El llamamiento del presidente Chávez a organizar una nueva internacional revolucionaria, la Quinta Internacional, ha provocado discusión apasionada en las filas del movimiento obrero en América Latina y en todo el mundo. Los marxistas no podemos mantenernos indiferentes ante esta cuestión. ¿Qué actitud debemos tomar?
La primera pregunta que debemos responder es: ¿necesitamos una Internacional? El marxismo es internacionalista o no es nada. Ya en los orígenes de nuestro movimiento, en las páginas del Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron: “los trabajadores no tienen patria”.
El internacionalismo de Marx y Engels no era un capricho, ni el resultado de consideraciones sentimentales, sino que se derivaba del hecho de que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial –de las diferentes economías y mercados nacionales surge una sola unidad, indivisible e interdependiente– el mercado mundial.
Hoy en día, ésta predicción de los fundadores del marxismo ha sido demostrada de manera brillante, se podría decir que en condiciones de laboratorio. La dominación aplastante del mercado mundial es el factor más decisivo de nuestra época. Ningún país, por grande y poderoso que sea –ni los EEUU, ni China, ni Rusia–, puede mantenerse al margen de la poderosa atracción del mercado mundial. De hecho, esto fue uno de los motivos de la caída de la URSS.
La Primera y Segunda Internacionales
La Liga Comunista fue, desde su inicio, una organización internacional. Sin embargo, la formación de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) en 1864 representó un salto hacia adelante cualitativo. La tarea histórica de la Primera Internacional fue la de establecer los principios, el programa, la estrategia y la táctica más importantes del marxismo revolucionario a escala mundial. Sin embargo, en su origen, la AIT no era una Internacional marxista, sino una organización extremadamente heterogénea, compuesta por sindicalistas reformistas británicos, proudhonistas franceses, italianos seguidores de Mazzini, anarquistas, y demás. Gradualmente, combinando firmeza en los principios con gran flexibilidad táctica, Marx y Engels ganaron a la mayoría.
La AIT consiguió poner los cimientos teóricos para una Internacional genuinamente revolucionaria, pero nunca fue una auténtica Internacional obrera de masas. Realmente fue un anticipo del futuro. La Internacional Socialista (Segunda Internacional), fundada en 1889, empezó dónde la Primera Internacional había terminado. A diferencia de ésta, la Segunda Internacional empezó como una Internacional de masas, agrupando y organizando a millones de trabajadores. Tenía partidos y sindicatos de masas en Alemania, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, etc. Además, por lo menos de palabra, se basaba en el marxismo revolucionario. El futuro del socialismo mundial parecía asegurado.
Sin embargo, el infortunio de la Segunda Internacional fue que se formó durante un período prolongado de ascenso del capitalismo. Esto dejó su huella en la mentalidad de la capa dirigente de los partidos y sindicatos socialdemócratas. El período de 1871-1914 fue el período clásico de la socialdemocracia. Sobre la base de un auge económico prolongado, el capitalismo pudo hacer concesiones a la clase obrera o, más correctamente, a su capa superior.
La formación de una casta numerosa de dirigentes sindicales, burócratas del partido y carreristas parlamentarios llevó a un proceso de degeneración en el que la burocracia cada vez estaba más divorciada de las masas y de las bases de las organizaciones. Gradualmente, de manera casi imperceptible, se perdieron de vista los objetivos revolucionarios. Los dirigentes fueron absorbidos en la rutina diaria de la actividad parlamentaria o sindical. Finalmente, encontraron teorías para justificar este abandono de los principios.
Ésta fue la base material de la degeneración nacional-reformista de la Segunda Internacional (Socialista), que quedó cruelmente al descubierto en 1914, cuando los dirigentes de la Internacional votaron por los créditos de guerra y apoyaron a “sus” propias burguesías en la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial.
