Mientras las elecciones de 2024 se dirigen a su recta final, el recién fundado Comunistas Revolucionarios de América (RCA) han lanzado una campaña alrededor del país para contrarrestar el cínico pozo negro de la política burguesa al inyectar una perspectiva de lucha de clases muy necesaria.
[Publicado originalmente en communistusa.org]
Class War 2024 [Guerra de clases 2024] es una declaración de guerra contra los dos partidos de la clase dominante, y una bandera para reunir a la nueva generación de trabajadores y jóvenes con conciencia de clase que no quieren tener nada que ver con estos partidos capitalistas. Por encima de todo, es un llamamiento a la independencia de clase: el reconocimiento de que ni los demócratas ni los republicanos pueden defender o promover genuinamente los intereses de la clase obrera, y que la lucha por crear un partido de masas propio es el único camino a seguir para el movimiento obrero estadounidense.
Basándose en su experiencia de la vida bajo el capitalismo, capas cada vez más amplias de trabajadores estadounidenses están sacando conclusiones radicales. Junto a los muchos millones que ya se identifican como comunistas, hay otros millones que rechazan los dos partidos de la clase dominante y quieren ver derrocado todo el sistema. El objetivo de la campaña Class War 2024 es conectar con ese estado de ánimo y equipar a la generación comunista con las herramientas políticas que necesita para empezar a echar raíces en cada lugar de trabajo, en cada campus y en cada barrio obrero.
¿Qué es la guerra de clases?
Como dijo el multimillonario inversor Warren Buffet: «Hay guerra de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando».
La guerra de clases se libra a nuestro alrededor 24 horas al día, siete días a la semana. Cada vez que pedimos un aumento salarial, cada vez que nos despiden y cada vez que salimos a la huelga. Continuará mientras haya clases y explotación, estemos en auge o en recesión, en año electoral o no.
El Manifiesto Comunista explicaba que durante miles de años, los opresores y los oprimidos han estado «frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta».
Como dijo Trotsky: «La lucha de clases no es otra cosa que la lucha por la plusvalía. Quien posee la plusvalía es el dueño de la situación, posee la riqueza, posee el poder del Estado, tiene la llave de la iglesia, de los tribunales, de las ciencias y las artes».
En el capitalismo, esto se expresa en la lucha por las ganancias: la riqueza generada por los trabajadores durante el proceso laboral más allá de lo que reciben de vuelta en salarios, prestaciones u otros salarios diferidos o primas. Cuanto mayor sea ese excedente para los trabajadores, menores serán las ganancias para los empresarios, y viceversa. Así de sencillo.
Class War 2024 es la salva de apertura del RCA en esta guerra, y estamos seguros de que en el próximo período histórico, los trabajadores estarán en el lado ganador de esta ecuación.
2024 está listo para la política de lucha de clases
El nivel de vida de los trabajadores estadounidenses ha caído constantemente en casi todos los aspectos desde el final del boom económico que le siguió a la Segunda Guerra Mundial hace más de medio siglo, independientemente del partido que esté en el poder. Este declive se ha acelerado desde el devastador colapso económico de 2008. Según algunas cifras, la pérdida total de puestos de trabajo a raíz de esa crisis ascendió a 30 millones, cifra cercana a la carnicería de la Gran Depresión de la década de 1930.
La mayor parte de la mano de obra actual se crió en las secuelas de esa crisis, con la conciencia de que sus perspectivas de futuro serían peores que las de las generaciones anteriores. Un estudio de 2017 titulado «Financial Health of Young America» [La salud financiera de la América Joven] descubrió que los mileniales poseen la mitad de riqueza neta que los Baby Boomers cuando eran jóvenes, y la mediana de ingresos para la misma edad es ahora 10.000 dólares inferior, un 20% menos.
Lejos de ser domada, la inflación ha hecho su daño. Como señala el New York Times:
«La economía estadounidense ya no tiene las reservas de fortaleza que la ayudaron a superar las recientes turbulencias. Las familias ya no tienen el colchón de efectivo acumulado durante la pandemia, ni la demanda reprimida para gastarlo. Las empresas ya no tienen puestos de trabajo que cubrir ni estanterías que reponer».
