El congreso rojo de 1921: la creación de la CGT de México y la lucha por la independencia de clase

Históricamente, el Estado mexicano ha combinado la más salvaje represión para contener la lucha de clases con el soborno y la domesticación de los movimientos sociales y sindicales. De esta táctica surge el fenómeno del charrismo sindical. El proletariado consciente de nuestro país siempre ha enarbolado la bandera de la democratización de los sindicatos y la purga de los elementos charros vinculados al Estado, requisito previo para poder librar una batalla efectiva contra el capital.

Como explica en este artículo Sebastián San Vicente, este año se cumple el centenario de la fundación de la Confederación General del Trabajo (CGT), que, inspirada por el bolchevismo y extrayendo conclusiones importantes de la experiencia de la Revolución mexicana, representó un inspirador esfuerzo por dotar a los obreros de México de una organización sindical democrática y socialista, independiente de los gobiernos populistas surgidos de la revolución.


En la etapa decisiva de la Revolución mexicana, en 1914-1915, el joven movimiento sindical mexicano se encontraba dividido y desorientado. La tradición más combativa de nuestro obrerismo, el Partido Liberal de Flores Magón, había quedado desbaratada por la represión y por sus propios equívocos. Magón adoptó una actitud marcadamente sectaria contra Madero que dividió a su movimiento, pasándose muchos de sus seguidores a las filas del antirreeleccionismo. A su vez, la corriente anarcosindicalista predominante en la capital, organizada en la Casa del Obrero Mundial, mostró desinterés hacia la batalla contra el porfirismo. Todavía peor, dos años más tarde asumieron una actitud de neutralidad durante el golpe de Estado reaccionario de Victoriano Huerta, postura barnizada con una pátina de antipoliticismo libertario. En realidad, las relaciones entre la Casa del Obrero Mundial y el régimen huertista fueron bastante cordiales y sólo se rompieron en vísperas de la caída del dictador.

La tendencia a la cooptación es un rasgo distintivo del régimen burgués surgido de la victoria de los constitucionalistas en la Revolución mexicana. Al calor de la lucha con el villismo y el zapatismo en 1914-1919, los hombres de Carranza aprendieron a dominar el arte de la demagogia. Desde un primer momento, sectores del constitucionalismo, en particular las facciones de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, se aliaron con los elementos más oportunistas del joven movimiento sindical. Esta alianza fue aceitada con numerosas dádivas a los sindicatos y con promesas grandilocuentes a los obreros que rara vez se cumplían.

Los caudillos de la Casa del Obrero Mundial, sedicentes anarquistas, respondieron a estos halagos con un pacto con Obregón y Carranza en febrero de 1915, formando batallones rojos dentro del ejército constitucionalista y comprometiéndose los anarquistas a hacer campaña a favor del constitucionalismo entre los trabajadores de toda la república. Así se frustró la natural alianza entre los obreros de la ciudad y los campesinos organizados bajo las banderas de la convención de Aguascalientes. Huelga decir que la falta de un programa social y económico coherente de los villistas y los zapatistas en 1914-1915 ahondó el cisma con el movimiento obrero. Los cuadros más clarividentes de la Casa del Obrero Mundial, hombres como Soto y Gama o Rafael Pérez Taylor, rechazaron esta política y se unieron al zapatismo, aunque esta corriente fue minoritaria.

Aplastados los ejércitos campesinos, Carranza se tornó contra sus aliados, pisoteando sus promesas y reprimiendo el activismo sindical. En los primeros meses de 1916, diversos activistas de la Casa del Obrero Mundial fueron apresados. Los batallones rojos fueron disueltos. La huelga de los ferrocarriles de comienzos de ese año fue duramente reprimida, quedando el sector sometido a disciplina militar. Estos ataques y la hiperinflación que erosionaba los ingresos de los asalariados empujaron a la Casa del Obrero Mundial a amenazar con la huelga general. La comisión que visitó a Carranza para tratar de solucionar el conflicto fue arrestada. La huelga general de agosto de 1916 fue consecuencia de este divorcio entre los sindicatos y el constitucionalismo. Como es bien sabido, el paro fue duramente reprimido. Emiliano Zapata explicó con perspicacia la tragedia del obrero mexicano durante la revolución, al ser enfrentado contra su hermano campesino:

“La emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino. De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas la una frente a la otra, y aprovecharse, verbigracia, de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podría utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo. Así lo hicieron en México Francisco Madero, en un principio, y Venustiano Carranza últimamente.”