La Tercera Internacional
La Tercera Internacional (Comunista) empezó a un nivel cualitativamente superior al de sus dos predecesoras. Al igual que la AIT, en el punto álgido de su desarrollo, la Tercera Internacional defendía un programa revolucionario e internacionalista claro. Al igual que la Segunda Internacional, tenía una base de masas de millones de obreros. Una vez más, parecía que el destino de la revolución mundial estaba en buenas manos.
Bajo la dirección de Lenin y Trostky, la Internacional Comunista mantuvo una línea correcta. Sin embargo, el aislamiento de la revolución rusa en condiciones de un espantoso atraso material y cultural provocó la degeneración burocrática de la revolución. La fracción burocrática de Stalin tomó el control, particularmente después de la muerte de Lenin in 1924.
León Trotsky y la Oposición de Izquierdas trataron de defender las tradiciones limpias de Octubre contra la reacción estalinista –las tradiciones leninistas de la democracia obrera y el internacionalismo proletario–, pero estaban luchando contra la corriente. Los trabajadores rusos estaban exhaustos, después de años de guerra, revolución y guerra civil. Por otra parte, la burocracia se sintió cada vez más fuerte, empujó a un lado a los trabajadores y tomó control del partido.
Con la última enfermedad de Lenin y su muerte, la burocracia, bajo Stalin y Bujarin, dio un giro hacia la derecha, conciliándose con los kulaks y otros elementos capitalistas en Rusia, tratando de llegar a un bloque con los supuestos elementos burgueses progresistas en los países coloniales (Chiang Kai-shek en China) y la burocracia obrera en occidente (el Comité Anglo-Ruso.) Ésta política oportunista llevó a la derrota sangrienta de la revolución china y a la pérdida de oportunidades revolucionarias en Gran Bretaña en 1926 y, todavía más importante, en Alemania en 1923.
Con cada derrota de la revolución internacional, los obreros soviéticos quedaban más desanimados y desmoralizados, y la burocracia y la fracción estalinista del Partido se fortalecían y adquirían más confianza. Después de la derrota de la Oposición de Izquierdas de Trotsky (1927), Stalin, habiéndose quemado los dedos con la política a favor de los kulaks, rompió con Bujarin y dio un giro ultra-izquierdista de colectivización forzada en Rusia, al mismo tiempo que forzaba a la Internacional Comunista a adoptar la política loca del “Tercer Período”.
Trotsky y sus seguidores, los bolcheviques-leninistas, fueron expulsados del Partido Comunista y de la Internacional. A continuación, fueron calumniados, perseguidos, encarcelados y asesinados. Stalin trazó una línea de sangre entre la burocracia que usurpó y traicionó la revolución de Octobre y los trotskystas que lucharon por defender las auténticas ideas del bolchevismo-leninismo.
La Oposición Internacional de Izquierdas
El enorme potencial de la Tercera Internacional fue destruido por el ascenso del estalinismo en Rusia. La degeneración estalinista de la Unión Soviética causó estragos en las direcciones inmaduras de los Partidos Comunistas extranjeros. Mientras que Lenin y Trotsky veían la revolución obrera internacional como la única manera de defender el futuro de la revolución rusa y el Estado Soviético, Stalin y sus seguidores eran indiferentes ante la revolución mundial. La “teoría” del socialismo en un solo país expresa la limitación nacional del punto de vista de la burocracia, que consideraba a la Internacional Comunista como un simple instrumento de la política exterior de Moscú.
El peor resultado de ésta degeneración fue en Alemania. Trotsky hizo un llamado al frente único de obreros comunistas y socialdemócratas ante la amenaza Nazi. Pero sus advertencias a los miembros de los Partidos Comunistas cayeron en saco roto. La clase obrera alemana fue dividida por el medio. La política loca del “social-fascismo” dividió y paralizo al poderoso movimiento obrero alemán, y permitió a Hitler llegar al poder en 1933.
