Con el nombramiento de Rishi Sunak como primer ministro británico, los políticos y comentaristas de derecha han aprovechado la oportunidad para darse palmaditas en la espalda por ser parte de una sociedad tan moderna y progresista que tiene a un miembro de una minoría étnica como líder del país.
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El cargo de primer ministro de Sunak también está acompañado por otro político de ascendencia india como ministra del Interior, Suella Braverman. Sería justo decir que su gobierno no sólo es bastante reaccionario en general, sino también que es específicamente reaccionario hacia los inmigrantes. De hecho, Braverman destacó a los indios como los peores violadores de las fronteras de Gran Bretaña.
Gracias a sucesos como este, se ha vuelto cada vez más obvio para muchos en la izquierda que la política de identidad no solo es hueca, sino también una herramienta cínica de la derecha para sembrar confusión y división.
Caballo de Troya
De hecho, a través de un proceso de prueba y error, la clase dominante se ha decidido por la política de identidad como su arma primaria contra la izquierda. Ha descubierto que el subjetivismo de esta corriente, y su apariencia de izquierda o progresista, tienen un valor incalculable.
Los líderes de las organizaciones de izquierda temen rechazar las falsas acusaciones de racismo o misoginia por temor a parecer reaccionarios. Como los ciudadanos de Troya, la izquierda ha aceptado e interiorizado las armas del enemigo. En consecuencia, el movimiento se ve cada vez más atacado desde dentro de sus propios muros.
Lo que distingue a las políticas de identidad es su individualismo subjetivo. No le interesan las causas objetivas de la opresión, ni proponer ninguna forma de lucha colectiva para acabar con esta opresión. En cambio, simplemente habla de las experiencias de los miembros de los grupos oprimidos como individuos.
Asume que solo los individuos del grupo oprimido en cuestión tienen la capacidad de comprender, o el derecho de representar, a ese grupo oprimido. E insiste en que cualquier acusación de racismo, sexismo, etc. debe aceptarse automáticamente cuando la hace un miembro de un grupo oprimido. Si esta acusación es rechazada por alguien, eso es en sí mismo, automáticamente, un acto de opresión.
Este subjetivismo es muy útil para la clase dominante. No solo relega cualquier comprensión de cómo el capitalismo y la sociedad de clases necesariamente producen opresión, sino que también les permite socavar a la izquierda al disolver sus organizaciones colectivas a favor de la discriminación positiva.
En lugar de luchar por un programa político que pueda liberar a los grupos oprimidos, las personas de derecha o apolíticas que resultan ser personalmente miembros de un grupo oprimido pueden ser promovidas e incluso otorgarles posiciones de liderazgo, todo con la apariencia de ser un paso en el camino hacia la liberación.
Representación y opresión
En la actualidad, casi todos los sindicatos, partidos obreros y otras organizaciones de izquierda tienen cuotas o asientos reservados en los órganos de dirección para miembros de minorías y grupos oprimidos. Esto se acepta casi sin cuestionamientos.
Supuestamente, se hace para garantizar una representación suficiente de los grupos que históricamente han estado muy poco representados y oprimidos. Sin embargo, en un examen más detenido, está claro que esta política tiene muy poco que ver con la forma de liberar a estos grupos en su conjunto y, en cambio, se basa en dar posiciones simbólicas a unos pocos individuos. Es como si fuera más importante que unas pocas personas lleguen a ‘ser una voz’, un ‘modelo a seguir’ para las personas oprimidas, que luchar efectivamente por su liberación.
Esto queda claro cuando los defensores de estas políticas atacan a los blancos, o a los hombres, por atreverse a opinar sobre cómo combatir el racismo o la misoginia. La objeción no es que sus ideas sean incorrectas, sino simplemente que estos individuos no pueden entender qué es experimentar el racismo o la misoginia, y que al hablar de ello están ocupando el tiempo y el espacio de las personas de los grupos oprimidos.