La CROM

Sin embargo, estos acontecimientos no acabaron con las prácticas oportunistas de los dirigentes sindicales. Tampoco modificaron la estrategia corporativista del nuevo Estado mexicano establecido por el constitucionalismo. Los artículos de contenido social de la asamblea constituyente de Querétaro, aprobados contra los designios de Carranza, muestran la predisposición reformista de muchos de los dirigentes de la revolución triunfante. Sin salir de los márgenes del capitalismo y la propiedad privada, y sin abandonar los resortes de la represión, estos dirigentes, frecuentemente de origen pequeñoburgués, buscaban sofocar la agitación social que venía sacudiendo México desde 1910 mediante las concesiones y las reformas, dando de paso al nuevo Estado el importante papel de árbitro bonapartista del conflicto de clases. El más notable representante de esta tendencia a nivel nacional era sin duda el General Álvaro Obregón. El reformismo demagógico de Obregón y sus seguidores chocaba con la hostilidad a la reforma de Carranza, gran propietario de temperamento conservador con una visión estrechamente liberal y política, y no social, de la revolución. Esta será la raíz de la pugna que conducirá al derrocamiento del caudillo de Cuatro Ciénegas.

Al encuentro de Obregón acudió un grupo de jefes obreros que, lejos de escarmentarse por la debacle de 1916 de la Casa del Obrero Mundial, sacaron la conclusión de que habían de buscar a un mecenas más fiable que Carranza. Luis Morones, Samuel Yúdico, Celestino Gasca y otros (ex)obreros oportunistas, se coaligaron en mayo de 1918 en Saltillo, Coahuila, para formar la Confederación Regional Obrera de México (CROM). Estos dirigentes cuestionaron la táctica anarcosindicalista de la acción directa, propugnando la “acción múltiple” que preveía la participación electoral y la colaboración con el Estado burgués para obtener concesiones. Es significativo que la iniciativa de fundar la CROM no vino de los sindicatos, sino de un político constitucionalista, el gobernador de Coahuila, Gustavo Espinosa Mireles, quien organizó y financió el congreso fundacional. Luis Morones y otros elementos oportunistas de la maltrecha Casa del Obrero Mundial aprovecharon este apoyo para proyectarse a nivel nacional.

Como la alusión regionalista de su nombre y su bandera rojinegra indican, los dirigentes de la CROM provenían del anarquismo y utilizaron una retórica anarquizante para granjearse apoyos entre un movimiento sindical que era abrumadoramente de orientación libertaria, teniendo todavía el marxismo en México una escasa implantación. Los anarcosindicalistas no son inmunes a las tentaciones oportunistas. De hecho, su desinterés por la batalla política, su negativa a contraponer una nueva autoridad al Estado burgués, su reticencia a utilizar la lucha como palanca para la formación de un poder obrero, actitudes que verbalmente suenan muy radicales, tienden en la práctica a empujarles hacia el economicismo, que, en su obsesión por las cuestiones exclusivamente sindicales, abre la puerta a la adaptación al Estado y a la patronal.

En 1918-1920, los líderes de la CROM pudieron engañar a muchos obreros honestos porque, enfrentados con el régimen de Carranza, podían adoptar una actitud de confrontación con el gobierno y la patronal, a la espera de recibir las dádivas de Obregón tras su anticipado triunfo. De hecho, en estos años dirigen diversas huelgas y se postulan como una organización de combate. El objetivo era utilizar la radicalización obrera para espolear a Carranza desde la izquierda y preparar así la victoria de Obregón. Su intervención más importante en este periodo fue la participación en la huelga de maestros de la Ciudad de México de mayo de 1919, que condujo al arresto de la plana mayor de la CROM por la policía carrancista. Así pues, esta organización se consolidó como una fuerza importante, con 50.000 afiliados a mediados de 1919, incluyendo sectores como los textiles de Orizaba y agrupaciones de ferrocarrileros, electricistas y mineros. En este momento se trataba, sin embargo, de un movimiento fuertemente descentralizado, donde los caudillos oportunistas de su dirección, el llamado Grupo de Acción, ejercían un control bastante tenue sobre las bases. Paralelamente, Morones fundó un Partido Laborista para hacer campaña por Obregón, partido análogo a otras formaciones de izquierdas de carácter regional formadas por generales populistas para captar el voto obrero. Sin embargo, este partido, una mera máquina electoral, jamás devino una fuerza de masas.

La hipertrofia de radicalismo verbal y de promesas embaucadoras que caracterizan la política mexicana en estos años contribuyó a engañar y desorientar a un sector importante del proletariado mexicano. Obregón llegó a seducir a socialistas genuinos de la talla de Felipe Carrillo Puerto, dirigente de las Ligas de Resistencia yucatecas, que se alió con el general tras haberse acercado al comunismo. A pesar de que la CROM contaba con numerosos luchadores genuinos entre sus filas, los jefes del Grupo de Acción eran oportunistas compinchados con Obregón, y corrompidos hasta la médula no sólo ideológicamente sino materialmente. Numerosos son los testimonios del escandaloso tren de vida de Luis Morones. En palabras del comunista Charles Phillips, Morones era “gordo, perfumado, vestido con un elegante traje a medida y con un anillo de diamante.”