La derrota de la clase obrera alemana en 1933, como resultado de la negativa del Partido Comunista a ofrecer un frente único a los trabajadores socialdemócratas, fue un punto de inflexión. Trotsky sacó la conclusión de que una internacional que era incapaz de reaccionar ante una derrota de tal magnitud estaba muerta y que era necesario forjar una nueva internacional. La historia le dio la razón. En 1943, Stalin, después de haberla utilizado cínicamente como un instrumento de la política exterior de Moscú, enterró sin pena ni gloria a la Internacional Comunista, sin ni siquiera molestarse en convocar un congreso. La herencia política y organizativa de Lenin recibió un duro golpe para todo un período histórico.
La Cuarta Internacional
Bajo las condiciones más difíciles de exilio, calumniado por los estalinistas y perseguido por la GPU, Trotsky trató de reagrupar a las pequeñas fuerzas que se mantenían leales a las tradiciones del bolchevismo y la revolución de Octubre. Desgraciadamente, además de la limitación numérica de sus fuerzas, muchos de los seguidores de la Oposición estaban confundidos y desorientados y se cometieron muchos errores, particularmente de carácter sectario. En parte esto era un reflejo del aislamiento de los trotskistas respecto al movimiento de masas. Este sectarismo está presente hoy en día en la mayoría de los grupos que se reclaman del trotskismo, pero que no han sido capaces de entender las ideas más básicas que Trotsky defendió.
Trotsky lanzó la Cuarta Internacional en 1938 sobre la base de una perspectiva concreta, que, sin embargo, fue falsificada por la historia. El asesinato de Trotsky por un asesino estalinista en 1940 fue un golpe mortal para el movimiento. Los otros dirigentes de la Cuarta Internacional demostraron que no estaban a la altura de las tareas que les planteaba la historia. Repetían las palabras de Trotsky sin haber entendido su método y, como consecuencia, cometieron toda una serie de errores que llevaron al naufragio de la Cuarta. La dirección de la Internacional fue totalmente incapaz de entender la nueva situación que había surgido después de 1945. La ruptura y las escisiones del movimiento trotskista tienen sus raíces en este período.
No es posible en este texto entrar en más detalle en los errores de la dirección de la Cuarta Internacional de aquel entonces, pero baste con decir que Mandel, Cannon y los demás quedaron completamente desorientados después de la guerra y eso les llevó a un abandono total del auténtico marxismo. La llamada Cuarta Internacional degeneró después de la muerte de Trotsky hasta convertirse en una secta orgánicamente pequeño burguesa, que no tiene nada en común con las ideas de su fundador ni con una tendencia auténticamente bolchevique-leninista. La actitud sectaria de estas sectas seudo-trotskistas hacia la revolución bolivariana es un ejemplo particularmente burdo de esto.
La Segunda y Tercera Internacionales degeneraron en organizaciones reformistas, pero por lo menos tuvieron a las masas. Trotsky, en el exilio, no tenía una organización de masas, pero tenía un programa y una política correctos y una bandera limpia. Era respetado por los obreros en todo el mundo y sus ideas tenían una audiencia. Hoy en día, la llamada Cuarta Internacional no existe como organización. Aquellos que dicen hablar en su nombre (y hay unos cuantos) no tienen ni a las masas, ni las ideas correctas, ni siquiera una bandera limpia. Sobre estas bases está totalmente excluida cualquier resurrección de la Cuarta Internacional.
El movimiento ha retrocedido
Lenin siempre fue honesto. Su consigna era: decir siempre lo que es. En ocasiones la verdad es amarga, pero siempre necesitamos decir las cosas cómo son. Lo cierto es que, por una combinación de circunstancias, objetivas y subjetivas, el movimiento revolucionario ha retrocedido y las fuerzas del auténtico marxismo han quedado reducidas a una pequeña minoría. Ésa es la verdad, y el que lo niegue simplemente se está engañando a sí mismo y a los demás.
Décadas de crecimiento económico en los países capitalistas avanzados han provocado una degeneración sin precedentes de las organizaciones de masas de la clase obrera y al aislamiento de la corriente revolucionaria, que en todas partes ha quedado reducida a una pequeña minoría. El colapso de la Unión Soviética ha servido para sembrar confusión y desmoralización en el movimiento y ha puesto el sello final a la degeneración de los dirigentes ex-estalinistas muchos de los cuales se han pasado abiertamente al campo de la reacción.
