desprestigio en las masas, tras la experiencia de su gobierno nefasto en el período 1985-1990, pero no tenían alternativa.
Por supuesto, ellos no temían a Humala, que cada día que pasaba moderaba su discurso, intentando tranquilizar a la clase dominante de que no era un aventurero peligroso. Pero los capitalistas, terratenientes e imperialistas sabían que las masas, si Humala ganaba las elecciones presidenciales, lo verían de manera diferente, y que eso podría desatar un movimiento incontrolado desde abajo. Y los últimos acontecimientos en Bolivia, con las medidas tomadas por el gobierno de Evo Morales de nacionalizar parcialmente los hidrocarburos y el inicio de una reforma agraria limitada, no habrán sino reforzado estos temores en la clase dominante.
En estas condiciones, si Ollanta Humala quería ganar estas elecciones, sólo tenía como alternativa radicalizar su discurso, anunciando medidas socialistas de expropiación de la tierra, los bancos, de las empresas privatizadas y de los recursos naturales, el no pago de la deuda externa, el rechazo al TLC, etc. Si así lo hubiera hecho, hubiera provocado un entusiasmo enorme en las masas inclinando decisivamente a su favor el resultado electoral. En lugar de eso diseñó una campaña electoral a la defensiva con discursos ambiguos contra el “modelo neoliberal”, sobre la necesidad de una nueva Constitución Política y una nueva República; sobre “revisar” las privatizaciones pero sin cuestionarlas, de “Construir un Plan de Desarrollo de Mediano y Largo Plazo” y “repotencializar” la economía, y otras banalidades por el estilo.
En cambio, de manera inteligente, Alan García, con todos los medios de comunicación y económicos de la burguesía tras de sí, lanzó una campaña muy ofensiva explotando sus discursos demagógicos de la primera vuelta diciendo que su gobierno sería de “centroizquierda”, y apelando al chauvinismo nacional en contra de Chávez acusándolo de inmiscuirse en la campaña electoral peruana, con el fin de movilizar detrás suya a toda la base social de la pequeñaburguesía y de los sectores más atrasados de los trabajadores y campesinos, con el clásico discurso bonapartista: “yo o el caos”.
Humala, en lugar de contraatacar haciendo énfasis en la necesidad de seguir el camino de las revoluciones venezolana y boliviana que, indudablemente despiertan una gran simpatía en las masas trabajadoras del Perú, hizo todo lo que pudo por despegarse de Chávez y Morales, ofreciendo una imagen vacilante e inconsistente. Ante la ambigüedad de su programa y de su discurso, los sectores vacilantes y dubitativos de las masas que podrían haber inclinado la balanza a su favor, al no apreciar diferencias fundamentales en los programas de ambos candidatos, optaron por votar a Alan García, ya que parecía el candidato más “confiable”.
Pese a todo, Alan García consiguió apenas el 53% de los votos, muy lejos de la victoria apabullante que le daban las encuestas prefabricadas; y Humala consiguió cerca del 47%.
Hay que destacar que de los 24 departamentos en que se divide el Perú, Humala ganó en 14 (en los distritos más pobres del interior del país) y Alan García solo en 10, entre ellos Lima y los principales departamentos de la costa.
Perú se encamina hacia un estallido social
El gobierno de Alan García se asemejará a un hombre sentado a lomos de un tigre. Debido a su pasado y a su trayectoria política en los últimos 20 años, en general hay un gran escepticismo y desconfianza hacia él entre las masas. No estamos en 1985 cuando la primera victoria del APRA se dio en medio de una euforia general. Ahora se impuso un chantaje a las masas: "Si no votan a García se viene el caos". Por lo tanto, es un voto que no apela al entusiasmo, sino al miedo y a la incertidumbre, algo así como el voto a Bush en las elecciones presidenciales del 2004. Y ahora vemos que cuando las masas en EEUU vieron toda la mentira y falsedad sobre la que los obligaron a votarlo ahora se convirtió en su contrario y hoy la popularidad de Bush es sólo del 29%, y bajando. Tenemos que la mayoría de la población ahora desaprueba la guerra en Irak, y el magnífico movimiento de millones de trabajadores inmigrantes barriendo las calles. Es un gran cambio en la situación objetiva, pese a que no hay una crisis económica todavía en los EEUU.
En el Perú el proceso será más rápido y convulsivo porque no dispone de las reservas materiales que tiene el imperialismo norteamericano. No cabe duda de que el Perú se encamina hacia grandes acontecimientos. La clase dominante y el imperialismo no pueden ocultar su pánico hacia ese gigante dormido que es la clase obrera y el campesinado pobre peruano.