Esta tendencia descendiente del nivel de vida está en el centro del sentimiento generalizado de que la sociedad está en declive, y de que ninguno de los partidos representa nuestros intereses de clase. Como resultado, encuesta tras encuesta revela un rechazo generalizado a las instituciones gobernantes del capitalismo estadounidense, incluidos sus partidos políticos gemelos.
El año pasado, Gallup informó de que un porcentaje récord del 63% de los adultos estadounidenses cree que «es necesario un tercer gran partido» porque no se sienten representados ni por los Demócratas ni por los Republicanos. En mayo, una encuesta realizada por el Siena College Research Institute reveló que el 69% de los votantes registrados cree que el sistema político y económico de Estados Unidos necesita «cambios importantes» o «ser derribado por completo».
Ese mismo mes, una encuesta del Blueprint Institute informaba de que el 65% de los jóvenes de 18 a 30 años cree que «casi todos los políticos son corruptos y ganan dinero con su poder político». Sólo el 7% estaba en desacuerdo con esta afirmación. También descubrió que el 64% de los votantes de 30 años o menos están de acuerdo en que «Estados Unidos está en declive», y el 48% dice que «no importa quién gane las elecciones, nada cambia».
Todo esto muestra el tremendo potencial de un partido de masas, independiente de clase, que represente realmente a la clase trabajadora.
Bernie y el ascenso y caída del DSA
Hace ocho años, la política estadounidense se transformó. Las elecciones presidenciales de 2016 sacaron a relucir todo el odio acumulado hacia el establishment que se había ido acumulando desde 2008. El populismo de derechas de Donald Trump surgió junto a la «revolución política» del populismo de izquierdas de Bernie Sanders, ofreciendo dos vías para expresar el profundo rechazo al statu quo.
En la izquierda, Sanders arremetió contra los multimillonarios, prometió enfrentarse al poder de los bancos y los monopolios, y generalizó la palabra «socialismo» por primera vez en generaciones. En la derecha, un famoso magnate inmobiliario se proclamó campeón de la «mayoría silenciosa» contra el «pantano» de Washington. Ambos fueron ferozmente atacados por los principales medios de comunicación, y ambos vieron cómo su popularidad se disparaba. Pero Sanders cedió en la Convención Nacional Demócrata, apoyando vergonzosamente a Hillary Clinton como el «mal mayor» para combatir a Trump. La válvula de escape por la izquierda para el descontento masivo se cerró de golpe, mientras Trump se mantenía desafiante y se abría paso a zarpazos hasta el Despacho Oval.
En 2020, Sanders tenía aún más apoyo. La clase dominante ya había perdido el control del Partido Republicano. Ahora, corrían el riesgo de perder su otro pilar político a manos de un incendiario que utilizaba la retórica de la guerra de clases. El presentador de CNN Michael Smerconish resumió las preocupaciones de la clase dominante: «¿Se puede detener el coronavirus o a Bernie Sanders?».
En el «Supermartes», la clase dominante orquestó una maniobra sin precedentes para marginar a Bernie mediante la retirada coordinada de otros ocho candidatos demócratas que apoyaban a Biden como favorito del establishment. Sanders sucumbió a la presión una vez más y apoyó a Biden. Una vez más, la llamada «izquierda» se unió en torno al partido de Wall Street, cediendo el campo anti-establishment a Trump.
Siguiendo la estela del auge de Bernie, la etiqueta de «socialista democrático» empujó a decenas de miles a organizarse en los Socialistas Democráticos de América (DSA). El DSA siempre había sido un grupo reformista de colaboración de clases, pero estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado, y sus filas se llenaron de socialistas honestos que querían hacer algo productivo después de las traiciones de Bernie.
Por desgracia, esta energía se desperdició. En lugar de canalizar el impulso anti-establishment hacia la creación de un nuevo partido independiente de la clase obrera, la dirección «liberal-socialista» del DSA redobló la táctica sin salida de presentar candidatos de la izquierda blanda como candidatos del Partido Demócrata. Lejos de ofrecer cualquier atisbo de oposición, personas como Alexandria Ocasio-Cortez y otros miembros del «Escuadrón» abrazaron al Partido Demócrata y se alinearon, manchando el nombre «socialista» en el proceso.