Pero tal objeción pierde por completo la tarea del movimiento obrero, que no es ‘dar voz’ a las experiencias de opresión, sino comprender la base histórica de la misma y proponer soluciones políticas.
Karl Marx nunca trabajó como esclavo asalariado, pero eso no es un problema porque el propósito de su obra El Capital no es describir la experiencia de ser un trabajador explotado. Es un análisis teórico materialista histórico de las leyes del capitalismo, y como tal explica por qué el capitalismo debe explotar a la clase trabajadora y debe tener periódicamente crisis económicas.
¿Sería mejor ignorar las ideas teóricas de Marx y, en cambio, basar nuestro movimiento simplemente en descripciones detalladas de cómo es ser un trabajador explotado?
La falta de sinceridad de la política de identidad en el movimiento obrero es clara cuando consideramos cuán inconsistentemente se aplica.
En la izquierda del Partido Laborista, por ejemplo, el sistema de cuotas para los grupos oprimidos encuentra un apoyo casi unánime. Y, sin embargo, cuando Corbyn se enfrentó a Yvette Cooper y Liz Kendall, ni un solo izquierdista sugirió votar por estas candidatas contra Corbyn, a pesar de que se postularon para ser la primera mujer líder del Partido Laborista.
Dadas las circunstancias, era obvio para todos que la política de izquierda de Corbyn superaba por completo las cuestiones de identidad personal. Estaba claro para los partidarios de Corbyn que su política habría sido mejor para las mujeres obreras que las de Liz Kendall, a pesar de que nunca ha sufrido abusos misóginos.
Incluso tuvimos el fenómeno de ‘Grime4Corbyn’, que fue una expresión espontánea de apoyo a Corbyn de los músicos de la escena musical Grime, un género abrumadoramente negro, a pesar de que Corbyn es blanco.
En las primarias de 2015, ganadas por Corbyn, Chuka Umunna se presentó inicialmente (retiró su candidatura antes del final). Umunna es de ascendencia nigeriana, pero también es un ardiente blairista. Si se hubiera convertido en líder laborista, ¿cuáles son las posibilidades de que hubiéramos visto ‘Grime4Umunna’? Parece muy poco probable, porque Umunna es obviamente un político conservador.
¿Qué nos dice eso sobre lo que inspira a muchos jóvenes negros? Nos dice que entienden que la política de alguien, sus principios, son mucho más importantes para la lucha contra la injusticia que su identidad personal.
Cuando Corbyn lideraba el Partido Laborista, los derechistas lo atacaron por tener muy pocas mujeres en los puestos más altos de su gabinete en la sombra, llamándolo «brocialista» [Fusión de las palabras inglesas “brother”, hermano, y “socialista”, NdT]. Estos ataques formaban parte del cínico juego de políticas de identidad ya que, en las primarias de 2020, los mismos derechistas apoyaron a Keir Starmer en lugar de a Rebecca Long Bailey. De repente, lo que contaba era la posición política de uno, no la identidad personal.
Clase dominante racista
Nunca se afirma abiertamente (por miedo a sonar insensible o racista), pero en realidad todo el mundo reconoce que la identidad personal de los miembros de los grupos oprimidos no garantiza que tengan una comprensión correcta de la opresión que sufre su propio grupo.
¿Qué piensan los de izquierda, que se oponen al racismo, sobre políticos como Shaun Bailey? Fue el candidato tory a la alcaldía de Londres en 2021. No solo es tory, sino que en 2005 dijo que “acoger a los hindúes le roba a Gran Bretaña su comunidad y convierte al país en un pozo negro plagado de delitos”. ¿Deberíamos seguir acríticamente su consejo sobre el racismo, ya que, como hombre negro, lo más probable es que haya sido alguna vez objeto de racismo?
