Egipto celebró elecciones presidenciales entre los pasados 26 y 28 de marzo, de conformidad con una concesión formal a la Revolución egipcia en la Constitución de 2014. Esta fue la primera prueba electoral de la autoridad del presidente Al Sisi desde su elección oficial en 2014. A pesar del desprecio risible por la democracia demostrado por Al Sisi y su régimen en cada etapa del proceso electoral, las primeras estimaciones de los resultados indican su rotundo fracaso.
Según informaron los periódicos Al Ahram y Ajbar el Yum, afines al régimen, el presidente en funciones habría obtenido aproximadamente 21,5 millones de votos. Su único oponente, Musa Mustafá Musa, líder de un partido político que respalda abiertamente a Al Sisi y quien hasta hace poco tenía una foto del presidente en su foto de portada en Facebook, recibió 721.000 votos. Los votos de Musa representan sólo un tercio de la cantidad de papeletas declaradas nulas, que se estiman en más de dos millones de votos malgastados. El hecho de que casi una décima parte de la participación total haya votado nulo ilustra el desdén que siente la población egipcia por cómo se han llevado a cabo estas elecciones.
Sin embargo, si excluimos a estos votantes al calcular la participación electoral, el índice de afluencia a las urnas es sólo de un 37%. Este porcentaje marca una disminución dramática con respecto a los resultados (47.5%) que obtuvo Al Sisi en las presidenciales de 2014, y con las elecciones presidenciales de 2012 (52%) en el apogeo del movimiento revolucionario. También es importante tener en cuenta que el porcentaje para este año se basa en el cálculo de dos periódicos que intentan presentar la imagen más optimista de las elecciones desde el punto de vista de Al Sisi.
Hay que añadirle a esta participación extremadamente modesta los dos meses de fanfarrias políticas y campañas histéricas por parte de la camarilla de Al Sisi dentro del régimen y lo que queda de sus fervientes seguidores fuera de él. Las vallas publicitarias a favor de Al Sisi se exhibieron en edificios públicos y plazas de cada ciudad y pueblo, famosos presentadores de noticias y clérigos musulmanes transmitieron mensajes en la televisión nacional recordando a los egipcios su deber cívico de votar y profiriendo amenazas a quienes no lo hicieran. Vehículos policiales recorrieron El Cairo y Alejandría durante los días de las elecciones haciendo sonar el himno nacional egipcio y otras canciones patrióticas a través de megáfonos, junto con mensajes ordenando a todos los ciudadanos adultos emitir sus votos.
Al mismo tiempo, el régimen intentó imponer una multa de 500 libras egipcias (más de un tercio del salario mensual promedio) a los no votantes. En los barrios más pobres de las principales ciudades, los partidarios de Al Sisi sobornaron a las personas con raciones de comida a cambio de votos. Es razonable suponer que una gran proporción de los votos de Al Sisi se compraron con estas raciones.
Los resultados, entonces, no corresponden simplemente a un 35% a favor de la presidencia de Al Sisi, que de por sí, en una elección prácticamente no disputada, representa un resultado bastante patético. En gran parte reflejan a una parte de la población egipcia para la cual el resultado de esta elección no tiene relevancia, que al mismo tiempo está tan desesperada por las necesidades básicas, que está dispuesta a vender su voto inútil por comida.
La abrumadora mayoría de los egipcios ni siquiera está en este grupo. Aunque muchos de ellos también se enfrentan a situaciones desesperadas, y recibieron las amenazas y sobornos del régimen, ninguna forma de coacción podría obligarlos a elegir a un presidente que ha violado sus derechos democráticos de manera constante. El daño causado a sus medios de vida y dignidad les habría dado una motivación adicional para quedarse en casa.
Represión descarada
La escasa victoria que Al Sisi ha obtenido en estas elecciones refleja el colapso de su base de apoyo entre los egipcios en los últimos cuatro años. Varios escándalos nacionales como el episodio de las islas del Mar Rojo, la crisis cada vez más profunda de los niveles de vida, señales del desastre económico, como la devaluación masiva de la libra egipcia y los repentinos cambios de inflación han empañado el primer mandato del presidente en funciones.
En varios momentos, pareció que no duraría más de un mandato. Las contradicciones que llevaron a la Revolución egipcia, lejos de resolverse, han aumentado severamente y la lucha de clases ha continuado cociéndose a fuego lento bajo la superficie.