El callejón sin salida del «mal menor»
Disfrazado de «pragmática» y de sentido común, la política del «mal menor» ha sostenido durante mucho tiempo el dominio de los dos partidos principales. A falta de una alternativa, la clase trabajadora estuvo encadenada a la herramienta política más fiable de la clase dominante durante décadas. Pero en 2016, ya no estaba claro para una capa de trabajadores que Clinton y los demócratas fueran el «mal menor». El resultado fue la victoria del supuesto «mal mayor».
La promesa traicionada de Obama de «esperanza» y «cambio» allanó el camino a Trump. La capitulación de la izquierda blanda ante el establishment del Partido Demócrata, combinada con la colaboración de clase de los líderes sindicales, hizo inevitable su ascenso al poder.
Cuatro años más de crisis y fracaso bajo Biden nos llevaron al grotesco espectáculo de los republicanos haciéndose pasar por el partido de los «estadounidenses de a pie.» El enorme vacío político dejado por los líderes sindicales y la llamada izquierda ha permitido que un fraude como JD Vance se presente como autoproclamado portavoz de la clase trabajadora contra Wall Street. Sus puntos de vista son una distorsión monstruosa de la política de clases, y están diseñados cínicamente para culpar a los trabajadores inmigrantes y a «la izquierda» por igual de los problemas de la clase obrera estadounidense, mientras promueve el nacionalismo económico y la religión como solución.
La propia carrera de Vance ilustra la versión retorcida de la política de «clase» que ha surgido en ausencia de la verdadera. Recientemente, en 2016, era uno de los favoritos de la clase dirigente liberal por oponerse a Trump desde la perspectiva del Cinturón del Óxido. Sin embargo, Vance es cualquier cosa menos un símbolo de la lucha de clases. Por el contrario, este licenciado en Yale reconvertido en inversor de Silicon-Valley se inició en la política bajo el ala del multimillonario tecnológico pro-Trump, Peter Thiel, que aportó millones para la campaña de Vance al Senado por Ohio en 2021.
Vance lanzó esa campaña después de revertir su postura anti-Trump para convertirse en el defensor de MAGA (Hagamos América Grande de Nuevo) más duro de Washington. Su perspectiva está moldeada por la misma ambición interesada que la de Trump, y no por ningún deseo de «hacer lo correcto» por la clase trabajadora. Simplemente vio en qué dirección soplaba el viento, y aprovechó -tanto literal como figurativamente- la creciente marea del trumpismo.
Un elemento central de la falsa retórica clasista de la derecha es el intento de pintar al movimiento comunista como parte del establishment del «Estado profundo», la academia y el sistema legal. «En el pasado», escribió Vance en su prólogo a un libro del autor de extrema derecha Jack Posobiec, «los comunistas marchaban por las calles ondeando banderas rojas. Hoy, marchan por los departamentos de RRHH, los campus universitarios y las salas de los tribunales para hacer lawfare contra la gente buena y honesta.» En la misma línea, Trump ha empezado a tildar a Kamala de «lunática comunista torpe» en sus mítines.
El burdo intento de los republicanos de calificar de rojo a un partido como los demócratas muestra la necesidad de que el verdadero movimiento comunista salga a las calles y declare abiertamente su oposición irreconciliable a ambos partidos podridos de los capitalistas.
Los demócratas cambian de caballo a mitad de camino
Con 2024 pareciendo una repetición de 2020, un ambiente de pesimismo se cernía sobre la carrera. Aunque las bases de Trump estaban jubilosas tras la debacle del debate de Biden, y extasiadas por el plan de Dios para su candidato tras el fallido asesinato, la mayoría de los posibles votantes apenas podían creer que esas fueran las dos únicas opciones disponibles.
Entonces, Biden abandonó. Más exactamente, fue obligado a abandonar la carrera por los líderes del partido, como Pelosi, Schumer y Obama, junto con la presión concertada de una serie de donantes multimillonarios, que habían decidido que necesitaban un nuevo caballo en la carrera. Aunque Biden se atrincheró inicialmente, insistiendo en que «sólo Dios mismo» podría convencerle de que abandonara la carrera, los poderes que gobiernan a los demócratas habían tomado una decisión. Ni el propio Presidente pudo resistir esa presión.