Lo mismo puede decirse de muchos otros políticos reaccionarios de identidades oprimidas: Suella Braverman, Rishi Sunak, Kwasi Kwarteng, Priti Patel, Kemi Badenoch, etc., etc. Por supuesto, sus puntos de vista sobre el racismo, y todo lo demás, están totalmente en desacuerdo con los de la mayoría de la clase trabajadora negra, musulmana y asiática. Sin embargo, políticos de minorías étnicas con posiciones reaccionarias sobre el racismo y la inmigración ciertamente existen, y algunos de ellos ocupan posiciones de poder.
Tampoco es raro que los miembros de la clase media de los grupos oprimidos culpen a los miembros de la clase trabajadora de su propio grupo por su opresión.
Barack Obama es un ejemplo típico. En 2008, hablando sobre el tema del racismo y el ‘bajo rendimiento’ de los negros, dijo que: “No podemos usar la injusticia como excusa. No podemos usar la pobreza como excusa. Hay cosas bajo nuestro control que tenemos que atender”.
En otro discurso en el mismo año, dijo que:
“Necesitamos que los padres [negros] se den cuenta de que la responsabilidad no termina en la concepción. Necesitamos que se den cuenta de que lo que te hace hombre no es la capacidad de tener un hijo, sino el coraje de criarlo… Depende de nosotros, como padres y madres, inculcar esta ética de excelencia en nuestros hijos”.
En otras palabras, para personas como Obama, muchos de los problemas del racismo son en realidad culpa de los negros, cuya cultura aparentemente es insuficientemente proactiva. Lo que esto muestra es que la experiencia personal del racismo, que sin duda ha tenido Obama, no produce automáticamente una buena posición en la lucha contra el racismo hoy.
Cuotas y arribismo
El uso de cuotas para garantizar una proporción deseada de personas de color o de mujeres en posiciones de poder es un método completamente artificial y burocrático. No hace nada para disminuir el racismo o la misoginia, ni para eliminar las barreras materiales reales que impiden que las capas más oprimidas y explotadas de la sociedad participen en la política.
En el movimiento obrero, cualquier método que sea burocrático es en detrimento de la clase obrera en su conjunto, porque desalienta la participación de las bases y la formación de la conciencia de clase.
La clase obrera no se fortalece con las carreras que burocráticamente recompensan a una pequeña minoría de su clase. Cuanto más se los desaliente de la participación colectiva, a favor de las garantías burocráticas para un pequeño número, más fácil será para la clase dominante obtener lo que quiere. Lo que la clase dominante teme más que cualquier otra cosa es un movimiento obrero de masas.
Unison, el sindicato más grande del país, ha tenido durante décadas un número fijo de puestos en su Consejo Ejecutivo Nacional (NEC) que solo pueden ser ocupados por miembros de varios grupos. Por ejemplo, hay cuatro puestos que solo pueden ser ocupados por miembros negros del sindicato. Eso significa que ningún miembro blanco del sindicato puede presentarse a las elecciones para esos escaños.
En la práctica, esto a menudo significa que los candidatos para estos escaños no tienen oposición, porque no hay suficientes miembros negros que se presenten en la disputa. Como resultado, aquellos que se presentan por sí mismos obtienen automáticamente el puesto.
Lo que esto significa es que no ocupan estos cargos sobre la base de una campaña. En realidad, carecen de una base de apoyo entre los miembros y son desconocidos para ellos. No tienen estas posiciones porque tienen un programa radical para luchar por los intereses de la clase obrera negra. En cambio, su asiento en el NEC es exactamente lo que es: el cumplimiento de una cuota como sustituto de la lucha por los intereses de los trabajadores.
En 2016, la dirección de Unison propuso reducir la cantidad de escaños reservados para miembros afroamericanos a favor de un escaño adicional para un miembro discapacitado. Esto condujo a la poco edificante escena de los miembros negros del sindicato gastando su energía en la conferencia haciendo campaña en contra de esta decisión, esencialmente discutiendo con los miembros discapacitados sobre cuál de los grupos oprimidos necesitaba más asientos reservados.
