La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) fue creada en el año 2010 con la finalidad de impulsar la integración económica de los 33 países miembros. Hasta ahora se han reunido cuatro cumbres, la última fue realizada en la Ciudad de México del 16 al 18 de septiembre, la cual ha despertado entre distintos activistas de la izquierda un debate sobre el futuro de Latinoamérica, Centroamérica y el Caribe y la posibilidad de formar un bloque de países de la región para hacerle un contrapeso a la influencia del imperialismo norteamericano.
Andrés Manuel López Obrador planteó en la última cumbre la idea de que la CELAC puede “alcanzar el ideal de una integración económica con EE.UU. y Canadá” y “construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la comunidad económica que dio origen a la actual unión europea”. Previamente se planteó la posibilidad de crear un organismo que sustituyera a la Organización de Estados Americanos (OEA) que atiende los intereses del imperialismo estadounidense.
Este debate es positivo porque se visualiza la lucha de la izquierda y de la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales y se tiende a una perspectiva por lo menos Latinoamericana, del Caribe y Centroamérica. Sin embargo, es necesario cuestionar ¿la integración económica es favorable para la clase obrera, los pobres de la región y las limitantes que implica realizarla en los márgenes del sistema capitalista? ¿es posible una integración latinoamericana sin la influencia del imperialismo bajo el sistema capitalista?
El imperialismo
Tras emerger los EEUU como una potencia imperialista, atendiendo los intereses de los capitalistas, sus gobiernos dieron por hecho que una de las zonas de influencia sería el continente americano. A partir de entonces, se han establecido una serie de acuerdos, tratados e instituciones para mantener su dominio. Algunos ejemplos de estos son: la Carta de la Organización de Estados Americanos firmada en 1948, el Acta de Chapultepec firmado en 1954; la conformación del Banco Interamericano de Desarrollo creado en 1959; la llamada Alianza para el Progreso formada en 1961 con la idea de hacerle frente a la influencia de la revolución cubana en el continente, y, recientemente, en 2017, la conformación del llamado Grupo Lima, cuyo objetivo fundamental es condenar al gobierno de Venezuela.
Lenin, en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo nos explica cuales son algunas de las características del imperialismo:
- La concentración de la economía en grandes monopolios, son pocas las empresas o grupos empresariales que tienden a concentrar las ramas fundamentales de la economía.
- La conformación del capital financiero, que se da de la fusión de los bancos con el capital financiero. Dándole a la oligarquía financiera y a los bancos un poder no visto en otras etapas del sistema capitalista.
- La exportación del capital, no sólo de mercancías. Lo que facilita el expolio de las potencias imperialistas de los países que consideran sus zonas de influencia.
- La organización internacional de los capitalistas, para la repartición del mundo en zonas de influencia, en búsqueda de materias primas, mano de obra barata o mercados.
El dominio y sometimiento de Estados Unidos hacia la región de América Latina, Centroamérica y el Caribe, no sólo tiene que ver con los objetivos de los personajes que están al frente del gobierno en turno, sino de intereses creados por los dueños del capital financiero, las grandes empresas y los monopolios. Para lo cual han impulsado una serie de acuerdos, tratados e instituciones que previamente mencionamos, a través de las cuales se ha dado la llamada integración latinoamericana bajo la tutela del imperialismo estadounidense, siendo el mecanismo más desarrollado la Organización de los Estados Americanos.
Intentar democratizar dichas instancias, o pedir cooperación a los gobiernos de Estados Unidos basada en la autodeterminación y el respeto mutuo en los márgenes del actual sistema de explotación, es como entrar a una jaula de un león hambriento, pretenderlo alimentar con vegetales y diplomáticamente solicitarle que nos respetemos mutuamente.
Un continente expoliado
Formalmente, la mayoría de los países del continente consiguieron su independencia hace más de 200 años, la clase dominante en Latinoamérica, Centroamérica o el Caribe no ha conseguido liberar a nuestros países del dominio imperialista. El dominio colonial simplemente ha cambiado de careta, formalmente somos países independientes, pero estamos sometidos a los monopolios, las grandes empresas estadounidenses, europeas o chinas.