Los medios de comunicación liberales se volcaron para celebrar la sustitución de Biden, y el New York Times se regocijó de que «la Sra. Harris ha puesto patas arriba los fundamentos de esta elección» y de que estaba «montada en una extraordinaria ola de impulso».
Fue todo un giro en una carrera política que, apenas cuatro años antes, parecía acabada. No olvidemos que las primarias demócratas de 2020 fueron una de las más reñidas de la historia, con 16 candidatos en liza. Harris era tan impopular que abandonó incluso antes del caucus de Iowa.
En diciembre de 2019, el mismo New York Times que hoy colma de elogios a Harris calificó su salida de la carrera como un «bajón desinflador ... después de semanas de agitación ... desorden entre sus aliados ... meses de bajos números en las encuestas ... y pasos en falso que paralizaron su campaña». Especulaban que incluso corría el riesgo de perder su escaño en el Senado, dados sus problemas financieros y su pobre actuación. Podría haber sido una figura olvidada si Biden no la hubiera sacado del naufragio para ser su compañera de fórmula. Cuatro años después, tras la humillante caída de la administración de Biden, se convirtió en la candidata demócrata por defecto.
¿Sería Kamala mejor que Trump 2.0?
Respirando aliviados por el cambio de cara, los medios de comunicación se han volcado con la «nueva energía» y las «vibraciones positivas» de la nueva candidatura. «Los demócratas vuelven a sonreír», informaba el New York Times, en un artículo sobre su «campaña alimentada por la alegría». Bloomberg se sumó con más buenas noticias para los atribulados demócratas: «Harris energiza a los votantes de la Generación Z que planeaban no participar en las elecciones de 2024».
Todo esto no hacía más que expresar el estado de ánimo de alivio entre la burguesía liberal y sus partidarios de clase media, que hasta hace poco no veían forma de detener la marcha triunfal de Trump de vuelta a la Casa Blanca. Su «camino a la victoria» es esencialmente el mismo que el de Trump en 2016: cortejar a un pequeño número de votantes de centro en un puñado de estados indecisos. Mientras que hasta hace poco Trump era considerado el mal menor en relación con Biden, Harris es considerado ahora por al menos algunos votantes como el mal menor en relación con Trump.
Sin embargo, más allá del aluvión de titulares optimistas , ¿cambió algo fundamentalmente el cambio de candidato demócrata? Después de apoyar a una de las administraciones menos populares de la historia de Estados Unidos, ¿la perspectiva de trasladar a la actual vicepresidenta de su despacho del Ala Oeste al Despacho Oval es motivo de celebración?
La gente tiende a ver lo que quiere ver en un candidato, y la perspectiva de otra victoria de Trump, comprensiblemente, ha estampado a una capa del electorado de nuevo en la apología del mal menor de los demócratas, sin importar las promesas incumplidas sobre el fracking, la violencia policial, el aborto y la sanidad universal. Pero esto también pasará, porque ninguno de los partidos puede resolver los problemas fundamentales a los que se enfrenta la clase trabajadora.
No importa quién se siente en la Casa Blanca, todas las decisiones que realmente afectan a nuestras vidas se toman en las salas de juntas corporativas y son implementadas por un ejército de políticos de carrera, abogados y burócratas. Mientras Trump estaba en el cargo, la riqueza de los multimillonarios estadounidenses aumentó en 2,2 billones de dólares (77%). Con Biden, su riqueza ha crecido otros 2,6 billones de dólares (88%).
Para cualquiera que haya visto con horror la matanza genocida de Gaza respaldada por EEUU, la sustitución de un belicista por otro no es motivo de «alegría.» A pesar de su supuesto «cambio de tono» hacia Israel, su campaña no ha dejado lugar a dudas de que «no apoya un embargo de armas a Israel» y que «siempre garantizará que Israel pueda defenderse de Irán y de los grupos terroristas respaldados por Irán.» Y si alguien se atreve a mencionar la difícil situación de los palestinos, Kamala tiene una respuesta preparada para cerrarles la boca: «Si queréis que gane Trump, decidlo; si no, hablo yo».
