Cuando los comunistas gobernaron Baviera

En noviembre de 1918, la revolución estalló en Alemania. En la primavera de 1919, la clase trabajadora logró tomar el poder y declarar una República Soviética en Baviera. En su breve y heroica vida, la república tuvo que luchar no solo contra la contrarevolución abierta, sino también contra los resultados de su propia inexperiencia. Sin embargo, como explica Florian Keller, de la Corriente Marxista Internacional en Austria, estos acontecimientos representan uno de los episodios más inspiradores de la Revolución Alemana de 1918-1923. Las lecciones que se pueden extraer no tienen precio para los revolucionarios de hoy.


En noviembre de 1918, después de años de derramamiento de sangre y miseria durante la llamada “Gran Guerra”, los trabajadores y soldados alemanes habían llegado al límite de lo que podían soportar. Un levantamiento de los marineros en la ciudad portuaria de Kiel, en el norte del país, provocó un levantamiento generalizado que se extendió por Alemania. El 9 de noviembre, las masas habían derrocado al odiado Káiser y el capitalismo alemán fue sacudido hasta la médula. La “Revolución de noviembre” era un hecho. Estos acontecimientos prepararon el escenario para la toma del poder por parte de los trabajadores del estado sureño de Baviera cinco meses después.

La revolución en Baviera

Días antes de que la revolución se apoderara de Berlín, se extendió por Baviera. La clase dominante ya estaba nerviosa. Contaba con los líderes del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) para frenar a la clase obrera. El 6 de noviembre, en una reunión del último ministerio designado por el rey de Baviera, hablando sobre una manifestación planificada que desencadenaría la revolución, el diputado socialdemócrata, Erhard Auer, envió un mensaje tranquilizador a los ministros burgueses: “No presten mucha atención a [Kurt] Eisner: Eisner está acabado. Pueden contar con eso. Tenemos control sobre nuestra gente. Yo mismo me uniré a la demostración. No pasará nada en absoluto.” [1]

Los acontecimientos, sin embargo, dieron una sorpresa a Auer, el SPD y la clase dominante. Al día siguiente, la monarquía bávara fue derrocada y Kurt Eisner, dirigente del centrista USPD (Partido Socialdemócrata Independiente), se convirtió en el primer jefe de gobierno republicano en Baviera.

El 7 de noviembre, cientos de miles de personas, la mayoría trabajadores, respondieron a los llamamientos del SPD y del USPD para marchar en la Theresienwiese de Munich por “paz y libertad”. Una sección de los trabajadores reunidos fue conducida a la ciudad detrás de una banda de música, dirigida por el propio Auer. Esta marcha fue en gran parte simbólica, diseñada por los líderes del SPD para desactivar el creciente estado de ánimo revolucionario y, en consecuencia, se disolvió poco después.

Sin embargo, Eisner se dirigió a otra sección de obreros. Hablando a decenas de miles de ellos, exigió una paz inmediata, la jornada laboral de ocho horas, ayudas para los trabajadores desempleados y la abdicación del rey de Baviera, Luis III, y del emperador alemán, Káiser Wilhelm II. También pidió la formación de consejos de obreros y soldados, antes de marchar con una parte de la multitud a los cuarteles del ejército.

Los soldados cansados de la guerra se unieron con entusiasmo al movimiento en masa y los trabajadores se armaron. Los presos políticos fueron liberados por los revolucionarios que ocuparon puntos estratégicos de la ciudad. Se fundó un consejo de obreros y soldados y Eisner fue elegido presidente. Más o menos al mismo tiempo, el rey Luis huyó de noche a su finca cerca de Chiemsee. Unos días después abdicó. En tan solo unas horas, la revolución había puesto fin a 738 años de reinado de la dinastía Wittelsbach sobre Baviera.

En toda Alemania, la vieja monarquía había sido derrumbada por el movimiento revolucionario de las masas. La pregunta era: ¿qué lo reemplazaría? La respuesta no era del todo clara. La Revolución Rusa, en la que los trabajadores habían tomado el poder a través de los soviets (“soviet” es la palabra rusa para “consejo” o “comité”), fue un ejemplo impresionante para las masas de Baviera y de toda Alemania. Los trabajadores alemanes también organizaron consejos de obreros y soldados (Arbeiter- und Soldatenräte), que eran equivalentes a sus homólogos rusos. De hecho, mientras que el régimen de poder obrero establecido más tarde en Baviera se denomina en alemán “Bayerische Räterepublik” [República de los Consejos de Baviera], en español se traduce como “República Soviética de Baviera”. Y eso es precisamente lo que eran los Arbeiterräte: soviets.

En Baviera, en mayor medida que en cualquier otro lugar de Alemania, también se formaron consejos de campesinos. Esto freflejaba la profundidad con la que la revolución llegó a la sociedad bávara, aunque también le debía mucho al liderazgo de los dos hermanos Gandorfer, líderes del ala izquierda de la Unión Campesina de Baviera (Bayerischer Bauernbund, BBB). En diciembre de 1918, ya había alrededor de 7.000 consejos activos en Baviera, muchos de los cuales eran responsables de organizar la vida pública.

En ese momento, el impulso estaba claramente del lado de las masas. En Nuremberg, Augsburg, Rosenheim, Passau y Bayreuth, como en Munich, los edificios oficiales fueron ocupados por trabajadores y soldados revolucionarios. Los presos políticos fueron liberados. Sólo en Ratisbona, por miedo a las masas revolucionarias, el propio alcalde tomó la iniciativa de convocar al ayuntamiento a los representantes de los partidos burgueses, la socialdemocracia y los sindicatos para formar un ‘comité de orden’ conjunto.

Sin embargo, junto a estos consejos, las viejas estructuras estatales, que representaban los intereses de la burguesía, permanecieron intactas. Se trataba esencialmente de una situación de doble poder, similar al período posterior a la revolución de febrero en Rusia de 1917, donde el poder organizado de la clase obrera coexistió temporalmente con el de la burguesía. Tal situación no podría durar indefinidamente. Tarde o temprano, una clase tendría que salir victoriosa.

El papel del SPD y del USPD

Tras la conmoción inicial, las viejas élites —los capitalistas, aristócratas y generales— en Baviera, como en el resto de Alemania, miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que habían perdido el control sobre la situación. No podían chocar de frente con las masas obreras en este momento. Por lo tanto, tenían que basarse ante todo en los dirigentes del SPD para garantizar “la paz y el orden”.

El SPD era uno de los dos principales partidos de la clase obrera en Alemania en este momento, siendo el otro el USPD (Partido Socialdemócrata Independiente), que se había separado del primero durante la guerra. Antes de la guerra, el SPD había prometido en repetidas ocasiones oponerse a cualquier conflicto imperialista. Sin embargo, al estallar la guerra, dio un giro de 180 grados y apoyó plenamente los objetivos bélicos del imperialismo alemán.

A medida que se desarrolló la guerra, creció la oposición de izquierda hacia la línea oficial. Una parte de los parlamentarios del SPD se vieron obligados por la presión desde abajo a oponerse a la guerra desde una postura pacifista. Expulsados del partido, formaron el USPD en 1917.

Aunque los obreros que formaban la base del USPD avanzaban en una dirección revolucionaria, la dirección del partido vacilaba constantemente entre el reformismo y la revolución.

Con el estallido de la Revolución de noviembre, el SPD buscó conscientemente sofocar la revolución. Cuando la revolución llegó a Berlín, el líder del SPD, Philipp Scheidemann, se sintió obligado a declarar la república, pero solo lo hizo para tomar el control sobre la dirección del movimiento.

