Desde la trinchera del COVID-19: Testimonio de Enrique Jiménez, ingresado y curado en el Hospital de Txagorritxu (Vitoria-Gasteiz) - “No hay derecho a que el personal sanitario trabaje así”

Me llamo Enrique, soy un trabajador y tengo 52 años. Mi mujer y yo fuimos contagiados por el coronavirus a finales de febrero. Cuando nos hicieron los tests y dieron positivos nos obligaron, para superar la enfermedad y no contagiar a nadie, a recluirnos en casa y medicarnos a domicilio. Así lo hicimos. Como yo tengo bronquitis y no paraba de toser decidieron que fuera ingresado en el Hospital de Txagorritxu.


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Me enviaron a la segunda planta, al entrar en el ala, cuando la celadora abrió la puerta y vi cómo iban vestidas me quede impresionado. Llegué a la habitación que me asignaron, la 238 A, una enfermera entró conmigo, me tomó la temperatura y la tensión y miró el oxígeno que estaba bajo y me puso oxígeno. Cuando terminó me dijo, si necesitas algo nos llamas, pero que sea algo necesario ya que cada vez que entramos tenemos que vestirnos con ropa desechable, solo vale para un uso, y, efectivamente antes de salir se lo quitan y lo echan a un cubo especial para ello, con unas toallitas de limpieza se limpian las gafas, se quitan un guante y se quedan con el segundo, se echan gel y salen, actúan siempre así cuando entran a una habitación a visitar a un enfermo.

Están que no dan abasto corriendo de un sitio para otro. Todos los recursos se aprovechan. Algunas veces, cuando entraban las auxiliares que hacen las camas, nos decían: tomaros la temperatura ya que las enfermeras están con otros enfermos, y claro volver a vestirse y desvestirse es un problema. Nos han tratado con mucho cariño, nunca imaginé tanta dedicación, tal nivel de entrega en la atención a los enfermos, arriesgando su vida y las de sus familias, recuerdo especialmente a un enfermero, su nombre es Pedro, le llaman “ el cubano”, al entrar a mirarnos la temperatura y el nivel de oxígeno, a darnos el antibiótico, el compañero de habitación no había tomado las pastillas y con cariño pero también con decisión le cogió y le dijo: “¿Pero todavía no te has tomado la medicación?. Cogió las pastillas y una a una se las metió en la boca y le dio agua para beber y se las hizo tomar, eso no lo hace cualquiera.

Las cuatro o cinco enfermeras que me atendieron, todas magníficas. La médica que me tocó Esther, me llamó la atención por su entrega, no les importa nada más que la salud del enfermo olvidándose del poder de contagio que tiene este virus. En esta semana escuché llorar a tres familiares, mucha gente se está muriendo, yo mismo pensaba que no podría salir del hospital porque tengo problema de bronquios y además soy hipertenso. Ver la aceleración de los sanitarios me hacía pensar que esto era una película, era un mal sueño, esperaba que al día siguiente estuviese todo bien pero…, esa no era la realidad y tenía mucho miedo.

Las enfermeras llevan dos pares de guantes, con el sudor del plástico las manos las tienen algunas ensangrentadas, las gafas que llevan se empañan a veces y no pueden ver bien la lectura del termómetro y todo el contorno de la cara donde se apoyan las gafas esta enrojecido. Se quedaron sin los trajes desechables, hasta se pusieron como un delantal de plástico porque se quedaron sin los EPIS (equipos de protección individual). Yo me preguntaba, si no cuidan a los que nos cuidan, ¿esto qué va a ser? Escuche a una persona llorar y una enfermera, muy triste, me dijo que le daba mucha pena “ver cómo hay enfermos que se están muriendo solos, hay veces que no tenemos tiempo de llamar a la familia y no los pueden ver más”. Otra enfermera me comentaba que no podía visitar a su abuela porque podía contagiarla. No tengo palabras de agradecimiento, todo lo que diga se quedará corto. No hay derecho, es lo que no entiendo, si ellos nos cuidan ¿por qué se les deja sin los elementos de protección, con unas gafas que se empañan?, tenemos que cuidarlos, no hay derecho a que trabajen así, con un riesgo grave de contagio, si ellos caen, caemos todos nosotros. Cuando la médica Esther me dijo, entre hoy y mañana te doy el alta, no me lo creía, le dije te quiero, y con lágrimas en los ojos me vestí corriendo, quería ir a mi casa a ver a mi mujer y mis hijos porque pensé que ya no los vería más, ha sido como vivir una película de terror. Cuando salía del hospital fui dando las gracias a todo el personal sanitario que encontraba y en la calle respire profundamente y agradecí haber salido al fin.

Estoy muy agradecido a la sanidad pública y a todos sus trabajadores y trabajadoras. A mí me ha salvado la vida; y como a mí, a muchos. Es una conquista social que tenemos que defender. Por esa razón no entiendo que año tras año se recorten las aportaciones a la sanidad pública, miles de millones de euros.

Ahora que estoy en casa, estoy reflexionando e informándome, leo que las comunidades autónomas han venido recortando el gasto en sanidad desde el año 2009, Cataluña y Madrid son las Comunidades con más bajo gasto sanitario per cápita. En Euskadi según cifras del sindicato ELA se tendría que elevar 2,1 de PIB para equipararnos a la media europea en salud. El gobierno vasco debiera gastar 1832,7 millones más para estar en la media europea. Me indigna, después de ver la entrega y los riesgos que asume el personal sanitario público vasco, que casi uno de cada dos trabajadores sanitarios (40%) esté en situación de precariedad. Todos aprendemos en la dura escuela de la vida, que hay que defender la sanidad pública, cuidar a los que nos cuidan y combatir radicalmente los recortes y la privatización de la sanidad.

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