Después de que el último soldado ruso cruzara el río Oxus, volviendo de Afganistán a la Unión Soviética en 1989, el filósofo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama (perteneciente a la Universidad de St. James, Maryland y agente de la CIA), sacó su tesis infame del "Fin de la historia". Sin embargo, aunque el muro de Berlín había caído y la Unión Soviética se había derrumbado, esta tesis fue pronto refutada por la propia historia cuando la primera Guerra del Golfo estalló en 1991.
La orgía de euforia en torno al "fin del comunismo" pronto se convirtió en resaca en cuanto la economía capitalista se encaminaba a la recesión y la crisis se agudizaba a escala mundial. El imperialismo necesitaba una nueva teoría y estrategia para mantener la calma y sembrar la confusión ante la posibilidad de un renacer de la lucha sobre una base de clase. Lo que se derrumbó en Rusia y Europa del Este no fue el socialismo, sino su caricatura, una burocracia estalinista totalitaria. El fracaso de la versión maoísta del estalinismo también ha llevado a la degeneración capitalista de la burocracia china.
Estos hechos históricos han tenido un efecto devastador en la conciencia de las clases trabajadoras, especialmente en los países ex-coloniales. Siempre que hubo un retroceso o pausa en la lucha de clases las clases dominantes han aprovechado la oportunidad para intensificar la explotación de los trabajadores por el capital. Esta crisis social ha conducido a disturbios sociales y movimientos de los oprimidos. En base a estos trastornos, los imperialistas han desarrollado una contradicción falsa para confundir y distraer a las masas de su verdadera lucha contra la explotación y la represión capitalista.
En esta situación, otro intelectual de EE.UU., Samuel P. Huntington, mejor conocido como el "carnicero de Vietnam" por su papel brutal en esa guerra desastrosa, saltó a la palestra con otra tesis ingeniosa. Ocupó el mismo puesto en la CIA y dio clases en la misma universidad que Fukuyama. Él llamó a su teoría "El Choque de Civilizaciones". Esto se inventó para crear un conflicto religioso, dando así un nuevo impulso al fundamentalismo islámico y otros fanatismos religiosos.
Pero el fundamentalismo islámico moderno fue creado al principio de la década de 1950. Después del derrocamiento de la monarquía en Egipto, en 1952, hubo una oleada de revoluciones en Irán, Siria, Yemen, Indonesia, Irak y otros países. El levantamiento de masas en Egipto llevó a la nacionalización del Canal de Suez por Nasser. Esto dio lugar a la guerra de Suez, cuando Israel, Gran Bretaña y Francia atacaron a Egipto y fueron derrotados. La victoria de Nasser dio un impulso al populismo con tintes socialistas y otras corrientes de izquierda en el llamado mundo musulmán. Los intereses y la hegemonía del imperialismo se veían amenazados.
El fundamentalismo islámico moderno es en realidad un invento de John Foster Dulles, el Secretario de Estado del presidente Eisenhower. Una operación fue puesta en marcha por la CIA para patrocinar, financiar y apoyar a los grupos islámicos que podrían desempeñar el papel de fuerzas reaccionarias contra los regímenes de izquierda y las corrientes que lideraban luchas antiimperialistas, y en algunos casos anticapitalistas, en estos países. Akhwan ul Muslimeen, en el Oriente Medio; Jamaat e Islami, en el sur de Asia; y Masjumi y Nahdlatul Ulemas de Indonesia, fueron algunas de las organizaciones que se han creado para salvaguardar el capitalismo en estos países. Estas fuerzas del oscurantismo religioso fueron utilizadas por los ejércitos pro-imperialista en el genocidio llevado a cabo en Indonesia en 1965 y en el este de Bengala en 1971. El imperialismo siempre ha utilizado la religión para llevar a cabo su política de “divide y vencerás” en diferentes partes del mundo.
En el subcontinente indio, los británicos introdujeron un apartado sobre la religión en el censo de 1872. En 1905, Lord Curzon llevó a cabo la división de Bengala sobre una base religiosa con intenciones similares. Después de la revuelta de los marineros de 1946, que culminó en una huelga general masiva desde Karachi hasta Madrás, la India se quedó en un punto muerto. La clase dominante británica estaba aterrorizada por el hecho de que el movimiento de independencia en el subcontinente pudiese no detenerse en el nivel de la liberación nacional, sino que pasara a convertirse en una revolución social que pusiera fin a las posibilidades de explotación post-colonial de la región. Incluso cuando Jinnah[1] había aceptado el plan de una India confederada pero unida, Churchill se aseguró a través de Edwina Mountbatten que el impulsivo Nehru provocaría a Jinnah y a los líderes de la Liga Musulmana para que volvieran a sus posiciones separatistas.