En Baviera, dirigido por Erhard Auer y otros, el SPD desempeñó el mismo papel. Las masas habían entrado en escena y ni el aparato estatal ni los líderes de la socialdemocracia pudieron oponerles resistencia. Los dirigentes del SPD habían perdido gran parte de su autoridad entre los trabajadores. El 8 de noviembre, al día siguiente de la revolución, el propio Auer describió en el Münchner Post cómo la dirección de los socialdemócratas no había querido una revolución, ni siquiera una dirigida contra la monarquía:

“Bajo la presión de la terrible angustia de la patria alemana, sin nuestra participación, la manifestación de ayer se convirtió en un acto de voluntad política que ahora todos los sectores de la población deben tener en cuenta.” [2]

Pero la revolución era ahora un hecho establecido. Se estaban formando consejos de obreros y soldados en toda la región y la burguesía estaba a la defensiva. La dirección del SPD cambió rápidamente de rumbo y se puso una careta pro-revolucionaria. Hacer lo contrario habría significado perder completamente su influencia sobre la clase trabajadora. En lugar de eso, los líderes del SPD intentaron arrebatar el control de los consejos recién formados y ponerlo en sus propias manos. En general, inicialmente tuvieron éxito, especialmente fuera de Munich.

En la propia Munich, sin embargo, el consejo de obreros y soldados, conocido como el Consejo Obrero Revolucionario (Revolutionärer Arbeiterrat, RAR), resultó ser un semillero de la izquierda. En representación de la clase trabajadora de Munich, el RAR se convirtió en el consejo más importante de Baviera y, sobre esta base, hizo un llamado a la formación de un consejo central de delegados de toda la región.

Eisner fue elegido formalmente como líder del RAR y fue declarado ministro-presidente de la nueva república. Pero no tenía perspectivas claras para la revolución y constantemente vacilaba bajo las presiones contradictorias de las masas por un lado y de la burguesía por el otro. La burguesía estaba de rodillas, pero en lugar de derribarla, Eisner utilizó su autoridad y la de los consejos para protegerla.

Ya en la primera sesión del Consejo Nacional provisional (compuesto por una mezcla de representantes de los consejos de obreros y soldados, miembros del parlamento estatal, predominantemente socialdemócratas, y representantes sindicales), Eisner impulsó la elección de ciertos socialdemócratas como ministros del gobierno de transición. Auer, por ejemplo, fue nombrado ministro del Interior. También se incorporaron al gobierno dos ministros burgueses. Estos hombres eran odiados por la capa más activa de la clase obrera debido a su papel en la guerra. Pero en última instancia, en lugar de llevar a la clase obrera al poder, Eisner estaba poniendo sus esperanzas en ganar a la vieja burocracia estatal monárquica para apoyar una “república democrática” burguesa.

Mientras daba ciertas concesiones para aliviar la enormes presión desde abajo, el nuevo gobierno hizo todo lo posible para encauzar la revolución por un camino inofensivo de democracia burguesa. Cinco días después del levantamiento, el gobierno trató de controlar la formación de los consejos de soldados, que estaban surgiendo en todas partes. Se aprobaron leyes que otorgaban a los consejos de soldados derechos que iban más allá que en otras partes de Alemania. El poder de los oficiales fue severamente restringido. A los consejos de soldados se les otorgó el derecho de destituir a ciertos suboficiales, solicitar la destitución de otros y hacer sus propias recomendaciones para los reemplazos. En la superficie, parecía como si la revolución hubiera roto por completo el poder de los oficiales sobre “sus” soldados en Baviera. Pero en último análisis, con estas medidas, el gobierno de Eisner redujo los consejos de soldados, que tenían el poder de facto en sus unidades, a órganos consultivos. Mientras tanto, el poder de los altos mandos del ejército finalmente permaneció intacto.

Al final, el programa de Eisner fue un callejón sin salida para la revolución en Baviera. Planeaba crear una “democracia viva” de las masas, antes de establecer una “democracia formal” (es decir, convocar un parlamento estatal). Fue un intento utópico de reconciliar los consejos de obreros, soldados y campesinos con el parlamentarismo burgués.

Su posición reflejaba las presiones a las que estaba sometido, por parte la burguesía por un lado y de los trabajadores de Munich organizados en los consejos por el otro. En una reunión del Consejo de Ministros, Eisner explicó cómo, “... incluso si la Asamblea Nacional no resulta como esperamos, el parlamento ya no puede desempeñar el papel que solía desempeñar, ya que ya no es posible gobernar contra el consejo de obreros en Munich, o de lo contrario habrá una segunda revolución.” [3]

Eisner se quedó a un paso de apoyar la democracia obrera real, es decir, el establecimiento de un Estado soviético similar al de Rusia. En última instancia, estaba intentando reconciliar los intereses de la clase obrera y de la burguesía en una especie de acuerdo de poder compartido, una formalización de la situación de doble poder que existía en Baviera. Pero estas dos clases tienen intereses irreconciliables, el gobierno de una excluye el gobierno de la otra. La idea de Eisner de mediar entre estas dos clases solo podría conducir a la desmoralización y desorientación entre los trabajadores, permitiendo que la contrarevolución se reagrupara y pasara al contraataque.

Eisner no era en absoluto un marxista. La idea de una revolución socialista real, de la expropiación de las grandes propiedades y la industria a gran escala, le era ajena. Así, durante este período, el poder económico y político permaneció en manos de la burguesía, mientras que el establecimiento de una “democracia viva” siguió siendo una utopía. No obstante, Eisner se situó a la izquierda de la socialdemocracia, que, con el apoyo de la burguesía, se propuso promover las elecciones parlamentarias en toda Alemania como un medio para socavar y, en última instancia, destruir los consejos obreros.

Sin embargo, las tensiones sociales iban en aumento. Después del armisticio, decenas de miles de veteranos se quedaron sin hogar y el desempleo masivo abundaba. Solo una revolución socialista basada en los consejos podría haber resuelto los problemas de los trabajadores. Pero Eisner no logró romper con la burguesía, lo que provocó una decepción generalizada con su gobierno entre los trabajadores.

En toda Alemania, la primera ola de la revolución terminó en traición. Los trabajadores, habiendo derrotado con éxito a la clase dominante, dieron el poder que habían ganado a su partido tradicional: los socialdemócratas. Sus dirigentes, sin embargo, devolvieron inmediatamente ese poder a la burguesía y, en colaboración con ellos, organizaron una contrarevolución sangrienta. El levantamiento espartaquista en Berlín en enero de 1919, que representó un intento desesperado desde abajo para detener esta traición, fue brutalmente reprimido y sus dirigentes, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, fueron asesinados. Esto marcó el final de la primera ola de la Revolución Alemana.

También en Baviera, el estado de ánimo estaba cambiando rápidamente. Eisner finalmente cedió bajo la presión de la burguesía y los socialdemócratas. Convocó a elecciones al parlamento estatal para el 12 de enero, bajo el impacto directo de la represión del levantamiento Espartaquista que finalmente fue sofocado ese mismo día. En la medida en que Eisner y el USPD no tomaron la iniciativa, y ante la ausencia de un partido alternativo, la desmoralización comenzó. Las elecciones dieron la victoria al conservador BVP (Bayerische Volkspartei, Partido Popular de Baviera). Como en 1912, había emergido como el partido más fuerte, pero con una votación muy reducida. Mientras tanto, el SPD ganó el 33 por ciento, casi el doble de los votos que recibió en las elecciones estatales de 1912. El USPD, por otro lado, recibió solo el 2,5 por ciento de los votos.