La idea de desarrollar un capitalismo independiente en nuestros países es una utopía, los capitalistas regionales están atados por múltiples hilos al capital internacional y a la inversión extranjera, lo que provoca que los gobiernos y las instituciones repitan este esquema de dependencia.
Cuando los capitalistas y oligarcas locales sienten que sus intereses son amenazados, han recurrido a la intervención de las potencias imperialistas, principalmente de Estados Unidos, ha avalado y colaborado con intervenciones militares, gobiernos títeres o golpes de Estado para deshacerse de gobiernos y personajes incomodos a sus intereses.
La burguesía en nuestros países no repitió el mismo esquema que la clase dominante en Francia del siglo XVIII, la cual en sus orígenes derrocó revolucionariamente al feudalismo e instauró la sociedad moderna por esa vía. Aquí, en Latinoamérica y el Caribe, la burguesía llegó demasiado tarde a la historia, cuando el mundo ya estaba repartido en unas cuantas potencias imperialistas, por lo que su configuración los llevó a ser colaboracionista con el imperialismo, insolente con las tareas democráticas-burguesas en la región y se moldeó un capitalismo dependiente y atrasado.
Doscientos años después de la independencia formal, las cifras hablan por sí solas, cerca de 230 millones de personas viven en pobreza, de los cuales 80 millones lo hacen en condiciones de pobreza extrema, el desempleo azota a más del 10% de la población en edad de laborar, 166 millones no tienen acceso a agua potable, 19 millones no tienen acceso a electricidad y 77 millones no tienen acceso a combustibles y energías limpias para cocinar.
Esta situación se ha visto empeorada por la crisis que catalizó por la pandemia de SARS CoV2.
En contraste tenemos una región rica en recursos naturales, aquí se encuentran el 12% de los suelos cultivables de todo el mundo con abundante diversidad y ecosistemas, un tercio de agua dulce del mundo y múltiples recursos ligados a los sectores de la minería y los hidrocarburos, entre otras riquezas naturales.
El imperialismo, con el consentimiento de las oligarquías locales ha expoliado a la región, bajo la lógica de ganancia que impera en el sistema capitalista, han sometido a nuestros países y nos han condenado a la pobreza, el saqueo y la explotación. Mientras la pobreza se concentra en la mayoría de los trabajadores, campesinos y sus familias, una ínfima minoría se enriquece.
La CELAC, el reformismo y el socialismo
En los últimos veinte años hemos presenciado el ascenso de gobiernos que se denominan progresistas en la región, los cuales en su mayoría han sido un subproducto de la lucha revolucionaria de las masas obreras y campesinas.
La mayoría de estos gobiernos no se proponen el terminar con el sistema capitalista, sino reformarlo, construir un capitalismo “más humano”, como es el caso del gobierno del Frente para Todos en Argentina; un capitalismo libre de corrupción, tal y como se lo ha planteado Andrés Manuel López Obrador en México o una redefinición del sistema, tal como lo ha planteado Lula Da Silva ex presidente de Brasil.
Coinciden en que el Estado debe tener una mayor intervención en la economía y la sociedad para brindar la “protección de los sectores más vulnerables”, y de impulsar una serie de programas sociales y reformas en beneficio de la población más pobre, todo esto sin romper con el sistema capitalista, sino dentro de los márgenes del sistema.
Estos proyectos, incluso con sus limitaciones, se han encontrado con una férrea oposición por parte de las oligarquías locales, sectores importantes de la clase dominante y del propio imperialismo. La intención de conciliar estos proyectos con sectores de la burguesía, no los ha salvado de los proyectos de sabotaje, golpes blandos o golpes de Estado.
Este tipo de gobiernos son los que le han dado un reimpulso a la CELAC, en la última reunión, a la cual acudieron 17 mandatarios, 2 vicepresidentes y 9 cancilleres.
La idea de la sustitución de la OEA fue abandonada en la cumbre, se abordó la cuestión del rechazo a la intervención en asuntos políticos y económicos de los países de la región y se hizo un llamado a solucionar los conflictos por la vía del diálogo y la creación de organismos neutrales. Además, se mencionó la necesidad de producir lo que la región consume aprovechando los recursos naturales y humanos impulsando políticas redistributivas que se centren en la justicia social. Se hizo un llamado para que el Fondo Monetario Internacional flexibilizara las condiciones de la deuda y se valorara la condonación o por lo menos reducirla ante la crisis detonada por la COVID-19. Se hizo un llamado para reducir las emisiones de carbono, con la finalidad de combatir el cambio climático y por la elaboración de un plan regional para la seguridad alimentaria.