En cambio, estos miembros podrían haber pasado la semana haciendo campaña por un programa de lucha para que el sindicato liderara el combate contra la austeridad. Dado que Unison organiza a un número extremadamente grande de trabajadores negros mal pagados en el sector público, dicho programa hubiera sido de gran beneficio para los trabajadores negros. En cambio, toda su energía se dedicó a luchar por un puesto garantizado burocráticamente.
Estas políticas han estado vigentes en el movimiento obrero durante décadas. Tenemos derecho a preguntar: ¿qué resultados han dado para los negros de clase trabajadora o para las mujeres de clase trabajadora?
Después de décadas de tales políticas, la desigualdad entre etnias y sexos no ha cambiado o ha empeorado; hemos visto el surgimiento de políticas brutales contra los inmigrantes; hemos visto ataques a los beneficios sociales para las mujeres obreras; y ha habido años de austeridad masiva, que ha afectado enormemente a mujeres y trabajadores negros.
No hay evidencia de que estas políticas de discriminación positiva hayan hecho nada para ayudar a impedir o mitigar estos cambios desastrosos. De hecho, las empeoran, proporcionando la ilusión de que se está haciendo algo y desincentivando la participación masiva y consciente de trabajadores negros y mujeres, a favor de cuotas fijas.
Acusaciones y disculpas
La misma posición idealista subjetiva subyace detrás de la posición de que una acusación de racismo, abuso sexual o misoginia debe aceptarse automáticamente en el movimiento obrero.
El argumento dado para esto es doble. En primer lugar, hay muy pocas acusaciones falsas de abuso sexual y racista en la sociedad, pero hay muchísimos ataques sexuales y por motivos raciales que quedan impunes. Por lo tanto, siempre debemos aceptar cualquier acusación de este tipo, porque lo más probable es que sea cierta, y esto equilibrará un poco el desequilibrio.
En segundo lugar, los casos de abuso solo pueden ser entendidos por la víctima; y otras partes, especialmente si no comparten la identidad étnica o sexual de la víctima, no están en condiciones de juzgar.
No tenemos que ir muy lejos para saber cuáles son las repercusiones de esta ideología para el movimiento obrero. Hemos sido testigos de los llamados escándalo de antisemitismo en el Partido Laborista, por ejemplo; y más recientemente, la debacle en Unison respecto al presunto racismo de la izquierda del NEC.
En ambos casos, la atrincherada burocracia derechista lanzó campañas de acusaciones sobre racismo. En ambos casos funcionó, porque los líderes de izquierda capitularon ante el pánico moral que generaron las acusaciones.
En ambos casos, a pesar de que las acusaciones son manifiestamente falsas, los líderes de izquierda se disculparon por su ‘racismo’ y con ello dieron credibilidad a estas calumnias.
La investigación de Forde ha confirmado (en retrospectiva) que el ala derecha laborista estuvo utilizando cínicamente acusaciones de antisemitismo con fines fraccionales. Sin embargo, John McDonnell y otros destacados izquierdistas dijeron que el partido debía disculparse con la ‘comunidad judía’ por su ‘problema’ con el antisemitismo. Y bajo el liderazgo de Corbyn, El parlamentario de izquierda Chris Williamson fue suspendido por decir que se habían disculpado demasiado por el asunto.
En las primarias que siguieron a la renuncia de Corbyn, la candidata de izquierda Rebecca Long Bailey dijo que los laboristas «le debían una disculpa al pueblo judío». Y en una campaña para elegir una nueva dirección, estuvo de acuerdo en que era “antisemita describir a Israel, sus políticas o las circunstancias en torno a su fundación, como racistas”.
Gracias a la tendencia de la izquierda a aceptar estas acusaciones falsas y disculparse, y de hacer acusaciones infundadas como ésta, este es ahora el método preferido de la derecha para destruir la amenaza de la izquierda.