Este resultado también mostró que las áreas rurales apenas habían comenzado a sentir los efectos de la revolución hasta ese momento, y que la conciencia de las masas estaba rezagada con respecto a los acontecimientos, a pesar de su tremenda victoria sobre el antiguo régimen. En el campo existía una contradicción de clase particularmente aguda entre los trabajadores agrícolas, los agricultores pobres y los grandes terratenientes. 230.000 de los agricultores más pobres cultivaban apenas un total de 170.000 hectáreas. Las 584 fincas más grandes, por otro lado, ¡cubrían 100.000 hectáreas! El gobierno de Eisner ni siquiera planteó la cuestión de la reforma agraria y, por lo tanto, no logró ganar el apoyo de la población rural pobre.

Pero el resultado también reflejó el hecho de que una gran capa de obreros, que habían sido despertados a la vida política por primera vez por la revolución, consideraron que apoyar al partido tradicional de los trabajadores, el SPD con su retórica de izquierda recién descubierta, como la forma más fácil de lograr sus objetivos. Mientras tanto, los dirigentes del USPD, mucho más pequeño, no lograron presentarse como una alternativa al SPD y, por lo tanto, el partido recibió una pequeña fracción de los votos. En última instancia, el programa del USPD no era decisivamente diferente al del SPD, y Eisner no pudo resolver los problemas sociales de Bavaria. En esa situación, la lucha de clases continuó expresándose dentro del SPD. Sus miembros estaban abiertos a sacar conclusiones revolucionarias bajo la influencia de los eventos. Sin embargo, sus dirigentes desempeñaron un papel conscientemente contrarevolucionario.

La revolución estalla de nuevo

A pesar de que se habían celebrado elecciones parlamentarias, la presión de las masas seguía siendo tal que el parlamento estatal no pudo reunirse durante más de un mes. Los acontecimientos en Baviera se desarrollaban a un ritmo vertiginoso en esos días y semanas. El 12 de febrero, el ministro del Interior del SPD, Auer, sin avisar al gobierno, emitió un comunicado sobre la convocatoria del parlamento estatal. Esto provocó una manifestación masiva el 16 de febrero, que se reunió en la Theresienwiese de Munich. En la manifestación se planteó la exigencia de una República Soviética.

El anarquista Erich Mühsam describió la protesta:

“Frente a los edificios públicos de Munich se izaron las banderas rojas, lo mismo sucedió con muchas casas particulares, por donde pasó la marcha. Pueden haber sido 15.000 participantes. El bloque del KPD por sí solo formó una manifestación entera. Varios regimientos de la guarnición de Munich formaron formaciones cerradas. Los heridos graves fueron transportados en carretas. Asistieron muchos miembros del congreso de consejos y varias fábricas estuvieron representadas por delegaciones. El Consejo Obrero Revolucionario, como principal organizador, portaba un enorme emblema revolucionario al frente y fue recibido con entusiasmo. Pero aunque Eisner condujo a la cabeza de esta marcha, lo hizo en contra de sus propias convicciones políticas. Se sintió tan fuera de lugar que dio media vuelta con su coche y esperó con los ministros Unterleitner y Jaffé en el Teatro Alemán a la delegación de las masas, cuyo portavoz, Landauer, presentó demandas en nombre del proletariado.” [4]

Ante estos eventos, Auer se echó atrás y pospuso la convocatoria del parlamento, mientras seguía trabajando entre bastidores para socavar los consejos. El 19 de febrero, durante el congreso de los consejos bávaros, el SPD finalmente logró presionarle para que alejara su lugar de reunión del edificio del parlamento, despejando el camino para la reunión inaugural del parlamento estatal. Mientras tanto, las fuerzas reaccionarias se estaban impacientando con Eisner y decidieron tomar el asunto en sus propias manos.

El 21 de febrero de 1919, Eisner se dirigía a la sesión inaugural del parlamento estatal donde planeaba anunciar su renuncia. Nunca llegó tan lejos. Antes de llegar al edificio del parlamento estatal, un tal teniente conde Arco-Valley le disparó dos veces a la cabeza por detrás y lo mató. Antes del asesinato, su asesino escribió una nota: “Eisner es un bolchevique, es un judío, no es alemán, no se siente alemán, [él] socava todos los pensamientos y sentimientos patrióticos, [él] es un traidor.” [5]

El asesinato había sido preparado en la prensa burguesa con una repugnante campaña de difamación que exhibía abiertamente los sentimientos reaccionarios de la vieja nobleza, oficiales y capitalistas. Para ellos, Eisner, aunque de ninguna manera era un bolchevique, representaba una espina clavada en su costado con su “postura poca clara sobre la ley y el orden” y su capacidad de respuesta a la presión de los trabajadores.

Mientras la burguesía se regocijaba en secreto con su muerte, la consternación y la ira se extendieron por la clase obrera de Munich. Un miembro del RAR de izquierda, un cocinero llamado Alois Lindner, irrumpió en el parlamento estatal y disparó contra Auer, después de que este último decidiera convocar una sesión del parlamento estatal sin tener en cuenta el asesinato. En la confusión que siguió, una persona no identificada disparó y mató al diputado conservador, Osel. Los miembros del parlamento estatal se dispersaron sin haber elegido un gobierno.

Bajo el impacto del asesinato de Eisner, un nuevo estado de ánimo revolucionario se apoderó de la clase obrera bávara. Inmediatamente estalló una huelga general y los reaccionarios, que se habían envalentonado con las vacilaciones de los dirigentes obreros, se vieron completamente paralizados. El 25 de febrero se reunió un congreso regional de consejos de obreros y soldados y respondió a estos hechos transfiriendo el poder legislativo al ejecutivo central de los consejos de Baviera (el “Consejo Central de la República de Baviera”) y decidió armar al clase obrera. El 26 de febrero, cientos de miles de trabajadores acompañaron el cortejo fúnebre de Kurt Eisner. El 1 de marzo, el congreso de consejos proclamó su propio gobierno.

Los acontecimientos habían llegado a un punto de ebullición, pero la clase trabajadora todavía carecía fundamentalmente de una dirección revolucionaria clara. La dirección reformista y centrista del SPD y del USPD se mantuvo a la cabeza de los trabajadores. El Partido Comunista de Alemania (KPD) apenas se acababa de fundar. Sus miembros eran pocos y tenía una base débil en la clase obrera.

A diferencia del Partido Bolchevique Ruso, que se había formado como una organización de cuadros marxistas en el transcurso de una década y media antes de la Revolución Rusa, el KPD se formó al calor de la Revolución Alemana. Aunque Rosa Luxemburg había desarrollado una crítica incisiva de la dirección del SPD antes de la Primera Guerra Mundial, la Liga Espartaquista solo fue fundada, por ella misma y por otros, después del estallido de la guerra.

Siguió siendo una red poco disciplinada de revolucionarios hasta la fundación del Partido Comunista en el congreso del 30 de diciembre de 1918 al 1 de enero de 1919. Tan pronto como el partido emergió parpadeando a la luz del día, sus líderes más destacados, Luxemburgo y Liebknecht, fueron asesinados en Berlín.

A pesar de su inexperiencia y sus raíces poco profundas en la clase obrera, el programa del KPD —de una República Socialista Soviética— gozaba de un apoyo enorme y generalizado en Baviera, como había demostrado la manifestación masiva contra la apertura del parlamento estatal el 16 de febrero. El presidente del partido en Baviera, Max Levien, era una figura popular y reconocida en el movimiento obrero y presidía el Consejo de Soldados de Munich. Pero esto no se tradujo en una membresía numerosa o una organización fuerte para el KPD.

