Faltan menos de cien días para la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Aunque ya se conocen la mayoría de los candidatos, es imposible predecir cuáles pasarán a la segunda ronda.
Esta incertidumbre es de por sí un reflejo de la profunda crisis de la democracia burguesa francesa. Hasta hace poco, la clase dominante sabía a lo que atenerse ante unas elecciones presidenciales, ya que todo se reducía a dos opciones: o una victoria de la derecha tradicional (Agrupación por la República, posteriormente Unión por un Movimiento Popular), o una victoria del Partido Socialista (PS).
Como era de esperar, la burguesía se apoyaba en su bando: la derecha. Sin embargo, una victoria del PS tampoco suponía una amenaza mortal para su poder y sus privilegios, ya que los propios dirigentes “socialistas” se entregaron (en cuerpo y alma) a la defensa del sistema capitalista. Cuando la derecha era derrotada, las grandes empresas manifestaban con sosiego: “qué esperas, es el cambio”. Eran conscientes de que las políticas llevadas a cabo por los líderes del PS decepcionarían a sus votantes, preparando así el regreso de la derecha al frente del Estado.
Máxima volatilidad
Esta maquinaria bien engranada, que ha marcado la escena política francesa durante décadas, se rompió durante las elecciones presidenciales de 2017. La campaña de François Fillon estalló, no solo por sus “asuntos", sino también por el catastrófico balance de Nicolas Sarkozy (2007-2012), cuyo ejercicio se vio rápidamente sumido en la crisis económica mundial más profunda desde los años treinta. El PS, debilitado por décadas de renuncias y traiciones, colapsó a raíz de sus “primarias abiertas” y se hundió, favoreciendo así a La Francia insumisa. Jean-Luc Mélenchon recibió 3 millones de votos más que en 2012. Marine Le Pen recibió 1,3 millones de votos más en la primera vuelta que en 2012, y 5 millones más en la segunda vuelta que su padre en 2002.
Esta clara polarización del panorama político no impidió la victoria de Macron. Sin embargo, la victoria aritmética del “centro” (el statu quo) no mitigó el profundo impacto de las elecciones de 2017. Cinco años después, la situación política sigue caracterizándose por una extrema inestabilidad y una creciente polarización. La base económica de este proceso (la crisis orgánica del capitalismo) no ha desaparecido. Al contrario, la crisis de este sistema se ha agravado.
Es cierto que, en este momento, a principios de enero, la polarización se expresa sobre todo en la derecha del tablero, especialmente a través de la candidatura de Eric Zemmour (ultraderecha) y del apoyo que encuentra en las capas más reaccionarias de la población. En las cadenas de televisión, los comentaristas de la derecha exponen las encuestas y se regocijan: “¡Las elecciones se van a jugar en la derecha! ¡La izquierda ya ha perdido!”. Tras esto, realizan análisis superficiales (y soberbios) de las tácticas que deberían adoptar Macron, Pécresse (Republicains, derecha tradicional), Le Pen y Zemmour para intentar movilizar a sus respectivos electorados. Al escucharlos, parecería que el corazón de tres cuartas partes de los votantes en Francia se debate entre estos cuatro políticos burgueses.
En realidad, lo que revelan las encuestas en este momento es que una clara mayoría de los votantes potenciales no están seguros de si van a votar (y, si lo están, aún no saben a qué candidato). La volatilidad del electorado es aún mayor ahora que en 2017. Esto es precisamente lo que hace que el resultado de estas elecciones sea tan incierto.
La candidatura de Mélenchon
Sin embargo, esta enorme volatilidad también indica que La Francia insumisa (FI), en la izquierda, no ha conseguido consolidar su base electoral de 2017, y menos aún desarrollarla. En ciertos círculos, incluso en la izquierda, existe una explicación muy superficial: “Ya está bien de Mélenchon, está demasiado visto”. Sin embargo, este tipo de consideración tiene mucho más peso en la intelligentsia pequeñoburguesa (acostumbrada a buscar frenéticamente “lo nuevo") que en el conjunto de la clase obrera y las capas más oprimidas de la población. En nuestros escritos hemos señalado con frecuencia otras razones más graves para el declive relativo de FI. En los últimos cinco años, Mélenchon y sus compañeros han multiplicado sus errores hacia la derecha: alianzas con el PS y los Verdes, seguidismo al movimiento de los Chalecos Amarillos, moderación general del discurso y rechazo a transformar FI en un partido sólidamente estructurado.
