Lo que empezó como una pequeña protesta contra la destrucción del Parque Gezi, al lado de la plaza Taksim en Estambul, se ha convertido en un movimiento nacional exigiendo la dimisión del primer ministro Erdogan, del Partido AK.
El 28 de mayo, unas 50 personas decidieron impedir físicamente el desarrollo de las obras en el Parque Gezi para construir un centro comercial. La policía y grupos paramilitares usaron una represión brutal para dispersarlos. Les rodearon para que no pudieran escapar y a continuación dispararon una enorme cantidad de gases lacrimógenos. Su pequeño campamento fue destruido y les quemaron las tiendas.
La policía turca es conocida por su brutalidad (y de hecho hubo enfrentamientos en la propia plaza Taksim cuando la policía impidió la entrada de la manifestación del 1º de Mayo). Sin embargo en esta ocasión algo fue diferente. Quizás el hecho de que los manifestantes volvían al parque noche tras noche a pesar de la represión. O quizás el hecho de que la opinión pública les vio como ciudadanos comunes, en lugar de “activistas radicales” o sindicalistas. Independientemente del motivo, las protestas y la brutal represión policial desataron una oleada de simpatía que rápidamente se transformó en un movimiento de masas contra el gobierno que se extendió por todo el país.
La primera reacción del primer ministro Erdogan, del partido burgués musulmán AKP, fue típicamente arrogante, desafiando a los manifestantes: “Si traéis a 20 personas, yo puedo traer a 100.000, y si traéis a 100.000, yo puedo traer a un millón”, les desafió, añadiendo que la decisión estaba tomada y que no iba a cambiar el proyecto.
La respuesta de las masas fue una manifestación enorme el viernes 31 de mayo. Cientos de miles salieron a las calles de Estambul. En la avenida Istiklal decenas de miles se enfrentaron a la policía que de nuevo usó una cantidad exagerada de gases lacrimógenos y cañones de agua, para intentar impedir que las masas entraran de nuevo en la plaza Taksim. En varias partes de la ciudad se levantaron barricadas y los enfrentamientos prosiguieron hasta altas horas de la madrugada. Ya no se trataba de un pequeño movimiento de unos pocos activistas, sino de una protesta de masas con la participación de diversos sectores de la población: “no somos activistas, somos el pueblo” gritaban algunos. Se produjeron cacerolazos en los barrios de la capital, y en algunos de ellos la protesta se expresó con el encendid0 y apagado de las luces de las casas a intervalos regulares. La ciudad entera estaba en ebullición apoyando el movimiento. “A la una y media de la madrugada la ciudad entera empezó a reverberar. La gente golpeaba las cacerolas y tocaba silbatos” dijo un testigo presencial a la BBC.
Otro testigo describió de ésta manera la composición de los manifestantes: “se podían ver los militantes del partido comunista con sus banderas rojas, pero también “musulmanes anti-capitalistas”, frentes revolucionarios socialistas, sindicalistas, partidos del bloque kurdo, incluso los del CHP (socialdemócratas con sensibilidad nacionalista), o señores y señoras mayores, jóvenes sin trabajo, profesionales (médicos, arquitectos), gente de clase baja, de clase media baja y media alta”.
Los seguidores de equipos de futbol rivales unieron sus fuerzas contra la violencia policial. Los primeros en unirse fueron los seguidores de los tres grandes equipos: Beşiktaş, Fenerbahçe y Galatasaray, pero pronto se unieron también los enemigos eternos de Beşiktaş, los del Busaspor, y liego los del Trabzonspor, rivales del Fenerbahçe. Un seguidor del Beşiktaş escribió en twitter: “el orgullo que tuve cuando vi a seguidores del Galatasaray y del Fenerbahçe hombro con hombre avanzando por el barrio cantando ‘Beşiktaş lo eres todo para nosotros’, fue una sensación impagable. Estoy agradecido”. Al igual que en las revoluciones en Túnez y en Egipto, los hinchas del fútbol aportaron su valiosa experiencia de lucha callejera contra la policía.