Karl Retzlaw, un trabajador de 23 años y organizador del KPD de Berlín, describe una reunión con Levien, que contrasta vívidamente la audiencia masiva de la que disfrutaban las ideas del partido con el diminuto tamaño del partido en sí:

“La reunión tuvo lugar en una de las grandes cervecerías de Munich. La sala estaba abarrotada, con muchos sentados en sillas y mesas, y de pie en los pasillos. Supongo que unas 3.000 personas debieron haber estado en la sala. Aunque faltaba una hora para la hora prevista de inicio de la reunión, la sala estaba terriblemente abarrotada. La mesa del orador se elevó sobre el podio, desde el cual la música resonaba en la sala. El servicio de órden mantuvo el podio despejado. Max Levien apareció con un séquito considerable. Como aprendería más tarde, este séquito representaba a casi todo el Partido Comunista de Munich.” [6]

Incluso comparado con el resto del partido alemán, los miembros y cuadros del Partido Communista en Baviera eran muy inexpertos. Como tal, el partido cometió muchos errores. Boicoteó las elecciones para el parlamento estatal y la Asamblea Nacional. También se negó a realizar un trabajo paciente en los sindicatos, lo que dificultaba mucho establecer una base estable en la clase obrera y ampliar el alcance del partido. Tampoco hubo ningún intento de llevar a cabo una lucha sistemática para obtener la mayoría en el movimiento obrero y los consejos. Por lo tanto, aunque el partido disfrutó de una amplia influencia, no tuvo la fuerza organizativa para liderar a la clase obrera cuando llegó el momento crucial. Más tarde, esto demostraría tener consecuencias desastrosas.

En lugar de adoptar métodos pacientes, muchos miembros abrigaban ilusiones en el USPD y los anarquistas. Simplemente, se descuidó durante mucho tiempo la tarea de la construcción sistemática de un partido independiente. La situación empeoró tanto que la dirección nacional del KPD decidió enviar a varios cuadros experimentados a Munich para ayudar a construir el partido. El primero y más importante de ellos fue Eugen Leviné, Retzlaw, a quien hemos mencionado anteriormente, y más tarde Paul Frölich. La construcción sistemática de células del partido en las fábricas y cuarteles solo comenzó después de su llegada, a mediados de marzo de 1919.

La República Soviética a la orden del día

El brusco giro hacia la izquierda provocó una crisis dentro del SPD. Tras el asesinato de Eisner, muchos miembros del partido dimitieron disgustados y, en cambio, se unieron al USPD o al KPD. Sin embargo, ninguno de estos partidos logró asumir decisivamente el protagonismo del movimiento. La presión desde abajo se hacía notar sobre la dirección del SPD, que respondió promoviendo a líderes que, al menos en palabras, habían abogado por el “poder soviético”.

Este no fue un giro genuino hacia la izquierda, sino una maniobra para mantener la autoridad del partido y usarla para frenar la revolución. Los dirigentes del SPD se estaban preparando con todas sus fuerzas para resistir una “segunda revolución”. Esto quedó claramente ilustrado por el hecho de que, aunque el congreso de los consejos había declarado un nuevo gobierno, los líderes del SPD se aseguraron de que ese “gobierno” nunca se reuniera. ¡El SPD no lo apoyó, a pesar de que se había propuesto a un miembro del SPD (Martin Segitz) como su primer ministro! Por lo tanto, siguió siendo un gobierno solo sobre el papel.

La burguesía tampoco pudo estabilizar la situación, a pesar de todos sus intentos y del apoyo explícito del SPD. No fue hasta el 17 de marzo que el parlamento estatal se atrevió a reunirse una vez más y Johannes Hoffmann (del SPD) fue elegido primer ministro. Pero su gobierno no tenía una base real de apoyo en la sociedad, especialmente en Munich: la cuna de la revolución. Ni siquiera tenía a su disposición una fuerza armada en la que pudiera confiar.

Pero la burguesía no podía esperar más. Para que las ganancias volvieran a fluir, necesitaban “paz” y “orden”. Bajo Phillip Scheidemann (del SPD), el gobierno federal había silenciado temporalmente a la clase obrera en toda Alemania mediante el uso de los Freikorps de derecha para masacrar a los trabajadores. Por lo tanto, la burguesía estaba presionando al gobierno bávaro para que siguiera al resto del país y estableciera el “orden” en este estado rebelde. Bajo esta presión, el consejo de ancianos del parlamento estatal convocó una sesión el 8 de abril para finalmente permitir el funcionamiento del gobierno.

Pero para la clase obrera organizada, esto fue una provocación abierta. Este movimiento comunicó claramente la dirección en la que se dirigían los acontecimientos: hacia la liquidación total de la revolución y sus conquistas. Mientras estos acontecimientos se desarrollaban en Baviera, el 2 de marzo de 1919 se declaró en Hungría una República Socialista Soviética. La idea de una nueva revolución para establecer una República Soviética, basada en los consejos de soldados y obreros, gozaba de un apoyo creciente en Baviera.

Los dirigentes socialdemócratas podían ver con bastante claridad que otra colisión directa con las aspiraciones de los obreros probablemente los barrería por completo y el control sobre el movimiento se les escaparía de las manos. Por lo tanto, una sección de la dirección del partido decidió “montar el tigre” para domesticarlo. En varios eventos del SPD se aprobaron resoluciones a favor de la proclamación de una República Soviética. En una reunión en la noche del 4 al 5 de abril, en la que participaron el “Consejo Central de la República de Baviera”, los líderes del USPD, el SPD, la BBB y algunos anarquistas, se decidió proclamar la República Soviética. Sin embargo, para sorpresa de todos, el representante del KPD, Eugen Leviné, emitió el único voto en contra de su proclamación. Vale la pena citar extensamente su explicación:

“Los comunistas albergamos la mayor desconfianza contra una República soviética cuyos patrocinadores son los ministros socialdemócratas Schneppenhorst y Dürr, que en todo momento combatieron la idea de los consejos por todos los medios posibles. Sólo podemos explicar esto como un intento de los dirigentes en bancarrota de unirse a las masas mediante una acción aparentemente revolucionaria o como una provocación deliberada.

“Sabemos por ejemplos en el norte de Alemania que la mayoría de los socialistas [un nombre común en ese entonces para el SPD] a menudo se esforzaron por desencadenar una acción prematura para sofocarla con mayor éxito. Todo su enfoque requiere la mayor vigilancia. Una República Soviética no se proclama por una decisión de sillón, es el resultado de serias luchas del proletariado y su victoria.

“El proletariado de Munich todavía se enfrenta a tales luchas. Nos estamos preparando para [la República Soviética] y tenemos tiempo. En la actualidad, la proclamación de una República Soviética es extremadamente desfavorable. Las masas en el norte y centro de Alemania están derrotadas y recién ahora están reuniendo sus fuerzas para nuevas batallas, y Baviera no es un área económicamente independiente que pueda mantenerse de forma independiente durante mucho tiempo. Tras la primera oleada, sucedería lo siguiente: los socialistas mayoritarios se retirarían con el primer buen pretexto y traicionarían conscientemente al proletariado. El USPD se uniría, luego cedería, comenzaría a vacilar, negociar y, por lo tanto, se convertiría en traidores inconscientes. Y nosotros, los comunistas, pagaríamos sus actos con la sangre de nuestros mejores.” [7]

Esta predicción se confirmó trágicamente en cada detalle, como veremos. El verdadero motivo de los líderes del SPD al pedir el establecimiento de una República Soviética era empujar a los trabajadores de Munich a un levantamiento prematuro, a fin de separar las capas más avanzadas de la clase trabajadora de la masa más amplia de trabajadores y campesinos. De esta forma, estaban preparando políticamente el terreno para la movilización de la contrarevolución. Esto es exactamente lo que había sucedido en Berlín: las capas avanzadas de la clase trabajadora fueron empujadas a un levantamiento, sin que las masas a nivel nacional estuvieran convencidas de su necesidad, y sufrieron una sangrienta derrota. Los dirigentes del SPD ahora miraban a Berlín como su modelo para derrotar a la clase obrera bávara.