Por lo tanto la partición se llevó a cabo sobre una base religiosa sectaria en la que 2,7 millones de almas inocentes perecieron. Las heridas de la partición todavía se ciernen sobre más de la mitad de mil millones de personas empobrecidas, hundidas en el abismo de la miseria, la pobreza y la enfermedad. Estos enfrentamientos religiosos son una fuente de explotación imperialista y también se utilizan para justificar el enorme gasto en armas de destrucción, principalmente por parte del complejo militar-industrial de los monopolios occidentales. Hoy en día, la India se ha convertido en el mayor importador de armas seguido por China, Corea del Sur y Pakistán.
La guerra en Afganistán no se inició en 2001, después los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York, Virginia y Pennsylvania. Este es un conflicto viejo de treinta y dos años. Comenzó como una operación encubierta de la CIA en el verano de 1978 para derrocar al Gobierno de izquierda del Partido Democrático Popular de Afganistán liderado por Noor Mohammad Tarakai, que fue instalado por un golpe revolucionario antes de la intervención de Rusia en diciembre de 1979. La influencia de la "Saur", la Revolución de Primavera, constituyó una inspiración para los oprimidos y una amenaza para los intereses imperialistas en la región. Aquí el modus operandi fue de nuevo fomentar el fundamentalismo islámico.
La CIA, actuando a través de las agencias de inteligencia saudíes y paquistaníes, entrenó, financió y armó a fanáticos religiosos adoctrinados de países con población musulmana. Osama Bin Laden fue reclutado por el asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, en 1978, para esta "cruzada islámica" contra los "infieles comunistas". Una de las primeras acciones de estos yihadistas enviados por los imperialistas fue un ataque a una escuela mixta, que se quemó, matando al director y destripándolo. El principal recurso creado por la CIA para financiar esta notoria "Yihad del dólar", como en la mayoría de otras insurgencias contrarrevolucionarias, fue el contrabando de drogas, rescates de secuestros y otros delitos.
La intervención rusa fue utilizada por occidente como una maniobra de propaganda para apuntalar esta insurgencia reaccionaria. Incluso después de que las tropas rusas se retiraran de Afganistán mediante el acuerdo de Ginebra de 1988, el Gobierno del PDPA se mantuvo en el poder hasta 1992. No fue derrotado por los "Muyahidines", como difundió la propaganda de los medios de comunicación burgueses. Se cayó por sus errores ideológicos y errores metodológicos, incluyendo la traición de los estalinistas en el régimen que se pasaron al enemigo.
Después de que los estadounidenses abandonaron Afganistán, estallaron combates feroces entre las distintas facciones de los Muyahidines. Kabul, una vez conocida como “el París del Oriente”, quedó pulverizada y diezmada en esta brutal orgía de intolerancia religiosa. La yihad se extendió a Pakistán, con sus Kalashnikovs y su cultura de las drogas, intoxicando al conjunto de la sociedad. El dictador militar neo-fascista, Zia ul Haq, llevó el fanatismo a los extremos más insospechados. Hizo estragos, destruyendo la cultura y sofocando el arte, la literatura y la sociedad en su conjunto. Los azotes en público y la introducción de leyes religiosas draconianas convirtieron la vida en una pesadilla.
Los trabajadores y las masas empobrecidas se enfrentaban al peor de los mundos posibles. Esta tiranía terrible se desató para perpetuar su dominio en el nombre de la piedad y el Islam, con el pleno respaldo de sus amos imperialistas. Incluso después de que lo abandonaran sus jefes, al convertirse en un megalómano y comenzara a considerarse seriamente a sí mismo como Ameer ul Muslimeen, que podría incluso desafiar a los estadounidenses, las organizaciones religiosas fundamentalistas se mantuvieron intactas y prosperaron. La red financiera de la insurgencia reaccionaria, la producción de heroína, contrabando de drogas y otras actividades delictivas mientras el arsenal de la yihad era suministrado por los imperialistas, se convirtió en una empresa floreciente.
Grandes cantidades de dinero negro generado en este lucrativo negocio han penetrado en el Estado y la sociedad. Se utilizan para construir escuelas religiosas islámicas y santuarios para los fanáticos religiosos, mientras que sus piadosos jefes religiosos han ido convirtiéndose en multimillonarios durante el proceso. Este mercado negro ahora abarca más de dos tercios del total de la economía de Pakistán. Los fundamentalistas islámicos se alimentan de este capital, mientras que esta economía sumergida utiliza a los religiosos y otras mafias políticas para proteger sus intereses.