La participación de kurdos y alevís en el movimiento también es significativa y no debería subestimarse. Uno de los primeros en salir a defender a los manifestantes en Gezi en los primeros días fue un miembro del grupo parlamentario kurdo BDP, al que después se unieron parlamentarios del partido republicano CHP. Las imágenes de banderas kurdas junto a banderas turcas con la imagen de Attaturk, al lado de banderas rojas de las organizaciones comunistas y socialistas revela el carácter tan amplio del movimiento.
Un informe de Reuters describía la siguiente escena del sábado 1 de junio: “Después de que la policía se retiró de la plaza Taksim, seguidores del partido pro-kurdo BDP bailaban una danza kurda de celebración a pocos metros de nacionalistas con las banderas turcas. Juntos gritaban la consigna “hombro con hombre, contra el fascismo”. Un grupo de seguidores de los equipos rivales de Estambul, Fenerbahçe, Beşiktaş y Galatasary se unieron a los cánticos.”
Esto es algo muy significativo. De hecho, nosotros hemos defendido desde hace tiempo la idea de que en la medida que la mayoría de la población kurda vive en las zonas urbanas, son trabajadores en las enormes metrópolis de Estambul y Ankara, su futuro se decidirá aquí. Sus reivindicaciones nacionales y sociales sólo pueden ser satisfechas como parte de una lucha unida contra el capitalismo al lado de sus hermanos y hermanas de clase turcos.
Hace apenas unos meses muchos hubieran argumentado que esto era imposible, que los trabajadores turcos e incluso un sector significativo de las organizaciones de la izquierda turca están infectados por chovinismo nacional. Hasta cierto punto esto era, y sigue siendo, cierto. Pero unos pocos días de enfrentarse unidos contra la policía en las barricadas y de combatir juntos contra Erdogan parecen haber tenido un profundo impacto en unir a trabajadores y jóvenes kurdos y turcos en una lucha común, demostrando el potencial existente.
Llegados a este punto, las manifestaciones ya se habían extendido a la capital Ankara y a otras ciudades como Izmir, Izmit, etc. Las reivindicaciones y consignas de los manifestantes habían evolucionado de la defensa del parque de Gezi a una oposición general contra el gobierno y la exigencia de la dimisión de Erdogan.
El sábado 1 de junio, una enorme manifestación de decenas de miles que se había concentrado en Kadikoy, en la parte asiática de la ciudad, decidió trasladarse hacia Taksim con el objetivo declarado de tomar la plaza y luchar contra la brutalidad policial.
Los manifestantes caminaron los 20 km que separan Kadikoy de Taksim, cruzando el enorme puente sobre el Bósforo (en realidad una autopista cerrada al paso peatonal), y no hubo fuerza que pudiera detenerles. El presidente del país Abdullah Gül (también del AKP), hizo un llamado a la policía para que se retirara y un tribunal decretó la paralización de las obras en el parque Gezi (en realidad el alcalde sólo tenía permiso de obras para un parking subterráneo). A las 4 de la tarde finalmente se dio la orden de que la policía se retirara de Taksim. De no haberlo hecho, probablemente las masas hubieran avanzado de todas formas, furiosas por la brutalidad policial y ahora ya conscientes de su propia fuerza.
Las masas entraron en Taksim en un ambiente de júbilo. Se había conseguido una primera victoria parcial. Se había demostrado que a pesar de su brutalidad, la policía no era invencible. Esto dio renovados ánimos a las masas. El movimiento ya era un movimiento auténticamente nacional. Según las cifras oficiales del ministerio del interior, hubo más de 90 manifestación en 48 provincias a lo largo y ancho del país, con más de 1.000 detenidos sólo el 31 de mayo y 1 de junio. Las mismas cifras oficiales para el domingo 2 de junio eran de más de 200 manifestaciones en 97 ciudades.