Por ejemplo, según varios testigos, el ministro de Guerra de Baviera, Schneppenhorst del SPD, defendió con extrema energía la proclamación de la República Soviética. Antes de que se proclamara, y el antiguo gobierno se declarara depuesto, ¡incluso abogó por una demora de un par de días para convencer a otras ciudades de la idea! A continuación, partió de Múnich hacia el norte de Baviera para, según su propio comunicado, “promover la idea de una república de consejos”. En realidad, se unió inmediatamente al gobierno de Hoffmann, que había huido de Munich a Bamberg y había comenzado a reunir tropas contrarevolucionarias (los ‘blancos’) y Freikorps cuasi-fascistas.

La “República pseudo-soviética”

El llamado gobierno soviético fue finalmente proclamado el 6 de abril y fue recibido con entusiasmo por los obreros de toda Baviera. El 8 de abril, en una ola de entusiasmo inicial, casi todos los consejos más importantes del sur de Baviera y las grandes ciudades, con la excepción de Nuremberg, se habían unido a él. Pero ya el 9 de abril, este proceso comenzó a desmoronarse. En algunas ciudades, como Ingolstadt y Würzburg, soldados y estudiantes contrarevolucionarios derrocaron el gobierno de los consejos con el apoyo de la burguesía.

Mientras tanto, los líderes del SPD que habían estado presionando con tanta fuerza a las organizaciones de izquierda en Munich para que declararan la República Soviética, dieron un giro y pidieron la defensa del parlamento y del gobierno oficial. En muchos consejos, esta nueva posición abiertamente contrarevolucionaria de la dirección del SPD significó que la mayoría a favor de una República Soviética fue derrocada. Esto agudizó la contradicción entre la dirección del SPD y las bases del partido. En la confusión, el gobierno del SPD y los reaccionarios lograron mantenerse en el poder en ciudades importantes, especialmente en el norte de Baviera.

Después de que los líderes del SPD en Munich huyeron o simplemente cruzaron sus brazos, una serie de personajes accidentales permanecieron en la “dirección” del gobierno soviético. Estos incluían anarquistas como Erich Mühsam y Gustav Landauer. Eran aventureros y figuras literarias de café, y nada más. No tenían una base de apoyo en la clase obrera. Sin embargo, albergaron una reserva interminable de nociones románticas y utópicas.

Paul Frölich (KPD), que luego escribiría un libro sobre los acontecimientos de la República Soviética, describió a estos personajes así:

“Los caballeros que participaron en la conspiración votaron los unos por los otros. No se tomó en cuenta la experiencia política. Así surgió una selección de personajes frágiles y mentes poco claras.” [8]

El ‘Diputado del Pueblo para Asuntos Exteriores’, Lipp, que incluso fue elegido presidente del Consejo Ejecutivo (y por tanto del gobierno) por sugerencia de Mühsam, pero a quien nadie conocía, resultó ser un enfermo mental. Después de intentar, entre otras cosas, declarar la guerra a Wurtemberg y Suiza por su negativa a prestar trenes a Baviera, fue depuesto e ingresado en un hospital psiquiátrico.

El USPD, como había previsto Leviné, estaba paralizado. Después del asesinato de Eisner, el pacifista Ernst Toller se convirtió en su presidente. Tenía solo unos meses de experiencia política y, sin embargo, asumió la dirección del consejo central y del gobierno.

Bajo su liderazgo, precisamente nada pasó. En lugar de construir el nuevo orden social, se declaró el 7 de abril como fiesta nacional. En lugar de movilizar y armar a la clase obrera para que ocupara los puntos centrales de tráfico y comunicación, para organizar la defensa de la república, para asegurar el abastecimiento de todas las necesidades de la vida y socializar las industrias grandes, el 7 de abril, estos señores ”socializaron” la universidad! Frölich escribe:

“En las esquinas de las calles había un cartel rojo púrpura: ¡Dictadura del proletariado! La burguesía había sido derribada, con un cartel. La clase obrera se había subido a la silla de montar sin haber hecho lo más mínimo, a través de un romance de aventureros políticos. La dictadura del proletariado consistió en una sola cosa: se le dio una fiesta.” [9]

La clase obrera miraba con simpatía hacia esta nueva “República Soviética”. Pero en la práctica no había tomado las riendas de la sociedad en sus propias manos tras la proclamación palaciega del nuevo régimen. Mientras tanto, la propaganda burguesa difundió historias de terror sobre la situación en Munich, especialmente entre los campesinos, que en ese momento constituían casi el 40 por ciento de la población de Baviera. Toda una serie de consejos de campesinos, que estaban cada vez más dominados por agricultores ricos y, por lo tanto, estaban bajo la influencia del ala derecha de la BBB, anunciaron una prohibición de alimentos para Munich, lo que agravó la terrible situación alimentaria. La República Soviética estaba en grave peligro.

No fue sino hasta el 10 de abril que el gobierno soviético comenzó a armar a los trabajadores, e incluso entonces, solo pudo encontrar 600 rifles en total. Emitió un decreto que pedía a la burguesía contrarevolucionaria que entregara sus armas. Pero sin los instrumentos de poder para hacer cumplir tal decreto, los resultados fueron patéticos.

El golpe del Domingo de Ramos

La contrarevolución estaba ganando ahora confianza. La parálisis, que duró días y días, llevó a la contrarevolución a concluir que un solo golpe firme era todo lo que se necesitaba para derrocar a la nueva República Soviética. Después de consultar a los líderes del SPD en Munich, Alfred Seyffertitz, comandante de la contrarevolucionaria ‘Fuerza de Protección Republicana’, que todavía operaba sin control en la ciudad, viajó a Bamberg. Allí, recibió el permiso del primer ministro en el exilio, Hoffmann, para derrocar al gobierno soviético.

El golpe se lanzó la mañana del Domingo de Ramos, 13 de abril de 1919. Aparecieron carteles a nombre de “toda la guarnición de Munich”, declarando que el consejo central había sido depuesto. La Fuerza de Protección Republicana ocupó el local del consejo central y arrestó a varios de los líderes de la República Soviética, entre ellos Erich Mühsam, que fueron trasladados fuera de Munich.

El KPD había rechazado inicialmente la proclamación de una república soviética en el “tablero de dibujo”. En esto, tenía razón. La toma del poder fue una aventura que fortaleció la contrarevolución. El curso de acción real y necesario era, en primer lugar, conquistar a las masas amplias, en particular a los campesinos. Ahora, sin embargo, la República Soviética era un hecho y contaba con el apoyo de vastas capas de la clase trabajadora. Una derrota de la República Soviética significaría una derrota de la revolución, y la clase trabajadora se dio cuenta de esto.