Ahora es una práctica convencional, cada vez que un izquierdista consigue una posición, que el ala derecha busque en su historial de redes sociales y descubra alguna publicación que pueda interpretarse como racista de alguna manera, incluso si fue de cuando eran niños.
Ni siquiera se necesita encontrar una acusación de una supuesta víctima, simplemente se necesita mostrar cierta insensibilidad percibida hacia el racismo o la misoginia por parte del izquierdista.
La izquierda del NEC de Unison, por ejemplo, fue acusada de racismo simplemente porque la proporción de sus activistas que son negros no era tan alta como podría ser. El NEC cometió el grave error de admitir este ‘racismo’ y disculparse por ello, obviamente temiendo la inevitable ‘confirmación’ de su racismo si se hubieran atrevido a negar ser racistas.
A estas alturas, está claro que aceptar esta presión moral y aceptar cualquier acusación independientemente de su credibilidad, significa nada menos que aceptar liquidar cualquier organización de izquierda.
Con estas ideas, cualquier enemigo de la izquierda no tiene más que lanzar una acusación, por absurda que sea, y la izquierda se derrumbará de inmediato para expiar el pecado del que se le acusa.
Moralidad e hipocresía
Bajo la sociedad de clases, la moralidad oficial es siempre hipócrita. La moralidad sirve a fines de clase, pero se presenta como si estuviera por encima de tales intereses; como si hubiera leyes morales atemporales que se deben aplicar, por encima e independientemente de los intereses de la clase trabajadora.
Se debe ver que uno dice ‘lo correcto’, lo cual es bastante fácil de hacer, ya que las palabras son baratas. ¡Lo que uno realmente hace es, por supuesto, otra cuestión!
Naturalmente, cualquier movimiento de masas tendrá dentro de sí individuos con prejuicios; y los abusos pueden y tendrán lugar en tales movimientos. Desafortunadamente, no hay forma de que la izquierda se separe perfectamente de la sociedad capitalista y sus horrores.
Cualquier caso de abuso de este tipo debe ser tratado por el movimiento de manera seria y firme, para dejar claro que no hay tolerancia para la discriminación y el abuso dentro del movimiento, que solo sirve para debilitar y dividir a la clase trabajadora.
Pero el efecto de ceder a esta presión moral del enemigo de clase y aceptar automáticamente todas y cada una de las acusaciones promovidas por ellos significa la liquidación de cualquier ganancia que obtenga la izquierda.
Por supuesto, una organización de lucha genuina de la clase trabajadora también debe estar lo más libre posible de prejuicios y abusos. Pero es absolutamente inadmisible amenazar la viabilidad de una organización revolucionaria, o de un movimiento de izquierda más amplio de la clase, aceptando automáticamente las acusaciones, sin importar quién las esté lanzando y con qué fines.
También debe entenderse que las acusaciones que se utilizan cínicamente con fines políticos, como en el caso del presunto antisemitismo laborista, no ayudan a lograr ningún grado de justicia; ni ayudan a que la discriminación sea inaceptable.
De hecho, el cinismo y la deshonestidad evidentes detrás de estas acusaciones solo sirven para producir más cinismo en la sociedad, y lo más probable es que aumente el racismo.
Habrá personas confundidas que apoyaron a Corbyn, y luego lo vieron implacablemente atacado falsamente por antisemitismo, quienes como resultado concluyeron erróneamente que hay una campaña judía contra la izquierda. En realidad, fue una campaña de derecha que estaba utilizando la existencia de la opresión judía para lograr sus propios fines.