Es imposible determinar si estos errores representarán un obstáculo inevitable para el éxito de la nueva campaña de Mélenchon. Aquí entran en juego muchos factores, entre ellos las propias fluctuaciones políticas de Mélenchon (a la derecha y a la izquierda) que puedan tener lugar en los próximos meses. A pesar de esto, lo cierto es que esta candidatura es la única, en la izquierda, con posibilidades de superar el museo de los horrores que representan las candidaturas de la derecha, desde Macron hasta Zemmour.
Hay una razón fundamental para ello, que no tiene nada que ver con la personalidad de Mélenchon, ni con el número de veces que se ha presentado a las elecciones: la polarización de un gran número de potenciales votantes de la izquierda es tal que no se movilizarán por el agua tibia y estancada que representa el programa de una Anne Hidalgo (PS), un Yannick Jadot (Verdes) o sus equivalentes. Solo este hecho, que tiene su origen en la profunda crisis del capitalismo, provoca que los diferentes proyectos de “primarias de izquierda” carezcan de toda base política sólida. Si Mélenchon se adhiriera a alguno de estos, cometería un grave error, si bien, en cualquier caso, ha descartado esta opción firmemente hasta el momento.
Romper con el capitalismo
Como en 2017, los compañeros de la CMI en Francia participarán en la campaña electoral para hacer frente a la derecha y a la extrema derecha, es decir, por una victoria de Mélenchon. Pero como en 2017, lo haremos defendiendo nuestras ideas y programa marxistas.
Si Mélenchon es elegido el próximo mes de abril, se enfrentará a la hostilidad activa e implacable de la clase dirigente, la Unión Europea, los mercados financieros y los grandes medios de comunicación. Estos harán todo lo posible para obligar a un gobierno de FI a abandonar sus reformas progresistas, ya que van en contra de los intereses fundamentales de las grandes empresas (independientemente de lo que defienda Mélenchon). Fuga de capitales, huelga de inversiones, deslocalizaciones, chantaje laboral: todos los medios posibles serían empleados para hacer sucumbir a Mélenchon (como a Tsipras en 2015, o a Mitterrand en 1982).
En este contexto, un gobierno de la FI solo tendrá dos opciones: capitular o pasar a la ofensiva, es decir, nacionalizar las principales palancas de la economía, para privar a la burguesía de los medios que esta emplearía para sabotear la acción gubernamental. Pero la realidad es que Mélenchon descarta esta posibilidad. Y su programa oficial, L'Avenir en commun, solo propone un reducido número de nacionalizaciones, dejando el grueso del aparato productivo en manos privadas. En definitiva, este programa propone lo imposible: mejorar el nivel de vida de las masas sobre la base del capitalismo en crisis. Esta es su principal debilidad.
Construir una Internacional revolucionaria
Esto es lo que explicaremos, con cifras y argumentos, durante la campaña electoral. Révolution, sección francesa de la Corriente Marxista Internacional, no tendría razón de existencia como organización independiente si su programa fuera el mismo que el de la FI. No lo es. Apoyaremos la candidatura de Mélenchon contra la derecha, contra la reaccionaria “banda de los cuatro” que proponen agravar la explotación de la masa de la población (así como la crisis medioambiental) para que los multimillonarios sigan enriqueciéndose y el índice de la Bolsa de París CAC 40 supere nuevos récords (¡29% de subida en 2021!). Apoyaremos todo lo que en el programa de la FI vaya en una línea correcta. No obstante, insistiremos en la necesidad de construir una Internacional revolucionaria con un programa de ruptura con el capitalismo, un programa de transformación socialista de la sociedad, que es el único capaz de impedir que la humanidad se hunda en la barbarie.