No obstante, la manera ridícula en que se han organizado las elecciones ha debido de contribuir a la disminución de la participación en comparación con las elecciones anteriores. El torpe enfoque adoptado por los agentes de Al Sisi dentro del régimen para gestionar por etapas todo el proceso electoral fue inusual incluso para Egipto. Como dijo un observador en Alejandría en declaraciones al periódico The Independent: "Esta vez es tan evidente. Ni siquiera son discretos al respecto". Con el recuerdo aún fresco en la memoria de la Revolución Egipcia, la camarilla gobernante no pudo cancelar las elecciones abiertamente. Sin embargo, utilizaron todas las triquiñuelas para garantizar una reelección.
Jaled Ali, líder del movimiento obrero, que planteó un desafío al anunciar su intención de postularse para la presidencia, fue arrestado en septiembre y acusado de "ofender la decencia pública" cuando un informante de la policía afirmó que hizo un gesto obsceno con la mano en la calle. Su juicio estaba programado para que comenzase el 7 de marzo, convenientemente durante el período álgido de la campaña electoral.
En cualquier caso, se retiró de las elecciones en la víspera del aniversario de la revolución, el 25 de enero, después de que otro candidato, Sami Anan, fuera arrestado. Ali había pedido a sus partidarios que se manifestaran frente al edificio de la Corte Suprema en El Cairo con una lista de firmas que respaldasen su decisión de presentarse, desafiando los intentos del régimen de bloquear posibles candidatos con tecnicismos burocráticos y por la fuerza abiertamente. Aunque fue una especie de estratagema, la marcha podría haber tenido cierta tracción entre las masas más amplias, especialmente si se hubiera utilizado la brutalidad policial para tratar de detenerla. Sin embargo, el 24 de enero, Ali anunció:
"La confianza de la gente en la posibilidad de convertir las elecciones en una oportunidad para un nuevo comienzo ya se acabó. Hoy, anunciamos nuestra decisión de no participar en esta carrera y no presentar nuestra nominación en un contexto donde el propósito se agotó antes de que comenzara".
Jaled Ali representaba la única oposición genuina a la clase dominante egipcia en la carrera presidencial. Pero Al Sisi no limitó su represión a los candidatos que se oponen abiertamente al régimen. Sami Anan, por ejemplo, fue Jefe General de las Fuerzas Armadas entre 2005 y 2012, un incondicional del régimen de Mubarak y el actual superior del presidente hasta que la administración de Morsi lo obligó a retirarse.
El Ministerio de Defensa, una sección del gobierno encabezada anteriormente por Sisi y que está compuesto por algunos de sus partidarios más fuertes, afirma que Anan habría falsificado sus documentos de alta militar para permitir su inclusión en las elecciones. De hecho, su retirada del servicio activo le dio el mismo estatus que el propio Al Sisi cuando declaró que se presentaba a la presidencia en 2014.
Hisham Geneina, gerente de campaña de Anan y jefe de la unidad anticorrupción de Al Sisi en 2016, también fue arrestado, supuestamente por defender a Anan. Sin embargo, su abogado afirma que el arresto se produjo como resultado de "los supuestos documentos y archivos que poseía". Geneina había hecho declaraciones previamente sobre la existencia de secuencias de video que implican al presidente y altos miembros del régimen en crímenes contra el pueblo egipcio después de la revolución de 2011.
Mientras tanto, Ahmed Shafik, otro veterano del Estado Mayor militar que también se desempeñó como ministro bajo Mubarak y se postuló como candidato del antiguo régimen en 2012, fue detenido en los Emiratos Árabes Unidos para evitar que regresase a Egipto libremente después de anunciar su candidatura para la presidencia en diciembre.
El candidato de decorado
Al final, el único competidor de Al Sisi se presentó el día anterior a la fecha límite de inscripción de los candidatos con fines decorativos. El relativamente desconocido Musa Mustafá Musa ha sido desde el principio un partidario del presidente en funciones y hasta no pareció convencido de su propia respuesta cuando Egypt Today le preguntó si era un candidato falso.
Al tratar de abordar los rumores de que cedería la presidencia a Al Sisi, incluso si ganara, Musa admitió esencialmente que era un candidato falso, declarando a Ahram Online: "Un referéndum [la elección de un candidato] es muy peligroso en un momento en que hay conspiraciones contra el país. Nadie irá a votar porque sólo haya una persona".