La contraparte a la fusión del sindicalismo con el Estado burgués mexicano era la adaptación al imperialismo estadounidense, verdadero amo del capitalismo mexicano. Luis Morones y sus hombres establecieron estrechos vínculos de amistad con la Federación Americana del Trabajo de Samuel Gompers, jefe sindical gringo oportunista, reuniéndose en diferentes ocasiones en 1918-1921 y proyectando la creación de una Federación Panamericana de sindicatos. La CROM se convirtió, a través del lazo entre Morones y Gompers, en una correa de transmisión del imperialismo estadounidense en México. Como explica el historiador Barry Carr, el creciente interés de Gompers por México “parecía motivado principalmente por el deseo de alejar al bisoño movimiento obrero mexicano de las doctrinas socialistas y anarquistas, guiándolo hacia el sindicalismo responsable.” Este concordato con el sindicalismo imperialista de Gompers generó fuertes polémicas en el seno de la CROM y ayudó a galvanizar la oposición contra Morones.

Los primeros disidentes

Los elementos más inteligentes y honestos del obrerismo mexicano supieron ver el peligro que entrañaba el colaboracionismo de la CROM con los generales constitucionalistas. La disidencia a la CROM era al principio minoritaria y no tenía aún una política coherente. La componían sectores heterogéneos, algunos venidos de la extrema izquierda del agrarismo y el sindicalismo, como Primo Tapias o Úrsulo Galván, a menudo fogueados en el magonismo y en contacto con los sindicalistas gringos del IWW; cosmopolitas radicales impresionados por la Revolución rusa, como los desertores estadounidenses refugiados en México Charles Phillips o Mike Gold y el exiliado indio Manabendra Nath Roy; militantes feministas que viraron hacia la izquierda, como Elena Torres o Evelyn Trent; anarcosindicalistas españoles y latinoamericanos como Sebastián San Vicente, José Rubio o el peruano Leopoldo Urmachea; o una nueva generación de jóvenes rebeldes cercanos al anarquismo pero interesados también por el bolchevismo, como José Valadés o Manuel Díaz Ramírez. No menos importantes fueron las voces discordantes que surgieron dentro de la propia CROM.

A finales de 1918, elementos disidentes fundaron el Gran Cuerpo Central de Trabajadores, de orientación anarcosindicalista (aunque partidario de la Revolución rusa). Esta organización estaba presente principalmente en la Ciudad de México y se granjeó el apoyo de panaderos, tranviarios, telefonistas y a varias organizaciones de obreros textiles. Dirigió huelgas importantes durante su efímera existencia.

Esta oposición embrionaria se fue articulando a lo largo de 1919. En agosto, tuvo lugar una Conferencia Nacional Socialista, que reunió a una treintena de activistas sindicales. Morones y Yúdico trataron de intervenir, pero acabaron siendo marginalizados y obligados a retirarse. El tono de la conferencia fue nítidamente filo-soviético, revolucionario y contrario a la colaboración con el Estado. Algunos de los participantes en la conferencia, encabezados por el gringo Charles Phillips y el indio Roy formarían el Partido Comunista Mexicano unas semanas más tarde, en noviembre de 1919, bajo la égida del agente soviético Mijaíl Borodin. El partido se propuso a combatir el colaboracionismo con los caudillos constitucionalistas, llegando a rechazar la participación electoral como antídoto a la cooptación por el Estado nacionalista mexicano. Durante sus primeros meses de existencia, falto de cuadros y de una implantación verdadera, el partido comunista vagó por el desierto. Para más inri, su secretario general, José Allen, era un agente del servicio secreto estadounidense. A mediados de 1920, estuvo a punto de desaparecer. Sin embargo, la llegada a México a finales de 1920 y comienzos de 1921 de los organizadores de la Internacional Comunista Sen Katayama, Louis Fraina y Charles Phillips (regresado a México tras un largo viaje a Europa y la Rusia soviética) permitió enderezar la labor del partido, al tiempo que entraban en él muchachos entusiastas provenientes de la Juventud Igualitaria.

La caída de Carranza

El triunfo de Obregón en mayo de 1920 marca una nueva fase en el desarrollo de la CROM. Morones y su camarilla recibieron importantes prebendas por parte del gobierno provisional de De la Huerta, incluyendo el Departamento de Establecimientos Militares y los Talleres Gráficos del gobierno, que engrasaron la red clientelar de la CROM. Bajo Obregón estos privilegios fueron ampliados, llegando a su culminación grotesca bajo la presidencia de Calles. Si hasta la caída de Carranza la CROM había sido libre de atacar al gobierno, ahora había de cumplir su parte del trato y fungir como brida para el obrerismo mexicano. Esto, sin embargo, resultaba difícil en las circunstancias del momento.

