La ola revolucionaria que barrió el norte de África y Oriente Medio, derrocando, o desestabilizando los regímenes establecidos, fue vista como un desastre por las potencias imperialistas. Y con razón. La estabilidad de estas dictaduras era de vital importancia estratégica para el imperialismo. Servían para aterrorizar a las masas del mundo árabe. Facilitaban la explotación de los trabajadores y el saqueo de los recursos de la región. Lo mismo ocurría en Libia, donde, inicialmente, el levantamiento del 19 de febrero en Bengasi constituía una extensión de la revolución en Egipto y Túnez. Sin embargo, en el curso posterior de los acontecimientos, la revolución libia quedó desviada en
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