En unas declaraciones que hizo a los medios mientras emitía su voto, pareció sugerir que ni siquiera estaba votando por sí mismo: "Cualquiera que sea el resultado, estoy satisfecho con él y lo que se requiere es una gran participación electoral". Desafortunadamente para Musa y sus titiriteros cercanos a Al Sisi, su papel como apoyo en un crudo intento de legitimar estas elecciones ha fracasado rotundamente. Su candidatura simplemente ha añadido más farsa, exponiendo aún más la podredumbre del régimen que lleva a cabo este proceso y el enfoque chapucero y torpe de su líder.
En lo que a sus protagonistas se refiere, estas elecciones se asemejan superficialmente a las elecciones presidenciales egipcias de 2005. Entonces, el presidente Hosni Mubarak derrotó a su contrincante simbólico Ayman Nour, predecesor de Musa como líder del partido de centroderecha El Ghad, con una participación popular mínima.
Sin embargo, hay dos diferencias muy claras. En primer lugar, en el período intermedio, las masas egipcias han vivido toda una vida de experiencia revolucionaria, y ahora son plenamente conscientes de que no tienen necesidad de tolerar la abyecta condescendencia de la clase dominante egipcia con el silencio o la obediencia. Y, en segundo lugar, el monstruoso régimen burocrático-militar que parecía invencible hace 13 años ha sido derribado repetidamente por oleadas de movimientos de masas revolucionarios.
La opacidad de las elecciones en 2005 parecía representar el dominio del régimen sobre el poder. Ahora, los desesperados esfuerzos de los partidarios de Al Sisi por organizar todos los aspectos del proceso electoral, a menudo con tinte cómico, reflejan la posición de debilidad y desorden en que se encuentra el régimen.
Una presidencia moldeada por la crisis
Las irregularidades de la administración Al Sisi al manejar estas elecciones no deben de sorprender a nadie que haya sido testigo de las sucesivas y calamitosas apariciones públicas, discursos desesperados y pésimas acciones propagandísticas que han caracterizado a este régimen. Un ejemplo particularmente prominente fue el caótico Foro Mundial de la Juventud que Egipto organizó en noviembre pasado. Se suponía que el evento mostraría el progreso social y político que Egipto había realizado desde la revolución, con los egipcios apaciguados por su nuevo gobierno benévolo y destacados jóvenes de todo el mundo libres para debatir en un ambiente abierto. En la mente de sus organizadores, iba a ser un anuncio dirigido a potenciales inversores extranjeros.
De hecho, el foro fue boicoteado por muchos de sus invitados en protesta por los abusos contra los derechos humanos y la falta de democracia en Egipto. Aquellos que sí asistieron presenciaron discusiones unilaterales demasiado obvias, diseñadas para favorecer la imagen del gobierno egipcio, lo que provocó peleas, boicots y frecuentes abucheos entre los asistentes. El presidente, por su parte, se presentó notoriamente al evento saludando a los dignatarios con un ‘Dios salve a la reina’.
Los errores superficiales de Al Sisi revelan algo más fundamental en juego. En 2013, llenó un vacío de poder creado por la falta de liderazgo revolucionario en Egipto al hacerse pasar por un hombre fuerte que podría traer estabilidad a Egipto cumpliendo con los compromisos. Pero sobre una base capitalista nunca hubo posibilidad de que ningún líder pudiera cumplir con este papel, dada la paralizante crisis económica que aflige a Egipto y las brutales condiciones impuestas por los imperialistas mientras rescatan el país.
Por lo tanto, ahora tenemos el espectáculo tragicómico de un líder y un régimen que intenta con todas sus fuerzas parecer grande y fuerte, pero que sólo revela su debilidad con cada intento. En realidad, el menor empuje de las masas egipcias podría derribar no solo a Al Sisi, sino al hediondo edificio sobre el que se erige el régimen.
El frente común de la burguesía se ha desintegrado
Los estrategas del capital a nivel internacional han sido conscientes de este hecho durante algún tiempo, como así advertía The Economist en agosto de 2016: "el señor al Sisi no puede proporcionar una estabilidad duradera. El sistema político egipcio debe reabrirse". Al igual que a otros comentaristas burgueses, la torpeza del presidente les crea desconfianza, un sentimiento que claramente ha penetrado en el propio régimen. Un indicio de que las grietas se estaban abriendo en el seno de la clase dominante fue el fallo contra Al Sisi que pronunció uno de los Tribunales Supremos por la venta de las Islas del Mar Rojo el año pasado. El parlamento apoyó ampliamente al presidente en ese tema, pero también pareció dividido.