Hay memoria sobre lo que representa Alan García, y también un sentimiento cada vez más extendido de que las cosas no pueden seguir como hasta ahora. El apoyo a Humala es una expresión de esto. Por eso, la paciencia con el gobierno de García no durará mucho. Y es probable que en pocos meses comencemos a ver un estallido de luchas para obligar al gobierno a que cumpla sus promesas.
Y no se puede desconocer que gran parte del voto al APRA fue por su discurso izquierdista y de rechazo a lo que las masas interpretan como “neoliberalismo”; es decir, las políticas de hambre y entrega del capitalismo peruano.
Pero Alan García, un agente venal de la burguesía y del imperialismo norteamericano, no tiene otra opción sino hacerles el trabajo sucio para salvaguardar sus intereses (sosteniendo las privatizaciones, acordando con la firma del TLC con EEUU, profundizando una miseria y una pobreza cada vez más extendidas). Esto le llevará a un rápido desprestigio ante la población.
En la medida que ningún grupo tiene mayoría absoluta en el Congreso, Alan García sólo tendrá la opción de pactar su política con los demás partidos burgueses, descartado un acuerdo de gobierno con Humala. Aunque sobre la base de los números, el APRA y los demás partidos burgueses tienen asegurada una mayoría en el Congreso, las masas en la calle no aceptarán así nomás el argumento de esta aritmética parlamentaria. Exigirán hechos para solucionar sus acuciantes problemas sociales. Hechos que no tendrán acogida en la política de Alan García. La inestabilidad social resultante de esto planteará tarde o temprano una crisis política e institucional enorme, más profunda cuanto más se alargue en el tiempo. Es bastante probable que, en esta situación, los capitalistas peruanos y el imperialismo no tengan otra opción que entenderse con Humala, como un último recurso para conjurar un estallido social, negociando algún tipo de participación en el Gobierno, y así desviar la atención de las masas para buscar respiro por un tiempo, sobre la base un frente de “Unidad Nacional”. Esto abrirá una nueva etapa de la lucha de clases en el Perú.
Pero este gobierno, o una resultante del mismo sobre la base de elecciones anticipadas que le dieran una mayoría a Humala, se enfrentaría al mismo dilema. Habría presiones colosales por parte de las masas trabajadoras, pero también de la clase dominante. Aunque, por su carácter aventurero, no está absolutamente claro qué rumbo le daría Humala a su política en esta situación, la experiencia dice que no se puede contentar por igual a los ricos y a los pobres, a los capitalistas y a los trabajadores, a los terratenientes y a los campesinos pobres y peones rurales.
En todo caso, sin una política socialista que expropie a la oligarquía y las multinacionales imperialistas, Humala tendrá que actuar en la práctica como un agente de ellos, lo que preparará una enorme crisis en su movimiento con escisiones a izquierda y derecha. Tarde o temprano, las fintas del juego parlamentario no podrán impedir lo que es inevitable y está implícito en toda la situación política y social peruana: un estallido revolucionario de las masas de trabajadores, de los campesinos pobres y del resto de capas oprimidas de la sociedad.
Construir una herramienta revolucionaria
Las elecciones del 4 de junio no resolverán nada. Las masas trabajadoras peruanas aprenderán en la escuela de la lucha. El activismo de izquierda del Perú debe acompañar y marchar hombro con hombro con ellas, estableciendo vínculos con los sectores más activos y conscientes, tanto con aquellos mantienen ilusiones en el movimiento humalista, como también con las bases descontentas del Frente Amplio (la izquierda reformista basada en el PC) y los sindicatos.
Los trabajadores peruanos tienen grandes tradiciones combativas y revolucionarias. Están llamados a jugar un papel protagónico en los próximos meses y años. Armados con un programa socialista y revolucionario serán invencibles. Pero hay que sacar las lecciones de los últimos años. La única alternativa para los trabajadores peruanos y los campesinos pobres está en la construcción de una herramienta política de clase, armada con un programa socialista y revolucionario que se plantee expropiar a los grandes monopolios, los banqueros, terratenientes y multinacionales, sin indemnización y bajo el control de los trabajadores y el pueblo pobre puede dar satisfacción a los reclamos populares, poniendo a disposición de la mayoría los grandes recursos económicos, naturales y humanos del Perú para sacar al país del atraso y de la opresión imperialista.