La derrota de Carranza fue acogida por entusiasmo por la clase trabajadora mexicana. Se había levantado el dique que obstruía la movilización obrera desde 1916. Obregón era percibido como un dirigente más cercano al pueblo, que no reprimiría a los sindicatos y que estaría predispuesto a satisfacer sus demandas. Este clima de confianza y optimismo animó a cientos de miles de trabajadores a organizarse e ir a la huelga. En 1920 se produjeron 173 huelgas en la república; en 1921 la cifra ascendió a 310. Tan sólo algunos de estos conflictos se produjeron bajo el liderazgo nominal de la CROM, muchos otros fueron luchas espontáneas o eran dirigidas por grupos ácratas o por el Gran Cuerpo de Trabajadores.

Inicialmente, tanto la CROM como el gobierno trataron de canalizar este torrente de movilización. Numerosos conflictos fueron resueltos en interés de los trabajadores. Precisamente, la dificultad de controlar el radicalismo obrero hizo conscientes a Obregón y a la “dinastía sonorense” de la necesidad de construir un movimiento sindical corporativista que contuviera las luchas dentro de márgenes seguros. A su vez, Morones no tuvo problema en potenciar determinadas huelgas para destacar su protagonismo y postularse como un árbitro eficaz del conflicto social. La CROM creció notablemente tras la caída de Carranza, aprovechando su sólida estructura nacional y la desorientación de sus adversarios rojos para cooptar a muchas de las asociaciones obreras que surgieron en este periodo.

El riesgo a ojos de Morones y Obregón era que esta radicalización desbordara a la CROM y condujera a la creación de un movimiento sindical independiente de masas. Este peligro quedó claro a finales de 1920, cuando Morones se enfrentó a una oposición furiosa por parte de delegados anarquistas en el congreso panamericano de trabajadores celebrado en la Ciudad de México. Las apariciones públicas de los charros del Grupo de Acción eran a menudo interrumpidas por elementos radicalizados de las bases de la CROM. A su vez, la CROM intervino a través de su frente electoral, el Partido Laborista, con nueve candidatos en las elecciones de septiembre de 1920. Ninguno de ellos, ni siquiera el propio Morones, fueron electos, lo cual denotaba que la supuesta autoridad que la CROM afirmaba ejercer sobre la clase obrera era exagerada, y que su control sobre la oleada de huelgas era nominal. Paco Ignacio Taibo (1986, p. 81) resume: “una larga serie de funcionarios cromistas llegarían a puestos públicos en estos meses, utilizando la presión del movimiento y [su] función esencial sería tratar de frenarlo y canalizarlo.”

Si tras la Revolución mexicana los elementos más oportunistas del movimiento obrero extrajeron la lección de que había de plegarse ante el Estado y aprovechar las (cicateras) ventajas que ofrecía nuevo régimen, otra corriente, más amplia pero menos organizada, concluyó que era necesaria la independencia de clase frente a la demagogia de los políticos pequeñoburgueses y los sobornos de los ministros y generales. En este sentido, la influencia radicalizadora de la Revolución rusa jugó un papel espoleando a este sector hacia la izquierda. Como explicaba desde México Charles Phillips en 1919 (citado en Spenser y Ortiz, 2006, p. 72):

“[Los obreros] parecen estar amargamente decepcionados con el fracaso de lo que ellos habían creído confiadamente que era “su” revolución. Peor aún, una organización espuria ha venido a dividirlos, la llamada Federación Regional Obrera Mexicana, organizada bajo los auspicios del gobierno del estado de Coahuila que pagó todos los gastos del Congreso de la federación en Saltillo en 1918. Afortunadamente, no todas las secciones … están bajo el dominio de la Oficina Central [de Morones]; algunas de ellas, como la de Orizaba, tienen mucha conciencia de clase.”

La ruptura era inevitable. Alcanzada una determinada temperatura en la lucha de clases, la diferencia entre los métodos conciliadores de la CROM y la intransigencia de los militantes obreros de base quedaría de manifiesto.

El frente único de los rojos

En palabras de un militante de la época (Valadés, 1985, p. 101), a comienzos de 1920, “sólo existían dos clases, dos frentes, dos contradicciones”, entre el capital y su Estado y el trabajo. La Confederación General del Trabajo de México nació de la confluencia de corrientes disidentes comunistas y anarquistas. A lo largo de 1920, al calor de las luchas obreras, hubo un acercamiento entre las diferentes corrientes radicales libertarias y comunistas, tanto internas como externas a la CROM, y tanto de tipo sindical como círculos de propaganda y afinidad. Todo gran proceso de movilización produce una tendencia a la unidad, facilitada, en este caso, por la actitud pro-bolchevique de los anarquistas mexicanos. Había un ambiente de solidaridad y de optimismo. “Parecía como si estuviéramos a las puertas de una revolución proletaria”, recuerda Valadés.