Muchos han sacado conclusiones pesimistas de esta situación. A ellos les decimos: no es la primera vez que nos enfrentamos a dificultades y éstas no nos asustan en absoluto. Mantenemos nuestra confianza inquebrantable en la corrección del marxismo, en el potencial revolucionario de la clase obrera y en la victoria final del socialismo. La crisis actual deja al descubierto el papel reaccionario del capitalismo y pone en el orden del día la revitalización del socialismo internacional. Podemos ver el inicio de un reagrupamiento de fuerzas a escala internacional, al que hay que dar una expresión organizada y un programa, perspectivas y política claras.
La tarea a la que nos enfrentamos es aproximadamente análoga a la que se enfrentaron Marx y Engels en los tiempos de la fundación de la Primera Internacional. Como hemos explicado más arriba, esa organización no era homogénea, sino que estaba compuesta por varias tendencias. No obstante, eso no desalentó a Marx y Engels. Ellos se unieron al movimiento general por una Internacional de la clase obrera y trabajaron pacientemente para proporcionarle una ideología y un programa científicos.
Lo que diferencia a la Corriente Marxista Internacional (CMI) de todas las demás tendencias que dicen ser trotskistas es, por una parte, nuestra actitud meticulosa hacia la teoría y, por otra, nuestra actitud hacia las organizaciones de masas. A diferencia de todos los demás grupos, nosotros partimos del hecho de que cuando los trabajadores entran en acción, no lo harán a través de algún pequeño grupo al margen del movimiento obrero. En el documento fundacional de nuestro movimiento, Marx y Engels explicaron:
“¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
“Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.
“No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.
“Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.
“Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.” (Marx y Engels, El Manifiesto Comunista, Proletarios y comunistas.)
¿Qué conclusión sacamos de esto? Sólo ésta: que los auténticos marxistas no deben separarse de las organizaciones de masas. El dilema de la época actual es que la dirección socialdemócrata del movimiento obrero ha capitulado a las políticas burguesas, asfixiando las aspiraciones de los trabajadores, pero sigue teniendo apoyo de masas en muchos países. Es muy fácil declarar la degeneración de la dirección oficial. Sin embargo, la tarea es construir una alternativa.
La Internacional no se construirá simplemente proclamándola. Sólo se construirá sobre la base de acontecimientos, de la misma manera que la Internacional Comunista se construyó sobre la base de la experiencia de las masas en el período turbulento de 1914-20. Son necesarios acontecimientos, acontecimientos y más acontecimientos para educar a las masas en la necesidad de una transformación revolucionaria de la sociedad. Pero además de acontecimientos, necesitamos crear una organización con ideas claras y raíces firmes en las masas a escala mundial.
Cómo defender a la revolución venezolana
En su discurso en Caracas, Hugo Chávez señaló que todas las Internacionales anteriores habían tenido su base en Europa, cómo reflejo de las batallas de clase en ese continente, pero que hoy el epicentro de la revolución mundial se encontraba en América Latina, y especialmente en Venezuela. Es un hecho innegable que, por lo menos hasta el momento, la revolución en América Latina ha ido más allá que en ninguna otra parte del mundo. La CMI explicó esta perspectiva hace diez años, y ha sido confirmada ampliamente por los acontecimientos.
Al señalar este hecho innegable, Chávez de ninguna manera negó la existencia de un potencial revolucionario en el resto del mundo, incluyendo Europa y Norteamérica. Al contrario, él mismo ha hecho repetidos llamamientos a los trabajadores y a los jóvenes de estos países a unirse al movimiento por la revolución socialista. También ha apelado directamente a los trabajadores, los pobres y los afro americanos en los EEUU a apoyar la revolución venezolana. Esto no tiene nada en común con la demagogia reaccionaria del “tercer mundismo” que intenta contraponer “América Latina” a los “gringos”. Es la voz del auténtico internacionalismo, que hace ya muchos años lanzó la inspiradora consigna de “trabajadores del mundo, ¡uníos!”.