Sin embargo, el KPD vacilaba ante la contrarevolución. Con la sangrienta experiencia del fallido levantamiento espartaquista y los asesinatos de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg todavía frescos en la mente de los miembros del partido, la dirección contemplaba la posibilidad de admitir la derrota. Paul Frölich informa que la dirección del partido al principio discutió si “[reconocer] el cambio [es decir el golpe -ed] como un hecho consumado, al que había que adaptar la acción del partido.” [10]

Pero en el terreno, la atmósfera era completamente diferente. Incluso antes del intento de golpe, se había acumulado una enorme presión en las fábricas y los cuarteles para que el joven KPD se uniera al gobierno soviético, e incluso que tomara control del mismo. Ahora, con el espectro del terror contrarevolucionario que se avecinaba, las masas comenzaron a movilizarse y estaban preparadas para luchar. Este resurgir de la revolución tomó a los dirigentes del KPD completamente por sorpresa. Retzlaw informó que “se ha mostrado ahora un ímpetu revolucionario que nos sorprendió. No solo los miembros de nuestro partido, sino miles de trabajadores se han puesto a disposición para la lucha. Mientras tanto, por todas partes en la ciudad había enfrentamientos armados con tropas blancas.” [11]

El KPD sabía que la proclamación original de la República Soviética había sido mitad aventura, mitad provocación. Pero ahora que era un hecho establecido y los obreros —frente a la contrarevolución abierta— se movilizaban para defenderla, el partido no podía quedarse al margen.

Por lo tanto, el partido llamó al establecimiento de unidades de obreros armados. Muchos soldados también se unieron a ellos, aumentando la presión sobre las tropas contrarevolucionarias, que se retiraron a la estación principal de Munich. Finalmente, la estación fue asaltada y Seyffertitz, junto con otros contrarevolucionarios, escaparon de ser asesinados o capturados después de huir en tren. A pesar de los muchos errores y errores de cálculo de su dirección, y los recursos en manos de la contrarevolución, los trabajadores de Munich derrotaron fácilmente a la contrarevolución burguesa y pusieron el poder en manos del Partido Comunista.

El KPD en el poder

El 13 de abril, un congreso de consejos de obreros y soldados declaró disuelto el antiguo consejo central. Se formó un nuevo comité de acción de 15 personas como nuevo gobierno. El nuevo gobierno estaba compuesto por miembros del SPD, el USPD y el KPD, pero estaba firmemente bajo el control de los comunistas, con Leviné a la cabeza. El programa del nuevo gobierno soviético fue de hecho un programa de revolución social completa.

El Ejército Rojo de Baviera se estableció alrededor del núcleo de tropas revolucionarias que habían derrotado el golpe. Estaba dirigido por el marinero de 24 años, Rudolf Egelhofer. Los bancos quedarían bajo control estatal. Los retiros de efectivo solo se permitían con un permiso de los consejos obreros. En el caso de sumas superiores a 1200 Mk, incluso se requería el permiso del Comisario de Finanzas del Pueblo. La administración pública quedó bajo el control de los consejos obreros, que podían despedir a los funcionarios que trabajaran contra el poder soviético. Para asegurar los suministros, se confiscaron grandes cantidades de alimentos a los especuladores. Se pusieron en marcha planes para que los consejos de fábrica controlaran la producción. Por primera vez en la historia, los obreros de Munich y sus alrededores eran dueños de su propio destino.

La victoria contra la contrarevolución había dado a las capas más activas de la clase trabajadora un enorme impulso de confianza y había aclarado la situación. Las ilusiones que muchos trabajadores habían albergado en el papel de los líderes del SPD se evaporaron y los trabajadores de Munich giraron bruscamente hacia la izquierda. Sin embargo, en otros lugares, las condiciones objetivas no eran tan buenas. La República Soviética estaba aislada en el sur de Baviera, alrededor de Munich, y las tropas contrarevolucionarias marchaban contra ella.

El gobierno soviético inmediatamente comenzó a construir una defensa decidida, a pesar de las condiciones desfavorables. Se entregaron 20.000 rifles a las fábricas, donde se formaron guardias rojas. Se estableció un Ejército Rojo, formado por soldados y voluntarios revolucionarios. Estaba empapado de un espíritu internacionalista. Se unieron prisioneros de guerra rusos e italianos, al igual que muchos austriacos. La burguesía y los contrarevolucionarios fueron desarmados. Pero siguieron surgiendo nuevas amenazas. Retzlaw informa:

“Los cuarteles todavía estaban llenos de soldados, que estaban desmovilizados, pero que no querían volver a casa. Nos enteramos de que sus oficiales les habían convencido para que se quedaran. Fueron pagados desde Berlín y de fuentes incontrolables. ... Diariamente teníamos que contar con un golpe de Estado por parte de algunas partes de la tropa. Por este motivo, hicimos un llamamiento a los trabajadores para que se reunieran a diario en los grandes salones de Munich y también al aire libre. Como tal, los trabajadores siempre estaban dispuestos a intervenir y los oficiales contrarrevolucionarios no se atrevieron a intentar un golpe.” [12]

Para movilizar a los trabajadores y organizar defensas, se declaró una huelga general de 10 días. Pero esta decisión paralizó completamente la economía de la República Soviética, exponiendo la base inestable sobre la que descansaba.

Saludos de Lenin

La noticia de la conquista del poder por parte de los trabajadores generó entusiasmo en todo el mundo. Mucho más allá de las fronteras de Baviera, la declaración de otra república soviética, junto con las repúblicas rusa y húngara, fue recibida como un paso más en el camino de la revolución socialista internacional, que en ese momento parecía imparable. El KPD esperaba que la noticia del establecimiento de una República Soviética en Baviera reviviera la voluntad de los trabajadores de luchar en el resto de Alemania.

La noticia también llegó a la Rusia soviética, a la que Leviné había enviado un saludo revolucionario. En ese momento, la guerra civil rusa se encontraba en una fase crítica y la joven potencia soviética estaba amenazada de destrucción. Sin embargo, Lenin, que había vivido en Munich durante dos años a principios del siglo XX, encontró tiempo para responder. Su mensaje a Leviné vale la pena citarlo en su totalidad:

“Saludo a la República Soviética de Baviera,

“Agradecemos su saludo y, por nuestra parte, saludamos de todo corazón a la República Soviética de Baviera. Les pedimos encarecidamente que nos den información más frecuente y más concreta sobre ¿Qué medidas han tomado para luchar contra los verdugos burgueses, los Scheidemann y compañía; ¿Se han formado consejos de trabajadores y servidores en las diferentes secciones de la ciudad? ¿Se han armado los trabajadores? ¿Ha sido desarmada la burguesía? ¿Se ha aprovechado las existencias de ropa y otros artículos para la ayuda inmediata y extensa de los trabajadores, y especialmente de los peones y pequeños campesinos? ¿Se han confiscado las fábricas capitalistas y la riqueza de Munich y las granjas capitalistas de sus alrededores? ¿Se han cancelado los pagos de hipotecas y alquileres de los pequeños campesinos? ¿Se han duplicado o triplicado los salarios de los trabajadores agrícolas y de los trabajadores no calificados? ¿Se han confiscado todas las reservas de papel y todas las imprentas para permitir la impresión de folletos y periódicos populares para las masas? ¿Se ha introducido la jornada laboral de seis horas con instrucción de dos o tres horas en la administración estatal; ¿Se ha obligado a la burguesía en Munich a ceder las viviendas excedentes para que los trabajadores puedan ser trasladados inmediatamente a pisos cómodos? ¿Se han hecho cargo de todos los bancos? ¿Han tomado rehenes de las filas de la burguesía? ¿Ha introducido raciones más altas para los trabajadores que para la burguesía? ¿Se han movilizado todos los trabajadores para la defensa y la propaganda ideológica en los pueblos vecinos? La implementación más urgente y más amplia de estas y similares medidas, unida a la iniciativa de los obreros, jornaleros agrícolas y actuando al margen de ellos los pequeños consejos campesinos, debería fortalecer su posición. Es necesario gravar a la burguesía con un impuesto extraordinario y asegurar en seguida y a cualquier precio un mejoramiento efectivo en la situación de los obreros, los peones agrícolas y los pequeños campesinos.