En agosto de 1920 se fundó la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, que, a pesar de su nombre, era un frente sindical de ácratas y marxistas. El choque con los cromistas se produjo en septiembre durante la huelga de los cigarreros de El Buen Tono, en el que el frente único entre los activistas de la CROM y la Federación Comunista acabó resquebrajándose al cabo de pocos días. En el otoño, esta oposición, aglutinada en la Federación, fue tomando forma y endureciendo su actitud hacia Morones y sus hombres. Se libraba una batalla encarnizada para conquistar los sindicatos y comités de huelga que surgían por doquier en la capital y más allá.

La influencia del PCM, ahora reconstruido con la ayuda de los jóvenes Díaz Ramírez y Valadés, crecía notablemente. En estrecha colaboración con los anarquistas, la política de disputar la dirección a los reformistas dentro y fuera de la CROM, basada en las resoluciones del segundo congreso de la Internacional Comunista, surtía efecto. La llegada de Phillips, Fraina y Katayama, emisarios de la Internacional, a finales de 1920 y comienzos de 1921 vino a potenciar este trabajo.

Si la Federación Comunista planteó un serio desafío a Morones, no menos grave era la disidencia dentro de la propia CROM. Los marxistas tenemos que diferenciar cuidadosamente entre los dirigentes oportunistas de los sindicatos y los partidos de la izquierda y sus bases, entre las que a menudo se encuentran militantes honestos y combativos. Numerosas agrupaciones de la CROM se rebelaron contra los charros del Grupo de Acción, escorando drásticamente hacia la izquierda y estableciendo vínculos con los comunistas y anarquistas. Como explica Taibo:

“Sin embargo, aunque controlado por la CROM, el movimiento de la provincia era cualquier cosa menos conciliador. Conciliadoras podían ser a ratos sus direcciones y los aparatos mediadores que CROM y gobiernos estatales implementaban […], pero los sindicatos luchaban violentamente, levantaban demandas que iban más allá de la lucha salarial, buscaban y a veces encontraban la solidaridad regional, rompiendo las trabas cromistas a la huelga solidaria, aplicaban la acción directa, enfrentaban el esquirolaje y la dureza patronal.”

La CGT

La escisión del movimiento obrero mexicano estaba implícita en la situación a comienzos de 1921, siendo la Federación Comunista el embrión de una nueva organización nacional revolucionaria. El catalítico para la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT), fue el congreso panamericano de Morones con la AFL gringa de Gompers, celebrado en la Ciudad de México a mediados de enero de 1921. Esta iniciativa indignó a la izquierda de la CROM, que trató de interrumpir el encuentro. La Federación Comunista convocó entonces un encuentro en la Ciudad de México para el 15 de febrero para discutir las siguientes cuestiones:

La forma de organización obrera y campesina que mejor responda a las condiciones del momento.

El proletariado mexicano ante los partidos políticos-democráticos y ante el Partido Comunista.

El proletariado mexicano ante el panamericano y el mundial.

El proletariado mexicano ante la Internacional Obrera de Sindicatos Rojos de Moscú.

El proletariado mexicano ante el terror blanco en el continente americano.

Huelga decir que la convocatoria excluía a las personas que desempeñaran algún cargo representativo en el Estado. El objetivo era combatir la tendencia, encarnada por la CROM, a la absorción del movimiento obrero por parte del nuevo régimen.

Los delegados estaban citados en el Museo de Arqueología, cedido por el rector de la Universidad Nacional de México, José Vasconcelos. La hostilidad de los rojos al régimen obregonista estaba plenamente justificada. Empero, la demagogia del bloque gobernante había atraído a elementos radicales al nuevo régimen, que se habían hecho hueco en el aparato de Estado. Tal era el caso de gobernadores como Felipe Carrillo Puerto, de Yucatán, Francisco Múgica, de Michoacán, o Adalberto Tejeda, de Veracruz. También, efectivamente, del intelectual iconoclasta Vasconcelos. Sus buenas relaciones con sindicalistas radicales y su simpatía hacia su causa le llevaron a ceder el espacio para la celebración del congreso.

Al “congreso rojo” asistieron 65 delegados, entre los que había 60 obreros industriales. Según Taibo, el número de trabajadores representados ascendía a 36,000, una cifra significativa, que incluía unos 9 mil obreros textiles, así como numerosos tranviarios, panaderos, telefonistas o cigarreros, empleados municipales e impresores de diferentes lugares del país. Había una veintena de anarquistas de grupos de afinidad y una decena de miembros del PCM. La mayoría de asistentes, sin embargo, se movían en un magma de radicalismo confuso, anarquizante pero fuertemente pro-bolchevique.