El imperialismo está decidido a poner fin al proceso revolucionario que se está desarrollando en América Latina. Venezuela es sin duda la vanguardia de este proceso y las políticas internacionalistas de Chávez y sus repetidos llamados a la revolución mundial se han convertido en un punto de referencia para los luchadores anti-imperialistas de todo el mundo. La revolución venezolana representa un peligro mortal para las clases dominantes en toda América. Esto explica por qué el imperialismo estadounidense ha tomado nuevas medidas para controlar la situación: la instalación de bases militares en Colombia, el golpe de Estado en Honduras y, finalmente, pero no por ello menos importante, el acuerdo para instalar bases militares en Panamá, completando el cerco de Venezuela con una presencia militar de los EEUU.
Para la revolución venezolana, el internacionalismo no es una consideración secundaria sino una cuestión de vida o muerte. En última instancia, la única manera de paralizar la mano del imperialismo de los EEUU es construir un poderoso movimiento de masas a escala mundial en defensa de la revolución. Es importante construir este movimiento en América Latina, pero es mil veces más importante construirlo al norte del Río Bravo. Por este motivo la CMI lanzó y ha apoyado consecuentemente la campaña internacional Manos Fuera de Venezuela. La campaña MFV puede estar orgullosa del trabajo que ha hecho para movilizar a la opinión pública del mundo en apoyo a la revolución bolivariana. En su haber cuenta con la aprobación unánime de una resolución de los sindicatos británicos en apoyo a la revolución venezolana, el acto de masas con 5.000 jóvenes en Viena para oír al presidente Chávez, entre otros logros.
Desde unos modestos inicios, la campaña está ahora presente en más de 40 países. Estos son logros importantes, pero es sólo el inicio. Lo que se necesita es algo más que una campaña de solidaridad. Lo que necesitamos es una internacional revolucionaria contra el imperialismo y el capitalismo, por el socialismo y en defensa de la revolución venezolana. Lo que necesitamos es una auténtica Internacional revolucionaria.
¿Reformismo o revolución?
El Compromiso de Caracas se basaba en la idea de una lucha mundial contra el imperialismo y el capitalismo, y por el socialismo. Esa es una base suficiente para unir a los sectores más combativos del movimiento obrero internacional. Sin embargo, hay que señalar que este llamamiento ha sido recibido con reacciones variopintas, incluso por parte de algunos de los dirigentes que estaban presentes en el congreso del PSUV y el Encuentro Internacional. A los reformistas y socialdemócratas no les hizo ninguna gracia la insistencia del presidente de que la Quinta Internacional no podía ser solamente anti-imperialista, sino que debía ser también anti-capitalista y socialista. Esto levantó ampollas. Algunos de los representantes presentes en el Encuentro de Partidos de Izquierdas en Caracas se opusieron a esta idea con al argumento de que “ya tenemos el Foro de São Paulo” y que una agrupación internacional no debía ser abiertamente anti-capitalista.
Las repetidas reuniones del Foro de São Paulo han dejado claramente al descubierto las limitaciones de este tipo de encuentros, que al final no son más que meras tertulias: un sitio en el que todo tipo de reformistas se reúnen para lamentarse de las injusticias del capitalismo, pero que no ofrecen ninguna alternativa revolucionaria y mucho menos defienden el socialismo. Al contrario, abogan por el método reformista de reformas parciales, que no cambian nada en lo sustancial. No es por casualidad que los organismos internacionales del imperialismo, como el Banco Mundial, ven con buenos ojos este tipo de cosas y activamente colaboran y financian a las ONGs como un medio para desviar la atención de la lucha revolucionaria por la transformación de la sociedad.