La cumbre se manifestó en contra del bloqueo económico hacia Cuba y se alcanzaron tres compromisos:
- El impulso de una agencia espacial regional.
- Un plan de autosuficiencia sanitaria, el cual consiste en producir en masa las vacunas que algún país genere.
- La creación de un fondo único para la atención de desastres naturales.
El contenido y la esencia de la discusión la definieron los gobiernos reformistas de la región, los cuales plasmaron parte de sus ideas y proyectos en los resolutivos. Fieles a su estilo y métodos, pretenden que, mediante exhortos, notas diplomáticas o resoluciones, la clase dominante renuncie a sus proyectos y a su lógica de la ganancia.
En un proyecto de integración latinoamericana, en los márgenes del sistema capitalista, siempre estarán presentes los intereses de las potencias imperialistas o de las burguesías locales. Pretender convencerles mediante exhortos que abandonen sus intereses y asuman un proyecto de “justicia social”, es pretender alimentar a un tigre con vegetales.
Las ideas del reformismo, incluso se hacen más utópicas con la crisis económica del capitalismo.
Bajo este contexto la clase dominante exige programas de ajustes severos en el terreno económico, el eliminar las conquistas de la clase trabajadora y recargar la crisis sobre sus espaldas; bajo un contexto así el radio de acción de los proyectos políticos que priorizan el impulsar solamente reformas bajo los márgenes de capitalismo se hace más estrecho, como una medida de aminorar las desigualdades, y se encuentran sometidos a la presión de la burguesía y de la propia clase trabajadora, sino dan paso a medidas revolucionarias con una perspectiva de lucha contra el sistema terminarán claudicando ante los intereses de los capitalistas en detrimento de las aspiraciones e intereses de la clase trabajadora.
La política reformista bajo un contexto de crisis termina por convertirse en un proyecto sin reformas, y caen bajo las garras del programa de los capitalistas.
Lo mismo sucede con los exhortos a los organismos financieros internacionales, los llamados a democratizar esas instituciones o los peticiones para que las potencias imperialistas atiendan el cambio climático, simplemente se quedan plasmados en los papeles como buenos deseos. Las organismos financieros internacionales obedecen los intereses de los dueños de las grandes empresas, a sus gobiernos y al imperialismo, con exhortos y notas diplomáticas no se terminará con la explotación y expoliación hacia la región, se tiene que ir a la raíz del problema, y el problema es que en el sistema capitalista la minoría que controla la banca y las grandes empresas producen con la finalidad de generar ganancia, no para satisfacer las necesidades de la humanidad o cuidar el medio ambiente y las instituciones del Estado fueron forjadas para salvaguardar esos intereses.
La clase trabajadora y los sectores más conscientes de la juventud de Latinoamérica y el Caribe necesitamos construir una herramienta de lucha revolucionaria, que aspire, no a eliminarle el filo al sistema capitalista, sino a derrocarlo; que concrete un proyecto de justicia social no en lo abstracto o el discurso, sino que señale que la desigualdad y la explotación surge de que una minoría de la población, que no trabaja, concentra la mayoría de la riqueza en sus manos, como consecuencia de poseer los medios de producción, mientras la mayoría que trabajamos vivimos en condiciones de pobreza.
La integración latinoamericana a la que aspiran honestamente millones de obreros, campesinos y jóvenes de la región vendrá de la lucha por la expropiación de las grandes empresas y la banca poniéndolos bajo el control democrático de la clase trabajadora y la sociedad, la instauración de un gobierno de los trabajadores que derroque el poder político de los capitalistas, luche por el socialismo y la creación de una Federación Socialista de Latinoamérica y el Caribe.
La integración a la que aspiramos los trabajadores será posible bajo el socialismo o no será, cualquier tipo de integración en la que se avance en los márgenes del actual sistema político y económico siempre estará sometida a las presiones de los intereses de las grandes empresas, las trasnacionales, los bancos y las potencias imperialistas estadounidense, europeas o china.