“Con los mejores saludos y deseos de éxito.

“Lenin” [13]

A pesar de la velocidad fulgurante de los acontecimientos y la información parcial a la que tuvo acceso Lenin, estas líneas son un testimonio de su aguda comprensión de las tareas de la República Soviética y las debilidades de sus medidas. De hecho, la cuestión de la tierra nunca fue resuelta por la República Soviética. Lenin era plenamente consciente de que, tras las derrotas en el resto de Alemania, la situación de la República Soviética de Baviera era extremadamente peligrosa. En su mensaje, por lo tanto, trató de esbozar, lo mejor que pudo, cómo podría tener éxito la revolución. Su mensaje no llegó a Munich hasta el 27 de abril, momento en que la derrota ya estaba sellada.

Lo que este breve documento representa es un plan de cómo una revolución podría tener éxito a pesar de las circunstancias más difíciles. Las propuestas de Lenin contrastan fuertemente con el comportamiento de los estalinistas, que luego defenderían, en medio de la Guerra Civil española, el desmantelamiento de las demandas sociales de los campesinos y obreros para forjar una alianza con la “burguesía progresista”.

Por el contrario, la República Soviética solo podría tener éxito si implementaba medidas radicales para mejorar los niveles de vida, lo que podría despertar a las capas más pobres y desorganizadas de la clase trabajadora y del campesinado en toda la región. Esas medidas eran vitales para darles algo por lo que valiera la pena luchar y animarlos a actuar. Sin ilusiones en las intenciones de los capitalistas, que pretendían ahogar en sangre a la República Soviética, la revolución debía avanzar decidida y despiadadamente contra la reacción.

La lucha contra la contrarrevolución

Después del triunfo sobre el golpe del Domingo de Ramos, la República Soviética había conseguido algunas victorias importantes contra el gobierno de Hoffmann, que intentó quebrar el poder de la clase trabajadora mediante la fuerza militar. Rápidamente se hizo evidente que era imposible utilizar eficazmente al ejército bávaro regular contra la revolución. El 15 de abril, en la ciudad de Freising, por ejemplo, 1.200 soldados del Primer Batallón de Fusileros decidieron entregar sus armas y trasladarse a Ratisbona después de discutir con los revolucionarios. Los oficiales no tuvieron más remedio que obedecer la voluntad de los soldados. Incluso en los primeros enfrentamientos físicos, el Ejército Rojo salió victorioso. El 15 de abril expulsó a los blancos de los distritos de Allach y Karlsfeld en el norte de Munich. El 16 de abril, el Ejército Rojo obligó a la Guardia Blanca a retirarse por completo de Dachau donde, un día antes, los trabajadores de la fábrica de pólvora habían tomado por sorpresa a cientos de soldados blancos y los habían desarmado.

Sin embargo, estas victorias iniciales pasaron rápidamente y los revolucionarios no las aprovecharon. El presidente del USPD, Ernst Toller, que había sido depuesto recientemente del gobierno, jugó un papel lamentable. Ahora al mando de las tropas del Ejército Rojo en Dachau, presionó para entablar negociaciones en lugar de perseguir a los blancos, que estaban a la defensiva. Esta no fue la última vez que interpretaría un papel tan miserable. Sus acciones permitieron al gobierno de Hoffmann recuperar el aliento y preparar un contraataque. Después de sus reveses iniciales, y con la revolución sin lograr un apoyo decisivo más allá de Munich, se habían vuelto las tornas y comenzó la contraofensiva.

A diferencia del Ejército Rojo, las fuerzas de Hoffmann eran tropas contrarrevolucionarias endurecidas por la batalla sin ilusiones en las negociaciones. Al frente de ellas estaban los Freikorps mobilizados de toda Alemania. Estos últimos eran veteranos de la contrarevolución, que ya habían ahogado en sangre varias revueltas obreras en el norte y centro de Alemania. La más infame de estas bandas asesinas fue la ‘Marine-Brigade Erhardt’, que luego ganó notoriedad como el pilar principal del intento de golpe de Wolfgang Kapp en 1920, el llamado Kapp Putsch.

Los capitalistas bávaros invirtieron mucho en esta defensa empapada de sangre de su riqueza. El Alto Mando de las Fuerzas Armadas en Baviera, Arnold Ritter von Möhl, escribió a Hoffmann: “Círculos de banqueros transfirieron 690.000 Mk al alto mando del ejército provisto para las tropas” [14]. Con estos recursos, el gobierno de Hoffman pudo movilizar aproximadamente a 60.000 hombres armados, que ahora avanzaban rápidamente.

El 20 de abril, Augsburgo fue conquistada por los blancos. Sin embargo, en los suburbios, una resistencia amarga continuó durante tres días más. Augsburgo no se había unido inicialmente a la República Soviética, sin embargo, los trabajadores no estaban dispuestos a aceptar la rendición incondicional y el desarme negociado por el comandante de la ciudad del USPD con el Freikorps.

El fin de la República Soviética de Baviera

La situación empeoraba con cada hora que pasaba. La derrota ahora era solo una cuestión de tiempo. El KPD estaba formado por los revolucionarios más decididos, pero todavía tenía solo unos meses de existencia. En realidad, no llevó a la clase trabajadora al poder, sino que fue empujado a tomar el poder por las capas avanzadas de la clase obrera. No contaba con los cuadros necesarios para dirigir la lucha en el terreno y tenía que apoyarse en comunistas sin experiencia o elementos completamente oportunistas como Ernst Toller. Además, no era un partido probado y con raíces profundas entre los trabajadores. Esto dio a los últimos días del gobierno soviético un carácter muy caótico.

Aunque muchos trabajadores quisieron luchar hasta el amargo final, otros elementos más vacilantes esperaban poder llegar a un compromiso con los blancos. Fue en estas circunstancias que Toller volvió a tomar ventaja. Ya había estado trabajando detrás de la escena para sabotear el gobierno del KPD, en un intento de revertir su destitución como jefe del soviet. Sobre la base de suscitar esperanzas de una solución negociada, logró que la mayoría de los consejos obreros lo respaldaran el 27 de abril y expulsó a los comunistas del poder. Las esperanzas de los trabajadores se evaporaron rápidamente. El llamado a negociaciones había desarmado por completo a la clase trabajadora frente al avance de los blancos. Por tanto, Hoffmann no tenía ningún interés en entablar negociaciones. Los reaccionarios calcularon que había llegado el momento de que la contrarevolución ejerciera su brutal venganza contra los trabajadores. Querían, de una vez por todas, desterrar de la mente de los trabajadores el último pensamiento de revolución.

Con los comunistas expulsados del gobierno, los defensores más decididos de la República Soviética se habían ido y el nuevo gobierno planeaba poner fin a toda resistencia. El 1 de mayo, Munich fue completamente rodeada y el 2 de mayo, completamente conquistada. La última ciudad en caer fue Kolbermoor en el distrito de Rosenheim (Alta Baviera) el 3 de mayo. Los horrores de la contrarevolución ahora arrasaban con toda su fuerza.