Organizaciones como el Foro de São Paulo y el Foro Social Mundial no hacen avanzar la lucha internacional contra el capitalismo ni un solo paso. Por este motivo Chávez propuso la formación de la Quinta Internacional, que representa una ruptura radical con este tipo de movimientos. En su discurso, Chávez dijo que la amenaza real al futuro de la humanidad es el propio sistema capitalista. Refiriéndose a la crisis internacional del capitalismo, condenó los intentos de los gobiernos occidentales de salvar el sistema con millonarios rescates bancarios estatales. Nuestra tarea, dijo, no es salvar al capitalismo sino destruirlo.
Chávez también añadió que el llamamiento se hace a partidos, organizaciones y corrientes de izquierdas. En Venezuela esto ha abierto un debate masivo y lo mismo ha sucedido en partidos y organizaciones de izquierdas en toda América Latina y más allá. Obviamente, éste debate ha generado divisiones, pero estas divisiones ya existían. Son las divisiones que siempre han existido en el movimiento: la división entre los que simplemente quieren introducir unas pocas reformas para embellecer el capitalismo, y aquellos que quieren abolirlo de raíz.
En El Salvador, por ejemplo, el Presidente Funes, que es formalmente miembro del FMLN, se ha opuesto a la Quinta Internacional declarando que él no tiene nada que ver con el socialismo. Sin embargo, el FMLN se ha posicionado abiertamente a favor de la Quinta Internacional. En México la idea ha encontrado un eco en sectores del PRD y otras organizaciones de masas. En Europa sin duda esto será motivo de discusión en los partidos comunistas, ex-comunistas y en la izquierda en general. Más pronto o más tarde, todas las tendencias tendrán que tomar posición al respecto.
¿Qué actitud debemos adoptar los marxistas?
¿Cuál debe ser la postura de los marxistas? Como marxistas estamos incondicionalmente a favor del establecimiento de una organización internacional de masas de la clase obrera. Actualmente no existe ninguna Internacional de masas cómo tal. Lo que fue la Cuarta Internacional fue destruida por los errores de sus dirigentes después del asesinato de Trotsky y, en la práctica, sólo vive en las ideas, métodos y programa que defiende la CMI. La Corriente Marxista Internacional defiende las ideas del marxismo en las organizaciones de masas de la clase obrera en todos los países. Es precisamente dentro de estas organizaciones donde hay que promover la discusión sobre la Quinta Internacional de manera urgente.
Es demasiado pronto para saber si el llamamiento a una Quinta Internacional llevará en la práctica a la formación de una auténtica Internacional. Eso depende de muchos factores. Sin embargo, lo que sí está claro es que el hecho de que este llamamiento venga de Venezuela y del presidente Chávez significa que va a encontrar un eco entre muchos jóvenes y trabajadores, empezando en América Latina. Este llamamiento va a generar muchas preguntas en las mentes de los trabajadores y la juventud sobre el programa que debería tener la Internacional, y sobre la historia de las anteriores Internacionales, los motivos de su auge y su posterior caída.
En este debate los marxistas tenemos el deber de participar activamente. La CMI, que ya se ha ganado un reconocimiento por su papel a la hora de organizar la solidaridad con la revolución venezolana y analizarla desde un punto de vista marxista, debe tomar partido. Y así lo hemos hecho. En la reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la primera semana de marzo, con la presencia de más de 40 camaradas representando a 20 países de Asia, Europa y América (incluyendo Canadá y los EEUU), la CMI votó por unanimidad participar en la construcción de la Quinta Internacional.
Declaramos abiertamente nuestro apoyo a la formación de una internacional revolucionaria de masas, y vamos a hacer propuestas concretas sobre cuáles creemos que deberían ser el programa y las ideas de la nueva Internacional. No queremos imponer nuestros puntos de vista a nadie. La Internacional y sus componentes elaborarán sus posiciones políticas a través del debate democrático y también sobre la base de la experiencia común de lucha.
¡Por un frente único anti-capitalista y anti-imperialista!
¡Por la revolución socialista internacional!
¡Por un programa marxista!
¡Viva la Quinta Internacional!
Trabajadores del mundo, ¡uníos!