Como todas las cruzadas morales de la clase dominante, esta se caracterizó por la hipocresía. El código moral nunca se aplica a los miembros de derecha. La laborista de derecha, Margaret Hodge, recientemente se sintió lo suficientemente segura como para atacar la ‘Campaña contra el antisemitismo’ después de que criticara a Keir Starmer, tuiteando que ella está:
“Harta de que el CAA (Campaña contra el antisemitismo) use el antisemitismo como fachada para atacar a los laboristas. Es hora de llamarlos lo que son y quiénes son realmente. [Están] más preocupados por socavar a los laboristas que por erradicar el antisemitismo”.
Uno se imagina la crítica que provocaría que un partidario de Corbyn acusara a una organización judía de usar engañosamente el antisemitismo para atacar al laborismo. Curiosamente, el tuit de Hodge no generó controversia en la prensa.
La hipocresía de esta campaña moral contra el ‘antisemitismo’ quedó clara en ese momento, sobre todo por el hecho de que los tories no recibieron tal campaña, aunque se sabe que el partido tiene muchos más racistas – incluyendo antisemitas – dentro de sus filas; sin mencionar el hecho de que sus líderes promueven activamente políticas racistas.
Pero cada vez que se señalaba esto, los cruzados morales del stablishment respondían con aire de suficiencia: «Entonces, estás diciendo que el racismo dentro del Partido Laborista está bien, y deberíamos ignorarlo, porque los conservadores tienen problemas similares».
También es importante señalar que, en esta campaña, el supuesto periódico de izquierda, The Guardian, publicó muchos más artículos acusando a los partidarios de Corbyn de antisemitismo que cualquier otro periódico. De acuerdo aReino Unido desclasificado:
“Desde enero de 2016, The Guardian ha publicado 1.215 artículos que mencionan Partido Laborista y antisemitismo, un promedio de alrededor de uno por día, según una búsqueda en Factiva, la base de datos de artículos periodísticos. En el mismo período, The Guardian publicó solo 194 artículos que mencionan el problema mucho más serio del Partido Conservador con la islamofobia. Según una encuesta de YouGov en 2019, por ejemplo, casi la mitad de los miembros del Partido Tory preferirían no tener un primer ministro musulmán”.
Esto subraya el hecho de que la política de identidad es muy útil para la clase dominante debido a la sensibilidad de la izquierda a las acusaciones de racismo o discriminación de cualquier tipo.
¿Quién mejor que el periódico con reputación de ser ‘de izquierda’ para empuñar esta arma de acusaciones de antisemitismo? Fue mucho más dañino que si las acusaciones hubieran sido publicadas por el conservador Daily Mail.
Lucha revolucionaria
La fuerza de esta línea de ataque radica en la debilidad política de la izquierda y nada más. Si la izquierda refutara con confianza las acusaciones evidentemente falsas y animara a sus partidarios a pasar a la ofensiva, señalando la hipocresía de la clase dominante racista, este método sería rápidamente abandonado.
Igualmente, si el movimiento obrero combatiera el racismo y la desigualdad al movilizar a sus miembros en torno a un programa socialista, responsabilizando a los representantes del capitalismo del racismo, la misoginia y otras formas de opresión, inspiraría a muchos más activistas negros y mujeres a que se implicaran más que la promesa de unos pocos puestos garantizados en la dirección.
El movimiento obrero necesita entender esto. Comprenderlo también es parte integral de comprender que el capitalismo no puede reformarse en interés de la clase trabajadora y que los intereses de la clase dominante son irreconciliables con los de los trabajadores. Por eso, las acusaciones que lanza a las puertas de las organizaciones obreras no pueden tomarse al pie de la letra.
“Es imposible cumplir esta tarea [de construir un partido revolucionario del proletariado] sin una completa independencia de la burguesía y su moralidad. Sin embargo, la opinión pública burguesa en realidad ahora reina con pleno dominio sobre el movimiento obrero oficial…
“Un marxista revolucionario no puede comenzar a abordar su misión histórica sin haber roto moralmente con la opinión pública burguesa y sus agencias en el proletariado. Para ello se requiere un coraje moral de otro calibre”.