Los revolucionarios fueron perseguidos y asesinados sin piedad. Según declaraciones oficiales, 38 soldados del gobierno y 93 miembros del Ejército Rojo murieron en los enfrentamientos. Pero varias otras fuentes informaron que las tropas reaccionarias asesinaron hasta 2.000 trabajadores y soldados del Ejército Rojo. En las estadísticas, estas muertes aparecen como ejecuciones sumarias, accidentes mortales o no aparecen en absoluto. Por ejemplo, 21 miembros de una Asociación de Jornaleros Católicos fueron capturados mientras planeaban una función teatral. Fueron torturados y algunos fueron asesinados a golpes. Los ‘afortunados’ fueron fusilados. Entre muchas otras víctimas, también fueron asesinados el marinero Rudolf Egelhofer, comandante del Ejército Rojo, y Kurt Landauer. Eugene Leviné también fue capturado y juzgado. Leviné sabía que se le había acabado el tiempo y hizo un discurso desafiante desde el estrado:

“Nosotros, los comunistas, somos todos cadáveres de permiso. Soy plenamente consciente de ello. No sé si prorrogará mi permiso o si tendré que unirme a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. En cualquier caso, espero su veredicto con compostura y serenidad. Porque sé que, sea cual sea su veredicto, los acontecimientos no se pueden detener.

“Y sin embargo sé que, tarde o temprano, otros jueces se sentarán en esta sala y luego serán castigados por alta traición, [los] que han transgredido la dictadura del proletariado.

“Pronuncie su veredicto si lo considera apropiado. Sólo me he esforzado por frustrar su intento de manchar mi actividad política, el nombre de la República Soviética con la que me siento tan ligado y el buen nombre de los trabajadores de Munich. Ellos, y yo junto con ellos, todos nosotros hemos intentado, con nuestro mejor conocimiento y conciencia, cumplir con nuestro deber hacia la Internacional, la Revolución Mundial Comunista.” [15]

Unos días después, fue condenado a muerte y ejecutado, decisión sancionada por el gobierno del SPD de Baviera.

Max Levien pudo huir a Austria, donde el gobierno, encabezado por el socialdemócrata Renner, decidió encerrarlo durante más de un año, contemplando la cuestión de enviarlo de regreso a Baviera, donde probablemente habría compartido el destino de Leviné. Al final fue liberado y emigró a la Unión Soviética. Allí, en 1937, fue víctima de las sangrientas purgas de Stalin. Uno de los líderes de la República Soviética de Baviera fue fusilado por “pertenencia a una organización terrorista antisoviética”. La trágica ironía de esto sin duda se habría perdido para los carniceros de Stalin.

Después de la derrota, la reacción abierta no tardó en tomar el poder en Baviera. En 1920, Gustav Ritter von Kahr se convirtió en primer ministro, gobernando Baviera como una dictadura cuasi militar. Se permitió que las bandas fascistas se desarrollaran y deambularan libremente, como lo demostró el fallido intento de golpe de Hitler en 1923. Pero aunque la clase trabajadora fue derrotada, las tradiciones revolucionarias y los recuerdos de estos poderosos eventos perduraron. Los trabajadores bávaros habían luchado y perdido, pero durante estas batallas, habían aprendido valiosas lecciones y continuaron participando en los acontecimientos revolucionarios que se desarrollaron en Alemania en los años siguientes.

En 1871, Karl Marx describió cómo los trabajadores de París habían “tomado el cielo por asalto” cuando establecieron la Comuna y mantuvieron el poder durante varias semanas. Al principio, podría parecer apropiado comparar la experiencia de la República Soviética de Baviera con los acontecimientos de la Comuna de París. Ambos fueron intentos heroicos, pero finalmente infructuosos, de llevar a cabo una revolución proletaria.

Pero entre 1871 y 1919, muchas cosas habían cambiado. La clase trabajadora de Europa ya no era la misma que antes. París en 1871 era considerada la ciudad más revolucionaria del mundo. Baviera en 1919 era considerada como una de las regiones más conservadoras de Alemania, y lo sigue siendo hasta el día de hoy. Lejos de estar aislada en una ciudad, la República Soviética de Baviera fue un episodio inspirador en la lucha épica del proletariado alemán, europeo y mundial enormemente fortalecido.

En resumen, la clase trabajadora era mucho más fuerte de lo que había sido 50 años antes. En estas circunstancias, incluso una organización marxista pequeña y muy joven como el KPD pudo desempeñar un papel importante. Dicho esto, al final, las tareas planteadas por la historia estaban más allá de sus pequeñas fuerzas. La lección más importante de la República Soviética de Baviera, y de toda la Revolución Alemana, es que no se puede formar un partido de vanguardia capaz de llevar a la clase trabajadora a la toma del poder en el fragor de la batalla. Debe construirse con paciencia antes de que comience la revolución.

Cuando se formó el Partido Comunista Alemán en diciembre de 1918, tenía ante sí la experiencia reciente del evento más trascendental de la historia de la humanidad: la Revolución Rusa. Trágicamente, sus cuadros jóvenes e inexpertos carecieron de tiempo para absorber las profundas lecciones de aquellos poderosos eventos antes de que ellos mismos fueran arrojados al torbellino de la Revolución Alemana.

Un siglo después, se prepara una nueva época de revolución mundial. Una nueva generación, libre del peso de las derrotas del pasado, está saliendo a la palestra y está tomando el camino de la lucha. La fuerza incomparable de la clase obrera significa que, a diferencia de la década de 1920, la clase dominante no podrá asestar rápidamente un golpe rápido y mortal contra el movimiento obrero. Por tanto, disponemos de cierto tiempo para prepararnos. Debemos usarlo sabiamente.

En el tiempo que tenemos ante nosotros, es imperativo que construyamos una organización marxista templada, con raíces en la clase trabajadora. En la construcción de una organización de ese tipo, tenemos ante nosotros una gran cantidad de lecciones, que nos han otorgado los sacrificios de los luchadores de clase de las generaciones pasadas: de la Revolución Rusa, de la Revolución Alemana y de la República Soviética de Baviera. Hoy, la tendencia marxista preserva la heroica memoria de la República Soviética de Baviera como parte de la preciosa herencia de la clase obrera.

Es nuestro deber con esa generación de revolucionarios estudiar y aprender, tanto de sus victorias como de sus errores, y que construyamos a tiempo el partido revolucionario capaz de conducir a la clase obrera a la toma del poder y la reconstrucción socialista de sociedad.


[1] - Hans Beyer, Die Revolution in Bayern 1918/1919, (Berlín: Deutscher Verlag der Wissenschaften, 1988), pág.14.

[2] - Ibíd., Pág. 17.

[3] - Ibíd., Pág. 34.

[4] - Erich Mühsam, Von Eisner bis Leviné. Die Enstehung der bayerischen Räterepublik, (Berlín: Hofenburg, 2013).

[5] - Ralf Höller, “Der Jude Eisner”, Zeit, 6 de febrero de 2019.

[6] - Karl Retzlaw, Spartakus: Aufstieg und Niedergang, Erinnerung eines Parteiarbeiters, (Frankfurt: Verlag Neue Kritik, 1976), pág.130.

[7] - Beyer, Die Revolution in Bayern, pág. 75.

[8] - Paul Frölich, Die Bayerische Räterepublik: Tatsachen und Kritik, (Leipzig: Franke, 1919), pág.19.

[9] - Ibíd., pág. 22.

[10] - Ibíd., pág. 31.

[11] - Retzlaw, Spartakus, pág. 141.

[12] - Ibíd., pág. 147.

[13] - Vladimir Lenin, “Message Of Greetings To The Bavarian Soviet Republic”, 27 de Abril de 1919, Marxist Internet Archive, consultado el 3 de junio de 2021.

[14] - Beyer, Die Revolution in Bayern, pág. 131.

[15] - Rosa Leviné-Meyer, The Life of a Revolutionary, (Londres: Saxon House, 1973), pág. 217-8.

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