Habiendo ganado Taksim, los enfrentamientos se trasladaron a Beşiktaş, dónde se encuentra la oficina del primer ministro en Estambul. Durante dos días hubo batallas con la policía en esta zona. La noche del 2 de junio, los manifestantes tomaron una de las excavadoras que se habían usado para apartar las barricadas de adoquines, y la usaron para cargar contra las líneas policiales, llegando a 200 m de la oficina de Erdogan. En Estambul, pero también en Ankara, Izmir y en otras ciudades, el movimiento había adquirido características insurreccionales, con las masas a la ofensiva contra la policía y en algunos casos obligándoles a retroceder.
El trasfondo del movimiento
¿Cuál es el trasfondo de éste movimiento? ¿Cómo es posible que un conflicto sobre un tema aparentemente tan insignificante (“unos cuantos árboles” como dijo Erdogan) haya sido la chispa para un movimiento de estas dimensiones? Muchos comentaristas sabihondos y expertos analistas están sorprendidos. ¿Cómo es posible que esto haya pasado en un país cuya economía ha registrado altas tasas de crecimiento y en el que el PIB per cápita se ha más que triplicado en los diez años del gobierno del AKP?
No se puede comparar con la “primavera árabe”, insisten, ya que los motivos de aquella fueron problemas económicos y sociales profundos. Turquía tiene un sistema democrático, a diferencia de Túnez y Egipto, subrayan estos “expertos”. Sin embargo, si miramos debajo de la superficie, veremos que existía una enorme cantidad de material inflamable que ahora ha entrado en combustión.
En primer lugar, el intento de construir un centro comercial en el parque Gezi, no es simplemente una cuestión de “unos cuantos árboles”. Para empezar la plaza Taksim tiene un enorme simbolismo histórico para la izquierda y los sindicatos turcos. Fue aquí dónde una enorme manifestación de más de medio millón de personas en el 1º de Mayo de 1977 fue atacada por grupos paramilitares (muy probablemente vinculados al aparato del estado y con el apoyo de la CIA), asesinando a 42 personas e hiriendo a cientos. El retorno de la manifestación del 1º de Mayo a Taksim y el castigo a los culpables de la masacre (ninguno de los cuales ha sido juzgado) es una reivindicación muy importante para la izquierda y el movimiento sindical en Turquía.
Pero hay más. El plan oficial del ayuntamiento de Estambul (en manos del AKP), es construir una reconstrucción del Cuartel Militar Taksim del Imperio Otomano, dentro del cual estaría el centro comercial. Esto se ve como parte de una plan más amplio del AKP de reclamar el “pasado glorioso” de Turquía bajo el Imperio Otomano. La semana pasada se anunció que el planificado tercer puente sobre el Bósforo se llamará Sultan Selim I (Sultan el Feroz). Esto ha enfurecido a la minoría Alevi, que sufrió una masacre a manos de Selim en el siglo 16. Todo este intento de reclamar el legado del Imperio Otomano es profundamente ofensivo, no sólo para los Alevis, sino también para muchos turcos, apegados a la tradición secular y modernista del movimiento nacional burgués de Ataturk, sobre el que se funda la moderna República Turca.
Ni siquiera se trata solamente de un enfrentamiento entre secularismo y religión. El plan de construir un centro comercial en Taksim se ha convertido en un símbolo del modelo de desarrollo urbanístico especulativo sobre el que el crecimiento económico durante el mandato del AKP se ha basado en gran medida. La oposición a la elitización de amplias zonas de la capital, el empujar a los trabajadores y las capas populares cada vez más lejos del centro de la ciudad, los sospechosos contratos de construcción adjudicados a familiares y amigos del partido gobernante, las contradicciones obscenas entre las lujosas casas de los multimillonarios y los barrios de chabolas donde viven los trabajadores recién llegados de las zonas rurales, etc. Todo esto se concentró en la lucha contra la destrucción del parque Gezi para construir otro centro comercial más. El boom especulativo de la construcción fue en realidad un factor decisivo del crecimiento económico sostenido que Turquía ha experimentado durante prácticamente diez años y que ahora está llegando a su fin.