Ninguno de los candidatos ofrece una alternativa al militarismo imperialista. Decenas de miles de millones han sido enviados a Ucrania e Israel desde el 7 de octubre, y aún más pueden estar por venir. Trump dice que se opone a más ayuda a Ucrania, pero esto no tiene nada que ver con el internacionalismo de la clase obrera y todo que ver con el nacionalismo económico estrecho.
Independientemente de quién gane, el presupuesto militar estadounidense propuesto para 2025 es de nada menos que 850.000 millones de dólares, dinero que podría utilizarse para proporcionar vivienda, sanidad y educación de calidad a millones de personas. Con sólo 40.000 millones de dólares anuales se podría acabar con el hambre en el mundo.
Por eso hemos lanzado Class War 2024 como complemento de la campaña mundial de la Internacional Comunista Revolucionaria contra el militarismo y la guerra. La política exterior es una extensión de la política interior -y viceversa- y la mejor manera de luchar contra el imperialismo en el extranjero es luchar contra el capitalismo aquí en casa.
Una victoria de Trump desataría una ola de lucha de masas y abriría grandes oportunidades para los comunistas. No puede ofrecer una vida mejor para la clase obrera, y los que voten por él acabarán muy decepcionados. Hasta hace poco, esta parecía la perspectiva más probable. Dado su cambio a mitad de campaña, los demócratas pueden tener éxito en detener a Donald Trump en las urnas. Pero no pueden detener el trumpismo, que tiene sus raíces en la distorsionada ira de clase por la crisis capitalista.
Elegir a Harris no aumentará significativamente los ingresos de los trabajadores, ni reducirá el coste de la vivienda, ni abordará la crisis climática. No aliviará los horrores a los que se enfrenta la población inmigrante, ni la violencia policial racista que aterroriza a los trabajadores negros y latinos. No garantizará el acceso al aborto a quienes lo necesiten. Será otro gobierno más que responde ante los accionistas de Fortune 500, gastando miles de millones en guerras, mientras el nivel de vida de la mayoría continúa su espiral descendente de décadas. A menos y hasta que se construya una alternativa de masas de la clase trabajadora, la incapacidad de los demócratas para cambiar algo fundamental conducirá inevitablemente al retorno del «otro» mal.
La mayoría se merece algo mejor. Es hora de que los trabajadores con conciencia de clase se organicen. Class War 2024 es un paso hacia ese objetivo.
La tarea de los comunistas en 2024
¿Qué tácticas concretas se derivan de las perspectivas esbozadas anteriormente?
Nuestro punto de partida es el reconocimiento de que un segmento de la sociedad está muy abierto a un programa abiertamente revolucionario: hay millones de personas en los EE.UU. hoy en día que quieren ver el fin del capitalismo y de los dos partidos que lo sostienen. Enormes franjas de esta capa se identifican abiertamente como comunistas, a pesar de que actualmente no ven ningún partido de masas al que unirse o por el que votar. Para dar a esta capa consciente de clase su nombre apropiado, se trata de la vanguardia de la clase obrera.
La tarea básica de los comunistas en EEUU hoy es reunir a los elementos más avanzados de esta vanguardia -los miembros más decididos, perspicaces y enérgicos de la generación comunista- en un partido que pueda convertirse en un punto de referencia reconocible a escala nacional. Esto sólo puede lograrse sobre la base de la máxima claridad ideológica y una campaña sistemática de propaganda y agitación en torno a un programa revolucionario.
El mensaje básico de la campaña Class War 2024 es el siguiente:
- Si no te sientes representado ni por los demócratas ni por los republicanos, no estás solo. Decenas de millones en este país sienten lo mismo, pero actualmente estamos dispersos y desorganizados.
- Los dos partidos gobernantes no sólo representan «el establishment», «las élites» o «la ciénaga» de políticos de Washington; representan a la clase capitalista. Todo el sistema político está en manos de Wall Street, los banqueros y los monopolios del Fortune 500.
- El conflicto fundamental de nuestra sociedad no es la guerra cultural ni la división partidista, sino la división de clases: la lucha entre la inmensa mayoría que trabaja para ganarse la vida y crea todo el nuevo valor de la economía, y los enormes bancos y corporaciones que se benefician de extraer la plusvalía de nuestro trabajo.