El congreso declaró la guerra a la colaboración de clases y a la cooptación de los sindicatos por parte del Estado. Excluyó del movimiento a cualquier político o cargo público y vetó la intervención de los partidos en los sindicatos, con la excepción del PCM, considerada una organización genuinamente revolucionaria. Planteó como objetivo el comunismo libertario, al que se llegaría no con reformas y tratativas con los políticos sino mediante la lucha de clases y la acción directa. El tono, como vemos, era marcadamente libertario. El comité nacional electo en el encuentro estaba compuesto por anarcosindicalistas, y la CGT adoptó una estructura fuertemente descentralizada. Al mismo tiempo, reflejado el eclecticismo de los rojos y la influencia de los comunistas, el congreso afirmó su vínculo con el PCM, se afilió a la rama sindical de la Internacional Comunista e hizo suyo el concepto de la dictadura del proletariado basada en los soviets. El joven comunista Manuel Díaz Ramírez fue escogido para viajar a Moscú al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja, que había de tener lugar en julio de ese año.

En la primavera de 1921, la CGT realizó avances extraordinarios. Dirigió numerosas huelgas, de los ferrocarrileros, de hilanderos, de tranviarios, de petroleros y protagonizó paros generales en Tampico y Veracruz. Su política combativa, que engarzaba con la efervescencia que existía en las fábricas y lugares de trabajo, permitió a la CGT granjearse el apoyo de numerosos sindicatos y ganarse a diversas organizaciones de la CROM que se desprendieron de la madre nodriza. Ésta quedó comprometida, sus caudillos atrapados entre el abrazo de oso de Obregón, unas bases combativas y la CGT que la espoleaba desde la izquierda. En abril de 1921, según datos de la Internacional Sindical Roja, la organización contaba con 100.000 afiliados, cifra seguramente exagerada pero que no obstante indica la curva ascendente que traza el nuevo movimiento.

La creación de la CGT es de enorme trascendencia para la historia del proletariado mexicano, y hasta el día de hoy nos indica el camino a seguir. Representó un rechazo frontal al corporativismo propugnado por el Estado burgués con el objetivo de amordazar al movimiento sindical. Aquí, el movimiento obrero se reorganiza bajo las banderas de la independencia política y organizativa y con un programa que, a pesar de sus confusiones e imprecisiones, era de espíritu netamente revolucionario. La CGT es la conclusión lógica de las experiencias de los trabajadores de nuestro país entre 1914-1920, que revelaron en la práctica los peligros de ceder ante los cantos de sirena de políticos demagogos y la necesidad imperiosa de la democracia sindical. Como explica José Valadés (1985, p. 99), delegado comunista en el congreso:

“Se trataba de organizar a los sindicatos obreros con la esperanza de salvarles de la ominosa tutela del Estado como se pretendía desde que, en 1918, el gobernador de Coahuila … fundó la Confederación Regional Obrera de México. Ya se veía desde esos días del 1921 el peligro de que el movimiento obrero sirviese de segundas partes a los políticos; de que los obreros fuesen conducidos a procesiones oficiales y formasen en el teatro del Estado.”

La CGT y el comunismo

El acercamiento entre comunistas y anarquistas en México en 1920-1921 no es exclusivo a nuestro país. El hecho soviético galvanizó a anarquistas de todo el mundo, en especial allí donde los libertarios tenían raíces profundas en el movimiento obrero. La pasión ácrata por el bolchevismo no era sencillamente en el plano emocional, hubo una verdadera revisión ideológica en base a la Revolución rusa que llevó a muchos libertarios a aceptar conceptos marxistas como la dictadura del proletariado.

Este proceso de reconciliación de los dos grandes bandos anticapitalistas se vio coadyuvado por la enorme conflictividad que sacudió a diferentes países tras la Primera Guerra Mundial, que forjó una unidad de combate de las diferentes facciones revolucionarias. La masiva Confederación Nacional del Trabajo de España, la Unione Sindacale Italiana o los Industrial Workers of the World de EEUU, formaciones de espíritu libertario, enviaron delegados a Moscú. Algunos anarquistas y sindicalistas acabaron integrándose definitivamente en el movimiento comunista, como fue el caso de Víctor Serge, Andreu Nin, Billy Haywood o Alfred Rosmer.

