Las huelgas y manifestaciones que tuvieron lugar el 28 de marzo representan una de las expresiones más poderosas de la acción de masas en toda la historia de la clase obrera francesa. Más de tres millones de trabajadores tomaron las calles de toda Francia, con 700.000 manifestantes en París y 250.000 en Marsella. Ni la manifestación del 13 de mayo de 2003 contra los ataques a las pensiones por parte del gobierno Raffarin, ni las que se hicieron contra el “plan Juppé” el 12 de diciembre de 1995, tienen nada que ver con esto. Durante los últimos sesenta años, este movimiento sólo se puede igualar a los acontecimientos revolucionarios de mayo y junio de 1968.
Este el cuarto y más exitoso día de acción y protestas contra el Contrato de Primer Empleo (CPE), que es un intento, por parte del gobierno Villepin, de reducir a los jóvenes trabajadores a simples esclavos, a ser contratados y despedidos a la voluntad de los empresarios. Con este nuevo contrato, los empresarios ya no tendrán que dar una justificación para despedir a los trabajadores menores de 26 años. Unirse a un sindicato, caer enfermo o la más mínima queja será causa inmediata de despido.
Esta escandalosa provocación ha desatado una tormenta de protesta popular, huelgas, ocupaciones de universidad, manifestaciones de estudiantes de secundarios y también, por parte de los jóvenes más enfurecidos y desesperados de los barrios más pobres de las ciudades más grandes, una nueva oleada de disturbios. Los ataques a la policía y, en particular, contra las odiadas brigadas del CRS (antidisturbios) se han producido por todo el país. Claramente, la clase dominante está perdiendo el control sobre la sociedad. Es difícil decir si este movimiento alcanzará el nivel de 1968. Por ahora, los acontecimientos se mueven en esa dirección. Los ojos de los trabajadores de todo el mundo están fijos en los acontecimientos de Francia. Están presenciando la perspectiva e una situación prerrevolucionaria como una posibilidad inmediata. Si el gobierno da marcha atrás en el CPE, podrían evitar un cataclismo próximo, pero si intentan resistir, como parecía la reacción inicial de Villepin, podrían encontrarse ante unos acontecimientos donde la retirada del CPE no fuera suficiente.
Quizás el más claro signo de las divisiones que se están abriendo entre la clase dominante sea el comportamiento de Nicolás Sarkozy, el actual ministro de interior. Este rabioso reaccionario ha pasado años forjándose su reputación como protagonista de una acción implacable e intransigente en interés de los ricos y poderosos. Los representantes más vacilantes de la clase dominante que −ante el temor a una explosión social− quieren posponer o incluso suavizar los ataques contra los trabajadores, han sido sometidos a una despiadada crítica por parte del “hombre fuerte” Sarkozy. Pero ahora, este mismo hombre habla públicamente contra de Villepin, al que ahora acusa de ser demasiado dogmático e intransigente. La división es más que una rivalidad personal entre Sarkozy y De Villepin. Sarkozy está dando voz a los temores reales de los capitalistas que pueden ver una situación que se les escapa a su control. La historia les ha dado buenas razones para temer las tradiciones militantes y revolucionarias de los trabajadores franceses.
La dirección del Partido Socialista, bajo una intensa presión desde abajo, ha dicho repetidamente que inmediatamente retirará la ley si la izquierda gana las próximas elecciones, que se deben celebrar en marzo de 2007, si los acontecimientos no acaban antes con ella. Desde el punto de vista de los capitalistas, esta terca insistencia en el CPE por parte del gobierno −¡su gobierno!− está poniendo en riesgo una repetición de 1968 por una medida que podría ser abolida dentro de un año. La MEDEF (patronal), que representa los intereses de las grandes empresas en Francia, también está intentando distanciarse del gobierno. Estas divisiones en sí mismas son un síntoma claro del desarrollo de una crisis prerrevolucionaria. Según aumente más el cisma por arriba en la sociedad, más posibilidades de que estalle en un conflicto abierto, ese será un síntoma de que el orden existente ha perdido el rumbo y abrirá las compuertas de un movimiento desde abajo.
Los dirigentes socialistas “moderados” no tienen otra alternativa sino posicionarse en contra del CPE. Incluso el dirigente de la CFDT, François Chérèque, que en 2003 cínicamente traicionó la lucha contra la reforma de las pensiones firmando un acuerdo con el gobierno horas antes de la manifestación del 13 de mayote ese año, ha tenido que adoptar una posición militante nada característica en él. La CGT, la CFDT, FO y todas las organizaciones políticas y sindicales de los trabajadores han tenido que ponerse claramente a la izquierda.
Durante los próximos días, la clase dominante, por un lado, y los trabajadores y jóvenes por el otro, tendrán que hacer un balance de los acontecimientos de este último mes, en particular de las huelgas y manifestaciones del 28 de marzo. El presidente Chirac hasta ahora se ha mantenido al margen. Puede que intervenga para retirar la ley. Eso sería un golpe devastador para un gobierno que sólo lleva nueve meses, tras la dimisión del desacreditado gobierno de Raffarin. Sin embargo, la necesidad de mantener el prestigio gubernamental podría llevar a Chirac al mantenimiento de la ley, la intensidad de la lucha entre las clases es probable que alcance un nivel aún más elevado.
28 de marzo servirá para fortalecer la moral y el espíritu de lucha de los jóvenes y trabajadores. Pueden ver que sus enemigos están en una situación difícil y que están empezando a luchar entre sí. Eso es muy peligroso desde el punto de vista de la clase dominante. En cualquier caso, el resultado inmediato de la lucha es que Francia se dirige claramente hacia un levantamiento revolucionario nuevo y gigantesco, que sacudirá toda Europa y en realidad a todo el mundo.