- Debemos rechazar el ciclo interminable de la política del «mal menor» y luchar por un partido de masas de los trabajadores independiente de clase : nuestro propio partido, que luche por nuestro propio programa y nuestros propios intereses, libre de la influencia de los capitalistas. En otras palabras, debemos construir un auténtico partido comunista.
- Este es el objetivo de los Comunistas Revolucionarios de América. Para construir las fuerzas que necesitamos para llevar estas ideas a cada lugar de trabajo, campus y barrio obrero, necesitamos construir el RCA.
Armados con este mensaje, nuestra tarea es entablar un diálogo lo más amplio posible con tantas personas como podamos encontrar que estén abiertas a estos puntos de vista. Aunque todavía no somos lo suficientemente grandes como para llegar a todas las filas de la clase obrera avanzada, debemos empezar por donde podamos.
Debemos levantar nuestra bandera y difundir nuestro programa por todos los medios a nuestro alcance. Los trabajadores con conciencia de clase están por todas partes; los únicos límites a nuestra capacidad de encontrarlos y discutir con ellos son los límites de nuestra propia audacia y creatividad. Hacer campaña, llamar a las puertas, vender El Comunista, colocar carteles, pegar pegatinas, redes sociales, actos públicos, concentraciones callejeras, picnics, reuniones en las salas de descanso, colocar carteles en el campus, repartir panfletos, colocar carteles en el jardín, colocar volantes en las puertas, felpudos y limpiaparabrisas son todas tácticas válidas. Pero sobre todo, Class War 2024 trata de transmitir ideas revolucionarias y la importancia de organizarse.
Los métodos de Class War 2024 siguen plenamente el espíritu del bolchevismo-leninismo. Hace un siglo, Lenin aconsejó a los comunistas de EE.UU. que enfocaran la política de una manera fundamentalmente distinta a los métodos de los parlamentos burgueses:
«Los comunistas de Europa Occidental y de América deben aprender a crear un parlamentarismo nuevo, poco común, no oportunista, sin arribismo. Es necesario que el Partido Comunista lance sus consignas; que los verdaderos proletarios, con ayuda de la gente pobre, no organizada y completamente oprimida, repartan y distribuyan octavillas, recorran las viviendas de los obreros, las chozas de los proletarios del campo y de los campesinos que viven en las aldeas perdidas (por ventura, en Europa hay muchas menos que en Rusia, y en Inglaterra apenas si existen), penetren en las tabernas concurridas por la gente más sencilla, se introduzcan en las asociaciones, sociedades y reuniones fortuitas de los elementos pobres; que hablen al pueblo con un lenguaje sencillo (y no muy parlamentario), no corran por nada del mundo tras un “lugarcito” en los escaños del parlamento, sino que despierten en todas partes el pensamiento, arrastren a la masa, cojan por la palabra a la burguesía, utilicen el aparato creado por ella, las elecciones convocadas por ella, sus llamamientos a todo el pueblo y den a conocer a este último el bolchevismo como nunca habían tenido ocasión de hacerlo (bajo el dominio burgués) fuera del período electoral (sin contar, naturalmente, los momentos de grandes huelgas, cuando ese mismo aparato de agitación popular funcionaba en nuestro país con mayor intensidad aún). Hacer esto en Europa Occidental y en América es muy difícil, dificilísimo; pero puede y debe hacerse, pues es imposible de todo punto cumplir las tareas del comunismo sin trabajar, y es preciso esforzarse para resolver los problemas prácticos, cada vez más variados, cada vez más ligados a todos los aspectos de la vida social y que van arrebatando cada vez más a la burguesía, uno tras otro, un sector, una esfera de actividad.»
A pesar de la renovada presión para respaldar al partido del enemigo de clase, una colosal corriente subterránea de ira de clase yace justo bajo la superficie, y las condiciones objetivas para tal campaña nunca han sido más favorables. Allí donde los socialistas liberales no han sabido trazar el camino a seguir, los comunistas predicarán con el ejemplo. Cuanto más perfeccionemos nuestra capacidad de transmitir nuestra intransigente independencia de clase, mejor equipados estaremos para llevar a cabo el tipo de trabajo que se exigirá de un partido comunista de masas en el futuro. La historia está llamando a la generación comunista a dar un paso adelante y mostrar cómo es la auténtica política de clase.
¡Adelante Class War 2024!