En México, el hermanamiento entre anarquistas y marxistas dio vida a la CGT. Aquí, la ausencia de una tradición socialdemócrata reformista, que ensuciase el nombre de Marx, y las posturas antiparlamentarias del PCM, ciertamente barrieron muchas de las suspicacias que existían en otros países. Como ya se explicó, el PCM era muy influyente en la CGT. Paralelamente a la creación del nuevo sindicato, el partido dio pasos importantes por cuenta propia en 1921, ganándose cientos de militantes e interviniendo en las luchas del momento. Bajo la autoridad de Charles Phillips, se organizó un Buró Latinoamericano de la International Sindical Roja, al que se integró a diferentes cuadros anarquistas y sindicalistas como los españoles Sebastián San Vicente y José Rubio, Rafael Quintero y el wobbly gringo Martin Paley, e incluso el cromista de izquierdas Felipe Leija Paz. El órgano de prensa del buró, El Trabajador, editado por Phillips, devino el periódico oficioso de la CGT, proveyendo de la dirección política unificada de la que había quedado huérfana en su descentralizador y confederal congreso. En realidad, este buró “latinoamericano” apenas mantuvo contactos fuera del país. Su verdadero mérito fue el de proveer de orientación y perspectivas al sindicalismo rojo mexicano. Bajo la égida del buró y con fondos soviéticos, se despachó a diferentes agitadores a organizar las fuerzas de la CGT en provincia, con notable éxito.

El buró latinoamericano, y con él la alianza comunista-anarquista, sufrió un duro golpe en mayo de 1921. Tras los violentos enfrentamientos entre rojos y derechistas en las celebraciones del primero de mayo en Morelia y otras ciudades, Obregón creyó tener una excusa para reprimir a la CGT. Su crecimiento preocupaba al gobierno y a sus compinches de la CROM. Las autoridades deportaron a la mayoría de los cuadros extranjeros de la CGT, que jugaban un papel crucial en el movimiento. Los gringos Phillips y Paley, los españoles San Vicente y José Rubio, el colombiano Jorge Sánchez y otros fueron detenidos y expulsados de México. La partida un poco más tarde de Katayama, que permanecía en la clandestinidad, y el viaje de Manuel Díaz Ramírez a Rusia, supusieron un golpe adicional a las fuerzas del PCM y del buró.

En agosto de 1921, se empiezan a percibir tensiones entre libertarios y comunistas. Éstos, desorganizados y desmoralizados por la represión, han perdido influencia en la CGT. Entretanto, han llegado a México a través de España noticias desalentadoras sobre la persecución de los anarquistas rusos por parte de los bolcheviques. El congreso nacional de la CGT de septiembre de 1921 presenció ásperas polémicas entre las dos corrientes. En la asignación de credenciales, los libertarios ya privaron de voto a varios militantes comunistas, que quedaron en franca minoría. Las manzanas de la discordia eran dos, la relación entre los sindicatos y el PCM y el concepto de la dictadura del proletariado (aceptado sin problemas unos meses atrás). Los anarquistas recuperan su viejo arsenal ideológico bakuninista para golpear a los comunistas. A tal punto llegó la polémica que las juventudes comunistas acaudilladas por Valadés abandonaron airadamente el congreso. Esta deserción allanó el camino a los ácratas.

La batalla ideológica implicaba a una minoría de delegados, perteneciendo la mayoría a un bloque indefinido y poco ideologizado. Su consecuencia inmediata, sin embargo, fue la de desmoralizar a los elementos anfibios. El debate quedó inconcluso, la CGT formalmente continuó adherida a Moscú. La ruptura no era aún total. Todavía en noviembre de 1921 el comité de la CGT emitía comunicados exaltando a Lenin y Trotsky, aunque sin el entusiasmo del periodo anterior.

El regreso de Díaz Ramírez de Moscú en octubre reavivó la polémica, tratando éste de mantener a la CGT en la órbita del comunismo internacional. Sin embargo, los comunistas mexicanos gradualmente abandonaron sus posiciones en la CGT. Esto reflejaba la mengua de sus efectivos, pero también su abatimiento y la falta de energía para dar una batalla política a los anarquistas en los sindicatos. En particular, las juventudes comunistas de Valadés, movidas por la impaciencia y la arrogancia, dieron la espalda a la CGT. El realineamiento anarquista de la CGT es fruto de la deserción comunista más que de una verdadera escisión.

Sería incorrecto presentar este enfrentamiento entre ácratas y bolcheviques como una cuestión estrechamente ideológica. La polémica debe contextualizarse en el ambiente enrarecido que se había formado en el verano debido al reflujo en la movilización obrera y el endurecimiento de la represión. En vísperas del congreso de septiembre, la CGT perdió a importantes sindicatos de provincia, como los de Veracruz, Orizaba y Tampico, algunos de los cuales se reintegraron a la CROM. Las huelgas cayeron de más de 300 en 1921 a 197 en 1922, 146 en 1923 y 136 para 1924. El optimismo revolucionario de meses anteriores, que había facilitado la confraternización de anarquistas y comunistas, daba ahora lugar al pesimismo y a una dolorosa resaca. Este reflujo coincidía con la atenuación a escala internacional de las agitaciones que siguieron al fin de la guerra. En este ambiente desalentador debe ubicarse el divorcio entre anarquistas y comunistas que partió a la CGT.