Por supuesto, también hay reivindicaciones democráticas en este movimiento. Durante diez años el AKP ha gobernado con puño de hierro, deteniendo a periodistas independientes, censurando los medios de comunicación (que hicieron todo lo posible por ocultar el movimiento en estos últimos días), manteniendo a miles de presos políticos en las cárceles, y utilizando la represión y la cárcel contra el movimiento sindical. A esto se une un creciente ataque al carácter secular del estado, incluyendo las recientes restricciones a la venta pública de bebidas alcohólicas.
Muchas de estas cuestiones fueron aceptadas pasivamente, o por lo menos no provocaron un movimiento de masas hasta ahora, en la medida en que la economía seguía creciendo. Sobre la base de este crecimiento económico prolongado el AKP solidificó y aumentó su apoyo electoral, desde un 34% en el 2002, a un 46% en el 2007 y casi un 50% en el 2011.
Superficialmente, el AKP consiguió tasas de crecimiento económico impresionantes. Entre el 2002 y el 2011, la economía turca creció en una media del 7,5% anual. El ingreso medio per cápita aumentó de US$2.800 en el 2001 a unos $10.000 en el 2011. La economía sufrió un golpe duro con la crisis mundial del capitalismo del 2008-09, pero se recuperó rápidamente con tasas de crecimiento económico del 9 y 8.5% en el 2010 y 2011 respectivamente.
Sin embargo, gran parte de este crecimiento se basaba en un flujo masivo de inversión extranjera directa, espoleado por un programa masivo de privatización de empresas y servicios públicos, que a su vez llevó a la acumulación de una deuda externa masiva. Entre el 2008 y el 2012 el PIB creció en US$44.000 millones, mientras que la deuda externa crecía en US$55.000 millones. Claramente una situación insostenible.
Aunque Turquía se benefició de los acuerdos comerciales con la Unión Europea (a dónde iban el 50% de sus exportaciones), la crisis en Europa le obligó a adoptar una ofensiva política, comercial y diplomática más agresiva hacia Oriente Medio y el Magreb en los últimos años. Comportándose como una potencia imperialista regional, Turquía ha intentado asegurarse mercados y zonas de influencia en toda la región, estableciendo vínculos con los nuevos gobiernos musulmanes capitalistas de Túnez y Egipto, estableciendo fuertes vínculos con el Gobierno Regional Turco en el norte de Iraq y implicándose activamente en apoyar al Ejercito Libre Sirio contra el régimen de Assad.
Todos los factores que crearon el “tigre Otomano” ahora se vuelven en su contrario. Hace tres semanas un atentado con bomba en Reyhanli, en la frontera con Siria, se cobró la vida de 46 personas. Muchos responsabilizan a la implicación del gobierno en la guerra civil Siria por la muerte de civiles inocentes en Turquía. Erdogan, que previamente se había enfrentado abiertamente con Israel, ahora está de nuevo acercándose al estado judío en la medida en que se encuentra en el mismo bando en el conflicto sirio.
Desde un punto de vista económico, el “milagro” se ha terminado. Algunos han descrito a la economía turca como un “globo que se desinfla cada vez más, sujeto a los designios erráticos e irregulares de los mercados”. La tasa de crecimiento del PIB ha caído dramáticamente hasta casi estancarse. En el 2012 apenas creció un 2.2%, con una contracción del consumo doméstico privado del 0.8% en el último trimestre.
Además, las cifras oficiales de crecimiento económico, escondían una enorme y persistente brecha entre ricos y pobres. En el 2011, cuando el PIB creció un 8.5%, el 20% más rico de la población controlaba la mitad del ingreso nacional, mientras que el 20% más pobre apenas si tenía el 6%. A pesar del crecimiento económico de casi una década, Turquía es a día de hoy el tercer país con más desigualdad de la OCDE.
La contradicción sangrante entre la élite pudiente y la mayoría de la población se revela también en un sistema impositivo en el que los impuestos indirectos representan 2/3 de los ingresos, golpeando duramente a los trabajadores y los pobres. Incluso estos impuestos indirectos no son iguales para todos, con una tasa general del impuesto de ventas (IVA) del 18%, pero una tasa reducida del 8% para el caviar y del 0% para algunas piedras preciosas.