Actualmente, figuras clave de la vieja guardia de Mubarak han empezado a oponerse públicamente a Al Sisi y han intentado presentarse como contrincantes en la carrera presidencial. Esos altos miembros de la burocracia militar que intentan oponerse al presidente en funciones no habrían sido escuchados en ningún periodo anterior de la república egipcia. La represión apresurada y desordenada a dichos candidatos con la ayuda de la máquina estatal -y en el caso de Shafik, otra máquina de Estado- refleja el temor de Al Sisi por su propia posición. El frente único de la clase dominante egipcia, que triunfó sobre los hombros de la revolución egipcia en 2013, y fue respaldado por el imperialismo occidental, aparentemente se ha derrumbado.
Bajo el peso de las crecientes contradicciones en la sociedad egipcia, el régimen se ha cerrado sobre sí mismo y han comenzado las recriminaciones. El presidente Al Sisi se encuentra atrapado entre dos sectores de la clase dominante que están tirando en diferentes direcciones. Una desea abrir aún más la economía egipcia y hacerla más atractiva para los inversores extranjeros, sin tener demasiado en cuenta las implicaciones políticas dentro de Egipto. El otro sector está compuesto en gran parte por elementos más tradicionales de la burocracia, que protegen los privilegios y la riqueza adicional que acompañan a sus posiciones dentro o cerca del aparato estatal. Al Sisi se vio obligado por la necesidad económica a complacer a la primera ala, provocando así en esta última un desafío a su autoridad.
La clase dominante cambia su melodía
Sin embargo, a medida que las elecciones se acercaban, los representantes más serios de la burguesía cambiaban notablemente su tono hacia Al Sisi. En su resumen de noticias para el Financial Times a principios de la semana pasada, Josh de la Hare explicaba por qué pensaba que los egipcios saldrían a votar por Al Sisi:
"Mucha gente quiere estabilidad. Todavía están traumatizados por los trastornos que siguieron a la revolución de 2011. Por lo tanto, no hay realmente un estado de ánimo para disentir, protestar o censurar la falta de libertad política".
El jueves, el New York Times se mostraba optimista sobre la reelección de Al Sisi:
"Los empresarios afirman que las duras reformas económicas, la estabilidad política y las nuevas infraestructuras de los últimos cuatro años han ayudado a sus empresas a recuperarse de la caída provocada por el levantamiento de 2011".
¿Qué hay detrás de esta postura repentinamente positiva sobre la continuación de una presidencia, que estas publicaciones a menudo describen como poco confiable en el mejor de los casos? Es el espectro de la revolución egipcia, cuyo pensamiento todavía infunde terror a las clases dominantes del mundo. Para éstas, un líder débil, con sus débiles intentos de contener la lucha de clases en Egipto, es mejor que cualquier otro dirigente.
La lucha de clases es irremediable
Como afirma The Economist, esto no es una receta para la estabilidad política. El propio Al Sisi respondió con un tono de pánico y defensivo en su entrevista del 20 de marzo en la televisión nacional. "No estamos preparados", dijo acerca de la idea de tener una elección debidamente disputada. "¿No es vergonzoso?". Es una gran vergüenza para la clase dominante egipcia, cuya decrépita condición se enfatiza cada vez que el régimen de Al Sisi se tambalea sin tener que enfrentarse a una oposición.
Sin embargo, también es una vergüenza para las masas egipcias que Jaled Ali abandonara la batalla electoral antes de que comenzara oficialmente sin oponer mucha resistencia. En lugar de retirarse ante las amenazas y la intimidación, podría haber utilizado cualquier juicio penal como plataforma pública para denunciar al régimen. Si él u otro candidato real de la oposición hubiera intentado llevar adelante una audaz campaña presidencial sobre una base de clase, estas elecciones podrían haber servido como una chispa para reavivar la revolución egipcia.
De cualquier manera, esa chispa llegará tarde o temprano. El régimen puede manipular las elecciones presidenciales a su favor, pero no puede hacer lo mismo con la lucha de clases.