El declive

La CGT dirigió algunas luchas importantes a finales de 1921 y comienzos de 1922. Si los dirigentes ácratas se iban desmarcando de la Revolución rusa, no era el caso todavía de las bases. En Puebla, los trabajadores textiles en huelga formaban “soviets” y asaltaban las haciendas al grito de “mueran los gachupines, viva Lenin”. La lucha con los amarillos de Morones alcanzaba ahora visos violentos y desesperados. Tras unos meses vagando por el desierto, los comunistas recuperaron la iniciativa al intervenir exitosamente en el movimiento inquilinario de Veracruz y el Distrito Federal. Sus vínculos con el agrarismo jarocho y michoacano les ofrecieron nuevos puntos de apoyo en provincia. Pero estos éxitos se daban al margen del mundo sindical.

A lo largo de los años 20, presenciamos luchas importantes y altibajos en las fortunas tanto de la CGT y el PCM. Sin embargo, las condiciones de fuerte radicalización y contestación social de 1920-1921, donde coincidían la onda larga de la Revolución mexicana con la influencia del bolchevismo, se habían disipado. La CGT, ya nítidamente anarquista y antisoviética, se vio diezmada por la represión y por las expulsiones. La implicación de algunos de sus miembros en la algarada de De la Huerta a finales de 1923 fue especialmente dañina, dividiendo a la organización e invitando a la represión.

Bajo la presidencia de Calles, en 1924-1928, el movimiento sindical queda casi totalmente fagocitado por la CROM, con pequeños oasis autónomos, comunistas o cegetistas. Calles y Morones imponen por la fuerza una verdadera dictadura sindical. Mediante sobornos, censura, demagogia, intimidaciones y asesinatos, Morones se enseñorea del obrerismo mexicano. Según las cifras oficiales, la CROM pasa de 150,000 afiliados en 1921 a 1,200,000 en 1924, a 2,000,000 en 1928, datos sin duda inflados pero que reflejan el incuestionable monopolio sindical de los amarillos. La fusión entre el Estado y los sindicatos charros deviene casi total. Tras la presidencia de Calles, la CROM perderá el apoyo del régimen. Las relaciones entre Morones y Obregón eran tensas en el momento en el que se produce el asesinato de éste, cuando ya había sido reelecto. La política del manco de Celaya buscaba dividir el charrismo obrerista del agrarista para debilitar a ambos, mientras que Morones ambicionaba adueñarse del movimiento campesino. Portes Gil, el sucesor de Obregón tras su muerte, adoptó una política decididamente anti-cromista. Morones cifraba sus esperanzas en recibir el apoyo de Calles, pero éste le dio la espalda, priorizando sus relaciones con la presidencia. Así comienza la rápida descomposición de la CROM durante el Maximato, un fin ignominioso e inevitable para una central sindical que se había sometido absolutamente al Estado burgués y que quedaba pues expuesta a los cambios en la política presidencial.

Morones desaparecería de la escena, pero el charrismo se recompondría en los años 30. Al día de hoy, el sometimiento al Estado sigue siendo un peligro mortal para los sindicatos de México. Esta tendencia se agrava bajo el gobierno de la 4T con su política amistosa hacia los movimientos obreros y sociales, que, si bien facilita la conquista de nuestras demandas también genera ilusiones reformistas. La labor iniciada por la CGT hace cien años sigue inconclusa: construir una organización sindical revolucionaria, internacionalista, democrática e independiente del Estado burgués, que, en alianza con el movimiento socialista, sea capaz de conducir al proletariado mexicano a su victoria definitiva sobre el capital y sus representantes políticos.


[1] Charles Shipman, It Had to be a Revolution: Memoirs of an American Radical (Ithaca: Cornell University Press, 1993), pág. 81.

[2] Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México (Ciudad de México: Era, 1987), pág. 81.

[3] Paco Ignacio Taibo II, Bolshevikis: Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México (1919-1925) (Tabasco: Planeta, 1986), pág. 81.

[4] Informe de 1919 a la Comintern citado en: Rina Ortiz Peralta y Daniela Spenser, La Internacional Comunista en México: Los primeros tropiezos. Documentos, 1919-1922 (Ciudad de México: INEHRM, 2006), pág. 72.

[5] José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, vol. 2 (Sinaloa: Universidad de Sinaloa, 1985), pág. 101.

[6] Ibid., pág. 101.

[7] Taibo, Bolchevikis, pág. 106.

[8] Valadés, Memorias, pág. 99.