El desempleo se ha mantenido alrededor del 9% en todo este periodo, aunque las cifras oficiales subestiman la situación real en la que muchos han dejado de buscar activamente empleo y yo no se incluyen en las estadísticas. El paro juvenil entre los graduados universitarios es del 30% y la cifra oficial de la gente que vive por debajo del nivel de la pobreza es del 16% de la población.
El resentimiento creado por un boom económico que mantenía y agudizaba las desigualdades fue contenido por el aumento general de los niveles de vida, que al mismo tiempo creaban nuevas expectativas que quedaban frustradas. Ahora que el crecimiento económico se ha ralentizado bruscamente todas las contradicciones salen a la superficie de manera violenta.
Es esta combinación de reivindicaciones democráticas y tensiones sociales acumuladas lo que ahora ha estallado en forma de este enorme movimiento contra Erdogan que ha tomado a todos por sorpresa.
La velocidad con la que se ha desarrollado el movimiento de un asunto aparentemente menor a un movimiento nacional de masas contra el gobierno, refleja además en periodo tan turbulento en el que vivimos a escala mundial. El derrocamiento de Ben Alí y Mubarak en el 2011 y las protestas masivas contra la austeridad y los recortes en el sur de Europa en los últimos dos años, ciertamente han tenido un impacto en la conciencia de millones de personas en Turquía, aun cuando esto no tuviera una expresión abierta en un primer momento. Por un tiempo, parecía que esos movimientos no tenían nada que ver con ellos, pero cuando las condiciones maduraron, la idea de que la acción unificada de masas es el único camino capturó la imaginación de las masas y se ha convertido en una fuerza material.
Implicaciones regionales
Los acontecimientos revolucionarios en Turquía tendrán un enorme impacto en toda la región, tanto en el Oriente Medio como en Europa. Un movimiento de masas contra un gobierno islámico capitalista y conservador sólo puede debilitar el atractivo de los islamistas en otros países y al mismo tiempo fortalecer el movimiento revolucionario contra el gobierno de En Nahda en Túnez y contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto.
Se han producido ya manifestaciones en Chipre y ahora se abre la perspectiva de movimientos revolucionarios en la isla a ambos lados de la línea divisoria nacional. También en Grecia ha habido manifestaciones de solidaridad, y un movimiento revolucionario en Turquía es la mejor manera de obligar al horrible fantasma del chovinismo nacional enfrentado de turcos y griegos.
Washington ciertamente está muy preocupado ante la perspectiva de acontecimientos revolucionarios en otro más de sus aliados en la región. Turquía es una pieza clave desde el punto de vista de la intervención imperialista en la guerra civil en Siria que amenaza con desestabilizar a toda la región. Esto sirve para subrayar el hecho de que son los acontecimientos revolucionarios en los países con una clase obrera más poderosa los que pueden evitar el descenso de la región en un infierno de guerra civil sectaria, con las diferentes potencias imperialistas implicadas en ambos bandos.
La última cosa que desean los EEUU es el derrocamiento revolucionario de Erdogan. Por este motivo han pedido comedimiento y se han quejado oficialmente del “uso excesivo de la fuerza”. Por supuesto que si el uso excesivo de fuerza hubiera conseguido el objetivo de aplastar el movimiento, entonces no hubiera habido quejas. En realidad lo que están diciendo es que están preocupados que el uso “excesivo” de fuerza por parte de la policía está provocando el efecto contrario.
Erdogan está combinando la arrogancia y el uso brutal de la represión (ayer hubo informes que describían a helicópteros disparando gases lacrimógenos en zonas residenciales), con el intento de usar la carta religiosa. Ahora ha declarado que en realidad lo que quiere construir en el parque Gezi es una mezquita. Quiere dar una imagen de fortaleza y decisión, pero las voces de oposición crecen incluso dentro de su propio partido.
Como vimos anteriormente en los movimientos revolucionarios en Túnez y en Egipto, el momento más peligroso para cualquier régimen es cuando ya no puede aplastar al movimiento por la fuerza, pero cualquier concesión solo le animaría a ir más lejos. Este es el dilema al que se enfrentan ahora Erdogan y aquél sector de la clase dominante al que representa.