Sin embargo, a pesar de esta amenaza social que cuelga como una espada de Damocles sobre la sociedad, su base política de masas es mínima. En realidad, es la debilidad de la élite burguesa paquistaní la que crea espacio para este fanatismo y le permite prosperar. Su base está en las clases medias. Después de que el colapso del estalinismo se presentara engañosamente como el "fracaso del socialismo", se creó un vacío político. Los fundamentalistas religiosos trataron de llenarlo, pero con poco éxito. Juegan con la incertidumbre, las presiones económicas, la inseguridad social, las privaciones y la alienación de las clases medias y así logran obtener una base temporal en esta clase vacilante que, sin embargo, se marchita rápidamente. Las capas medias del ejército, la judicatura y otras instituciones estatales también están infectadas con la mentalidad religiosa, algo que se ve en las decisiones de los tribunales inferiores y la confraternización de sectores del ejército con los islamistas.
Las enormes migraciones de las zonas rurales a las ciudades y la fea expansión de chabolas suburbanas generan problemas similares, junto con la alienación urbana que también es aprovechada por los grupos religiosos. Pero entre los trabajadores y los campesinos pobres no tienen una base importante y su presencia superficial en los sindicatos y las zonas rurales se debe en, la actualidad, a la falta de una alternativa revolucionaria y socialista. Su retórica anti-estadounidense no ha sido capaz de generar un amplio apoyo entre los trabajadores y las masas pobres. Y esto a pesar de que existe un odio furioso contra la agresión imperialista entre la gran mayoría de las masas. La mayoría de los jóvenes llevados a sus manifestaciones proceden de las escuelas religiosas y no saben mucho acerca de lo que realmente está pasando.
En el plano electoral han sido un fracaso total. Sólo en 2002 se las arreglaron para conseguir el 11% de los votos. Pero eso se debió principalmente a la manipulación de los organismos del Estado que querían utilizarlos en sus propias negociaciones con el imperialismo. Incluso algunos de los ataques terroristas han sido supuestamente orquestados con el mismo propósito.
Al igual que en la economía formal e informal, la elite liberal y los jefes religiosos obscenamente ricos están en constante conflicto, alimentándose y apoyándose mutuamente al basarse su riqueza y su poder en la economía de mercado. Aunque hay un gran revuelo acerca de la amenaza y el terror del fundamentalismo entre la elite liberal y la "sociedad civil" pequeñoburguesa, éstos siempre capitularon ante los partidos islámicos y se aliaron con ellos cada vez que los trabajadores y las masas oprimidas se han alzado mediante luchas revolucionarias.
El extremismo religioso sólo existe en la sociedad, porque la burguesía paquistaní no ha podido completar ninguna de las tareas históricas de la revolución democrática nacional, incluyendo la separación de la religión del Estado y el laicismo. En cualquier caso, era muy poco probable que se llegara a un país secular cuando éste se creó sobre la base de la religión.
Lo mismo ocurre con el imperialismo. Ambos se basan en el mismo sistema económico, es decir, el capitalismo. Fueron socios en el pasado y cerrarán filas en cuanto se enfrenten a un desafío revolucionario de las clases trabajadoras. Sin la eliminación de la pobreza, las privaciones, la alienación social y cultural junto con la miseria, en todos los periodos en los que la lucha de clases retrocede, los prejuicios del pasado y las fuerzas de la reacción negra volverán para perseguir y maltratar a la sociedad.
Es un resultado inevitable de la profunda crisis y el empeoramiento del sistema de explotación en el que la sociedad queda estrangulada, con su tejido social desmoronándose. Su derrocamiento y la transformación socio-económica arrancará de raíz las bases del terrorismo fundamentalista y destruirá la aplastante dominación del imperialismo. La tarea de completar la revolución inconclusa de 1968-1969, que tanto se acercó al socialismo revolucionario, es la tarea hoy planteada por la historia ante la nueva generación de jóvenes y trabajadores de Pakistán.
[1] Jinnah, junto con Gandhi y Nehru, los líderes más reconocidos en Occidente de la oposición nacionalista en India al final del dominio británico. Jinnah fue el primer líder de la Liga Musulmana, que participó finalmente (junto con Nehru y otros líderes del Partido del Congreso hindú) de la política divisionista promovida por el imperialismo británico. Jinnah fue el primer mandatario (por entonces, gobernador general) del Pakistán independiente después de la II Guerra Mundial (nota de los editores de la web).