No podemos olvidar que probablemente todavía cuenta con algunas reservas de apoyo entre los sectores más atrasados y conservadores de la sociedad. Pero estos son probablemente sectores inertes y pasivos, no una fuerza que se pueda movilizar de forma masiva para enfrentarse de manera decisiva a los manifestantes. Hay informes de bandas de matones del AKP jugando un papel auxiliar a la policía en varias ciudades, pero no son más que pequeñas bandas, no un movimiento de masas.
Incluso ahora están tratando de jugar a “concesiones” para tratar de desinflar el movimiento. El presidente Abdullah Gül parece distanciarse del primer ministro Erdogan, mostrándose comprensivo con los motivos de los manifestantes y añadiendo que la democracia no es solamente el voto. En realidad, esto no son más que palabras, en la medida en que no ha ofrecido ni una sola concesión real al movimiento y ha llamado a poner fin a las protestas. Erdogan está agitando el palo, y Gül una zanahoria simbólica, pero lo que ambos quieren es lo mismo: que las masas vuelvan a casa y abandonen las calles.
Lo que pase en los próximos días y horas será decisivo. El movimiento todavía no ha agotado todas sus reservas de apoyo, se siente fuerte y confiado. Si toma pasos decisivos hacia adelante podría derrocar al gobierno.
¿Cómo seguir?
Hasta la fecha el movimiento ha sido en gran medida de carácter espontaneo, y no podía ser de otra manera. Se ha desarrollado de manera extremadamente rápida de una protesta de unas 50 personas a un movimiento de millones que alcanza todos los rincones del país. Ha logrado además unir a diferentes sectores de la sociedad y diferentes grupos nacionales y religiosos. Esta es su fortaleza.
Sin embargo, el movimiento no se puede mantener a este nivel de manera indefinida si quiere seguir avanzando. Ayer se dieron discusiones intensas sobre la necesidad de una huelga general. En realidad éste es el único modo de avanzar. Ya se han producido manifestaciones de masas en la mayor parte del país. Las masas se han enfrentado a la policía antidisturbios. El aparato del estado hasta el momento no ha podido aplastar el movimiento. Sin embargo el gobierno sigue en su lugar y el aparato del estado está intacto.
La entrada de la clase obrera como una fuerza organizada en el movimiento podría cambiar decisivamente la correlación de fuerzas. Se necesita una huelga general. El sindicato de trabajadores del sector público, KESK, ya ha decidido ampliar su huelga general del 5 de junio al 4 de junio también. La dirección de la confederación DISK estuvo presente en Taksim apoyando las protestas y ahora han llamado a paros y asambleas en todos los centros de trabajo para el 4 de junio de 12 a 2 de la tarde, y están convocando a su dirección nacional para discutir la convocatoria de una huelga general.
Hoy [3 de junio], tanto DISK como KESK están discutiendo la convocatoria de una huelga general. Según algunos informes, el Sindicato de Educación de Estambul n 6, que organiza los profesores de la universidad ya ha llamado a la huelga para hoy y mañana. Hay también noticias de una huelga de los trabajadores de hospital en Ankara.
Turquía tiene una clase obrera fuerte, que ha fortalecido sus filas en los últimos 20 o 30 años con un influjo masivo de migrantes del campo. Sus tradiciones revolucionarias no tienen parangon. Aunque el país sigue teniendo zonas muy atrasadas, tiene al mismo tiempo una clase obrera industrial moderna y numerosa.
Habría que combinar la convocatoria de una huelga general con el llamamiento a la formación de comités de acción en cada fábrica, centro de trabajo y barrio obrero, para dar al movimiento un carácter organizado y democrático. Estos comités se deberían de coordinar a nivel local, regional y nacional a través de representantes elegido democráticamente.
En realidad, si existiera una dirección revolucionaria con raices en la clase obrera, estaríamos en la víspera del derrocamiento revolucionario del capitalismo en Turquía.